La atleta rumana, que se convirtió en la primera gimnasta de la historia en conseguir un 10 en una prueba olímpica, fue sometida a un control y una disciplina brutal por parte de la policía secreta del régimen comunista de Ceausescu.
En los Juegos de Montreal 76 una niña rumana de 14 años llamada Nadia Comaneci se convirtió en la primera gimnasta de la historia en conseguir un 10 en una prueba olímpica de gimnasia. Comaneci repitió esa hazaña inédita hasta en siete ocasiones en aquellos Juegos, en los que ganó tres oros y se convirtió en una leyenda universal que trasciende hasta hoy los límites de lo estrictamente deportivo.
Mientras impresionaba al mundo con sus actuaciones sobre los aparatos de gimnasia, Comaneci era sometida por la dictadura comunista de su país a un régimen de disciplina brutal y vigilancia obsesiva del que solo se libró escapando a Occidente en 1989.
Cuarenta y cinco años después de que Nadia alcanzara la perfección en Montreal, el historiador rumano Stejarel Olaru recurre a los expedientes de la policía política de Nicolae Ceausescu para reconstruir el día a día de quien acabó siendo el arma de propaganda más poderosa del sátrapa.
Letras Libres ha entrevistado en Bucarest al autor de Nadia y la Securitate, que de momento solo puede leerse en rumano.
¿Cómo describiría el tratamiento al que estaba sometida Nadia Comaneci en la Rumanía de Ceausescu?
Llevaba una vida llena de restricciones, de abusos, y llena de contradicciones y paradojas. Por una parte, viajaba sin parar y era famosa en todo el mundo, pero al mismo tiempo en Rumanía vivía en un universo cerrado, pequeño y bajo la vigilancia estrecha y constante de los órganos de seguridad que dependían del partido [comunista]. Es cierto que también había satisfacciones, pero creo que no fue una vida para nada fácil.
Una de las características de ese día a día de Nadia Comaneci fue la dureza con que le trataban sus entrenadores. ¿Sería una exageración decir que la maltrataban, que le pegaban de manera regular?
Sus entrenadores, Bela y Marta Karolyi pegaban a las gimnastas constantemente. Los abusos físicos y psíquicos eran la norma. Les insultaban, les golpeaban.
Además de los golpes con que castigaban los errores o las violaciones del régimen disciplinario, en el libro destaca la forma en que los Karolyi elegían las palabras para insultarlas, para humillarlas.
Eran extremadamente cínicos. Es posible que no tuvieran en cuenta que estaban tratando con unas niñas, no con personas maduras. Unas niñas que estaban en plena fase de desarrollo físico y psicológico y que habrían necesitado cierta calidez humana, cierta compresión en ese momento de su vida.
No creo que podamos encontrar circunstancias atenuantes para los entrenadores, aunque tuvieran un único objetivo, que era ganar competiciones, medallas y trofeos. Es cierto que muchas de las gimnastas que pasaron por las manos de estos dos entrenadores tuvieron carreras internacionales espectaculares, y que consiguieron sus objetivos utilizando estos métodos.
De entre todas ellas, Nadia fue la que menos maltratos físicos recibió, pero psíquicamente sufrió los mismos abusos que las demás. ¿Por qué menos maltratos físicos? Porque ella tenía una carta que supo jugar con sus entrenadores cuando empezó a tener algo más de edad.
A los 13 años Nadia se proclamó campeona de Europa, a los 14 campeona olímpica y los títulos empezaron a sucederse a partir de ahí. Además, Nadia gozaba de una atención especial por parte de Nicolae Ceausescu, que la recompensó con el título de Héroe del Trabajo Socialista a los 14 años. Este título era algo excepcional, la distinción más alta del Estado comunista. Y para el entrenador era, de alguna forma, un obstáculo. En cierto modo, los triunfos internacionales y todos estos méritos y reconocimientos por parte del Estado comunista calmaban a Bela Karolyi cuando sentía el impulso de pegarle. Karolyi sabía que no era fácil pegarle a un Héroe del Trabajo Socialista.
El hecho de que Nadia fuera vigilada a niveles tan intensos –con teléfonos pinchados, seguimientos, informadores entre los entrenadores, directivos, etc.– le ha permitido reconstruir la vida de un mito del deporte casi en su totalidad. Cuando leía el libro pensaba que, por ejemplo, nunca sabremos con exactitud qué pasó con Ronaldo antes de la final del Mundial 98, cuando se dijo que estuvo a punto de morir en el vestuario. En el caso de Nadia, gracias a la Securitate [policía política de la Rumanía comunista] está todo negro sobre blanco.
Sí, la Securitate la vigiló tanto que su vida está en estos documentos, que eran secretos hasta hace unos años. Hay en ellos muchos detalles de su vida privada, anotaciones de los agentes de la Securitate que se refieren a su relación con los entrenadores, detalles ligados a su familia, a su conducta, a las relaciones personales que tuvo fuera del deporte. Porque la Securitate era un servicio secreto y no tenía límites. Por el contrario, toda información, de la naturaleza que fuera, era apreciada, ya que podía ser utilizada en un momento dado, en un contexto determinado.
Su vida está en esos papeles, es verdad, pero no es fácil reconstruirla porque los documentos no siguen una cronología coherente, y están repartidos en muchos expedientes. Hace falta mucha atención para ordenarlos y construir una historia que sea real, que no caiga en las exageraciones, porque también existen informaciones exageradas en las notas.
La realidad que vivió Nadia Comaneci habla con elocuencia de cómo un Estado totalitario, autoritario se sirve del individuo y anula por completo su voluntad. Hay momentos en que Nadia se cansa de la presión y quiere dejar el deporte, pero la decisión no le pertenece y lo que ella siente no tiene la menor importancia porque está obligada a someterse al bien común, a lo que beneficia al pueblo y al Estado.
La historia de Nadia bajo el comunismo sigue de alguna forma un patrón. Es decir, se sobrepone con la historia de cualquier gran deportista en un país comunista de Europa central y oriental o en la Unión Soviética. Evidentemente, con algunos detalles cambiados, pero el patrón se mantiene. Es decir, el del deportista de muchísimo talento al que se fuerza más allá de todos los límites mediante métodos que hoy se considerarían tortura. Y con el Partido Comunista que intenta utilizarle de todas las formas posibles, tanto en el plano político como en el económico, porque durante el comunismo estos deportistas generaban dinero para el Estado.
Las gimnastas, y en este caso Nadia Comaneci, no eran deportistas profesionales, porque no se aceptaba que los deportistas fueran remunerados más que por parte del Estado. Los premios y el dinero que ganaban en las competiciones internacionales iban a parar a las arcas del Estado.
Nicolae Ceausescu se aprovechó todo lo que pudo de Nadia Comaneci. Y así se llegó a situaciones aberrantes, como que, antes de cada competición internacional, los mismos Nicolae y Elena Ceausescu [esposa del dictador] fijaran los objetivos a conseguir, el número exacto de medallas que cada deportista, sobre todo Nadia, debía ganar.
Hay un episodio en el libro en que Ceausescu ordena personalmente al equipo de gimnasia que se retire de una competición, al considerar que el equipo rumano está siendo perjudicado por los árbitros. La anécdota muestra lo ilimitado del poder del dictador en estos regímenes, cómo el tirano lo decide todo incluso en asuntos de los que no sabe nada.
Un líder como Ceausescu no tenía ningún límite. Nadie se habría atrevido a advertirle de que una decisión suya era exagerada o inadecuada. El momento que describe ocurrió en el campeonato europeo de 1977 disputado en Praga. Ceausescu lo veía por la tele desde Bucarest y le pareció que Rumanía, y en especial Nadia, estaban siendo perjudicadas por el arbitraje, que entonces estaba controlado por los soviéticos. Y, simplemente, decide retirar al equipo en mitad de la competición. [Ceausescu llamó por teléfono a la embajada para dar la orden] Fue algo inédito a un nivel tan alto que muestra cómo la injerencia de la política en el deporte era absoluta en estos regímenes totalitarios.
Su investigación revela cómo las competiciones de gimnasia estaban amañadas por los soviéticos.
La Unión Soviética destacaba entonces en esas prácticas, y yo puedo dar el ejemplo de la gimnasia femenina, aunque estoy seguro de que podemos encontrar más ejemplos en otros deportes. Hasta finales de los 80, las competiciones estaban a menudo amañadas, porque la Unión Soviética y los Estados comunistas de Europa central y oriental utilizaban su superioridad numérica entre los árbitros de estas competiciones para decidir en la víspera quién ganaba, quién perdía y, a veces, cómo quedaba la clasificación.
En muchas ocasiones, Rumanía se veía perjudicada, y la misma Nadia sufrió estos episodios tanto en Praga como, más tarde, en las Olimpiadas de Moscú [en 1980], donde se dieron incidentes de este tipo en los que se veía claramente la manipulación. En los documentos de la Securitate he encontrado notas informativas de los entrenadores de Rumanía en las que se describen estos episodios o se recogen conversaciones en las que se menciona la manipulación.
Volviendo a Nadia. A pesar de que Bela Karolyi ha sido acusado de malos tratos por gimnastas a las que entrenó después en Estados Unidos, Nadia Comaneci nunca ha atacado públicamente a su antiguo entrenador, ni se ha presentado como una víctima de sus conocidos métodos brutales.
Esta ha sido la conducta que ha decidido tener desde que se fue de Rumanía y se estableció en Estados Unidos hace más de 30 años. Ha decidido, por decirlo de alguna manera, acordarse solo de las cosas agradables de su carrera y no revolver las desagradables, dejarlas envueltas en la nebulosa del tiempo. Y yo la entiendo perfectamente, lo que no quiere decir que me haya supuesto un obstáculo para investigar.
Aunque no ha hablado para el libro, Nadia sí lo ha leído.
Puedo decir que he estado en contacto con ella durante el proceso de documentación para el libro, que sabía del proyecto y que ha sido lo suficientemente generosa para advertirme sobre aquellos pasajes en los que hubiera podido exagerar o equivocarme. Creo que ha tenido una actitud correcta respecto al libro, sin abandonar las reservas de las que hablábamos.
Entonces, ha leído el libro y le ha corregido allá donde las notas de la Securitate deformaban la realidad.
Sí.
Viendo las cosas por las qué pasó, uno puede imaginarse a Nadia Comaneci como una persona atormentada e infeliz. Pero esa no es la sensación que da la vida que describen los espías, sobre todo cuando, ya adulta y después del ostracismo al que es condenada tras su retirada, se vuelve más autónoma.
Nadia es una persona muy agradable, abierta al diálogo y sin aires de estrella o personalidad del deporte. Me parece que es incluso modesta, quizá demasiado para su estatus. Si alguien la conociera sin haber leído el libro y conocer esa parte de su vida no creo que se diera cuenta de que ha pasado por momentos de sufrimiento. Es una persona sociable y positiva, muy positiva.
Fuente: https://letraslibres.com
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