“La Ucrania moderna fue creada en su totalidad por Rusia o, para ser más precisos, por la Rusia bolchevique, comunista. Este proceso comenzó prácticamente justo después de la Revolución de 1917, y Lenin y sus asociados lo hicieron de una manera extremadamente dura para Rusia, separando, cortando lo que es históricamente tierra rusa. Nadie preguntó a los millones de personas que vivían allí lo que pensaban.”
Esta declaración de Vladímir Putin, realizada el 21 de febrero de 2022, tres días antes de la invasión rusa a Ucrania, así como otra anterior –“Estoy seguro de que la verdadera soberanía de Ucrania solo es posible en asociación con Rusia”– incluida en un artículo por él firmado el 12 de julio de 2021, no solo prueban que recurre a evidentes falsedades históricas para justificar su guerra, negándose a reconocer que Ucrania es un Estado independiente y soberano, sino que el verdadero objetivo del proceso de reimperialización iniciado con su llegada al poder en 2000 no es restaurar las fronteras de la Unión Soviética, sino las de la Rusia zarista. Putin no aspira a ser Lenin, sino a recuperar el legado de los zares y la Rusia Histórica, compuesta por Rossiya, Belarrossiya y Malorrossiya (Rusia, Bielorrusia y Pequeña Rusia). El último de los tres nombres es el que se le aplicó a Ucrania en torno a 1780 para referirse a las tierras de los cosacos; posteriormente, a finales del siglo xix, se superpuso el nombre actual de la república (que significa “tierra de frontera”), como resultado del incremento de la conciencia nacional y del uso del idioma ucraniano.
Los tres países que formaban parte de la Rusia Histórica fueron los fundadores de la Unión Soviética en 1922, así como los gestores de su disolución en 1991. La Revolución Naranja de 2004, pero sobre todo la de Maidán en 2014, que derrocó a Víktor Yanukóvich, dejaron claro que la voluntad mayoritaria de los ucranianos era sacudirse la influencia de Rusia. Si, en los siglos XIX y XX, el destino de Ucrania fue determinado por su composición demográfica, mayoritariamente campesina, en el siglo XXI lo ha sido por la aspiración de una sociedad predominantemente urbana al ingreso en la Unión Europea y la Alianza Atlántica, en oposición al imperialismo putinista, heredero del zarismo y de la URSS.
En la Ucrania de 1897, solo tres millones de sus habitantes, de un total de veintidós, vivían en las ciudades.
La ausencia de una población urbana significativa se explicaba en parte por la prohibición, impuesta a los judíos ucranianos, de acceder a las profesiones liberales, lo que impulsó el éxodo de un importante sector de las masas urbanas hacia el campo, donde catalizaron el desarrollo de movimientos revolucionarios. La imposición de la lengua rusa en la enseñanza y la administración impidió el desarrollo de un liderazgo nacionalista. De hecho, el nacionalismo solo arraigó en un pequeño grupo de intelectuales que vivían en San Petersburgo. La primera organización nacionalista ucraniana, la sociedad secreta “Hermandad de los Santos Cirilo y Metodio”, se formó en 1846. Sus fundadores –el historiador Mykola Kostomárov, el escritor Panteleimon Kulish, el editor Vasyl Bilozersky y el poeta Tarás Shevchenko– esbozaron un primer programa político para el irredentismo ucraniano moderno. Sus ideas revolucionarias no los distinguían del resto de los conspiradores antizaristas que buscaban abolir la monarquía. Entre las organizaciones clandestinas posteriormente creadas destacó la Sociedad Ucraniana de los Progresistas, la cual, tras la Revolución rusa de febrero de 1917 y la consiguiente abdicación del zar Nicolás II el 3 de marzo de ese año, creó un gobierno ucraniano autónomo y fundó la Rada (“parlamento” o “consejo”, es decir, soviet, en ucraniano), el 17 de marzo de 1917.
La Rada proclamó el 20 de noviembre la República Popular de Ucrania y el 22 de enero de 1918, el Estado Independiente de Ucrania. Los bolcheviques rusos reconquistaron Kiev el 11 de junio de 1920, poniendo fin a la independencia de Ucrania en abierta contradicción con la Declaración de Derechos de los Pueblos de Rusia, adoptada por los bolcheviques el 2 de noviembre de 1917. Dicho documento proclamaba la igualdad y soberanía de las nacionalidades del imperio zarista, el derecho de autodeterminación de las mismas, incluyendo la secesión y la formación de Estados independientes si así lo decidieran sus poblaciones, amén del libre desarrollo cultural de todas las minorías nacionales que desearan permanecer dentro de Rusia. Entre 1918 y 1921, durante la guerra civil, entre los bolcheviques y los blancos y aliados de estos, los primeros restauraron la territorialidad imperial, convencidos de que solo un Estado centralizado garantizaría la supervivencia de la revolución. Aunque Finlandia, Letonia, Estonia, Lituania y Ucrania habían conseguido su independencia, nadie se hacía ilusiones sobre el respeto de Lenin al derecho de autodeterminación que él mismo había proclamado. Los bolcheviques negaban que fueran imperialistas como los zares, pero muchas naciones formaban parte del Estado común soviético contra su voluntad.
Desde mediados de 1920, Stalin, comisario del Pueblo para las Nacionalidades, intentó crear una Rusia ampliada. El 25 de febrero de 1918 se proclamó la República Soviética de Rusia, a la que se incorporaban Ucrania, Bielorrusia, Armenia, Azerbaiyán y Georgia. Lenin estuvo en desacuerdo con este proyecto. Su propuesta era federalizar Rusia en términos de igualdad con otras repúblicas soviéticas y que cada pueblo tuviera derecho al uso de su lengua nativa. Stalin (como lo ha hecho Putin actualmente) lo acusó de implantar artificialmente identidades nacionales, sosteniendo que era prioritario divulgar las ideas socialistas contra los nacionalismos. Los comunistas de otras repúblicas querían permanecer unidos con Rusia, porque su supervivencia dependía del Ejército Rojo. En diciembre de 1922 fue aprobada la propuesta de Lenin. Todas las repúblicas se unieron en una federación, la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Los campesinos ucranianos fueron las principales víctimas de la creación de la Unión Soviética. En febrero de 1918, los bolcheviques decretaron la Ley de la Socialización de la Tierra, cuyo objetivo era conciliar la existencia de las granjas privadas con un sistema colectivo de agricultura, como transición a la economía socialista. En 1918, fueron creadas 3,100 granjas colectivas; en 1920, 4,400 más. La colectivización privó de sus tierras a los campesinos propietarios, y la deskulakización acabó con ellos como “clase”. Durante la guerra civil, el gobierno soviético impuso el “comunismo de guerra”, que supuso requisas de la producción agrícola (prodrasvertska), prohibición de todo comercio privado y nacionalización de los establecimientos industriales. Los objetivos de estas medidas eran exterminar a los campesinos que se opusieran al poder bolchevique, lograr el control centralizado de la producción agrícola y abastecer de alimentos a las ciudades y al Ejército Rojo. La eliminaciónde los kuláks (los campesinos supuestamente ricos) cambió por completo el orden social.
El definitivo golpe a los campesinos ucranianos se asestó entre 1929 y 1932, con otra fase de la colectivización (creación de dos tipos de granjas colectivas, koljós y sovjós, como parte del Primer Plan Quinquenal). Su objetivo era “el asalto al último bastión del antiguo régimen”, es decir, favorecer la industrialización (con inversiones que procedían de los beneficios de la colectivización agraria) y crear millones de nuevos puestos de trabajo (para proletarizar masivamente a la población). Esta política aniquiló a los campesinos “como clase”, sobre todo a los de las provincias productoras de grano (región del Volga, Ucrania, y las estepas fértiles de Asia Central) y de las comarcas ricas en pesca y caza del norte de Siberia.
La colectivización forzosa, la incompetencia administrativa, la inversión insuficiente y la expropiación de las tierras de los campesinos fueron causa de la producción extremadamente baja de las granjas colectivas, lo que provocó la gran hambruna (Holodomor) de 1932 y 1933, que condenó a muerte a cerca de 12 millones de personas en toda la URSS(en Ucrania, los cálculos de muertos oscilan entre 1.5 y 4 millones).
La causa principal de la hambruna radicaba en la exigencia de cumplir con las cuotas de producción de grano impuestas por el Estado, sobre todo en Ucrania, por ser esta el principal granero de la URSS. Anne Applebaum, en su libro Hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania (2019), considera que Stalin cometió un genocidio deliberado contra el pueblo ucraniano propiciando una hambruna artificial.
La trágica experiencia de los ucranianos mientras formaron parte de la URSS influyó en el hecho de que alrededor del 91% votara el 1 de diciembre de 1991 a favor de su independencia. El 8 de diciembre de 1991, tres repúblicas –Rusia, Bielorrusia y Ucrania– declararon la disolución de la URSS y la Constitución de la Comunidad de los Estados Independientes.
En su discurso posterior a la anexión de Crimea (18 de marzo de 2014), Vladímir Putin afirmó que “millones de personas se fueron a dormir en un país y se despertaron en muchos otros Estados, convirtiéndose en minorías étnicas de antiguas repúblicas soviéticas; así los rusos se convirtieron en una de las naciones más grandes del mundo, si no la más grande, divididas por fronteras”. El concepto de “nación dividida” es el elemento clave de la política rusa hacia los Estados vecinos, antiguas repúblicas soviéticas, así como de la justificación de un proceso de reimperialización que apunta a recuperar el estatuto de Rusia como gran potencia y a mantener “zonas de influencia” en el espacio postsoviético. Este proceso comenzó con la llegada de Vladímir Putin al poder en 2000, y se cristalizó con las intervenciones militares rusas en Georgia en 2008 y Ucrania en 2014, después de que ambos países establecieran gobiernos proeuropeos y expresaran su deseo de convertirse en miembros de la Alianza Atlántica. La actual invasión rusa de Ucrania es la culminación de dicho proceso, pero, sobre todo, del fracaso de la estrategia que definió Valeri Guerásimov, jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia, cuando afirmó que “las guerras que librará Rusia responderán principalmente a una estrategia de influencia y no de fuerza bruta”, ya que su principal objetivo sería “romper la coherencia interna del sistema político y socioeconómico del enemigo y no aniquilarlo íntegramente”.
El mundo se ha espantado ante la brutalidad de la guerra de Vladímir Putin, que este sostiene haberse visto “obligado a hacer”. Tal “obligación” es resultado de la imposibilidad de sojuzgar a Ucrania mediante métodos puramente intimidatorios. En las relaciones entre Rusia y Ucrania, la historia se repite. Como lo hizo Hitler en Mein Kampf, Putin ha anunciado claramente sus intenciones: así, en la Conferencia de Seguridad de Múnich de febrero de 2007 sostuvo que la OTAN y Estados Unidos representaban la principal amenaza para la seguridad nacional de Rusia. Desde entonces ha insistido en que no permitiría que Occidente traspasara la “línea roja” –léase, la entrada de Ucrania y Georgia en la OTAN– y lo empezó a demostrar con sendas intervenciones militares en 2008 y 2014. Para Vladímir Putin, Ucrania no existe como Estado soberano; tampoco los ucranianos como nación. Puede que gane esta guerra, pero perderá todo lo demás, y no recuperará lo que ya había perdido en 2013, durante la Revolución de Maidán, cuando los ucranianos decidieron apostar definitivamente por ser dueños de sus destinos.
Fuente: https://letraslibres.com
Por: Mira Milosevich es investigadora principal del Real Instituto Elcano y autora de Breve historia de la Revolución rusa (Galaxia Gutenberg, 2017)
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