miércoles, 4 de enero de 2012

Poeta 118: Abraham Valdelomar


ABRAHAM VALDELOMAR

 

 
(Perú, 1888-1919) Escritor peruano nacido en Ica. Pese a la brevedad de su vida y obra, está considerado una figura muy influyente en el medio intelectual y artístico del siglo XIX, esa atmósfera (o ilusión) de era refinada y decadente que el crítico Luis Alberto Sánchez ha llamado "la belle époque peruana". En poco tiempo, Valdelomar hizo de todo: periodismo, poesía, cuento, novela, teatro, ensayo, crítica... Como lo hizo con elegancia y entusiasmo, esa energía se comunicó a gente de su edad y aun menores, que lo vieron como un maestro capaz de guiar sus gustos e inquietudes; entre ellos, alguien de la talla de Vallejo. Aunque adoptó la pose de dandy y snob, supo reflejar también el entorno de la aldea pobre y sus callados ritos de una manera que anuncia las búsquedas del criollismo. Este hombre que usó el aristocrático seudónimo de El Conde de Lemos y que gustaba firmar Val-del-omar, era en realidad un provinciano, nacido en Ica y criado en Paracas, en la costa sur del Perú. Sus contactos con el mar y el mundo campesino son experiencias que dejaron huellas en su obra literaria. Como activo periodista, retrató con finura la vida literaria y social de Lima en crónicas publicadas en revistas y periódicos como Los Balnearios, El Comercio, La Prensa, La Crónica y Variedades, entre otros. En 1911, tras hacer vida de cuartel y escribir unas páginas al respecto, publicó dos novelas breves: La ciudad de los muertos y La ciudad de los tísicos, de sabor decadente. Tras su ingreso en la política, recibió el encargo diplomático que lo llevó a Italia en 1913, etapa durante la cual maduró literariamente. Allí escribió su cuento más famoso El Caballero Carmelo que aparecería después (Lima, 1918) en el volumen de cuentos homónimo y por el cual se le considera un innovador del género. De regreso a Perú, prosiguió su labor periodística y en 1916 fundó la revista Colónida, considerada la mejor de su época en Lima, pese a durar sólo cuatro números. Ese mismo año algunas composiciones poéticas suyas aparecieron en una antología colectiva titulada Las voces múltiples (Lima, 1916); el resto de su poesía sólo se conoció póstumamente. Publicó también Belmonte el trágico (Lima, 1918), ensayo de una estética futura, a través de un arte nuevo, que él mismo advierte poco tiene que ver con la crítica taurina. En plena actividad política, sufrió un accidente en Ayacucho y murió a los 31 años, dejando una obra dispersa y desigual en la que el impulso hacia la novedad está atemperado por un sabor tradicional.

TRISTEZA

Mi infancia, que fue dulce, serena, triste y sola,
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía;
el cielo, la serena quietud de su belleza;
los besos de mi madre, una dulce alegría,
y la muerte del sol, una vaga tristeza.

En la mañana azul, al despertar, sentía
el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado, del mar,

y lo que él me dijera, aún en mi alma persiste;
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar.

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