Parábola del fariseo y el publicano
9 A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: 10 «Dos hombres subieron al Templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano. 11 El
fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: “Dios, te
doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos,
adúlteros, ni aun como este publicano; 12 ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano.” 13 Pero
el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo,
sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí,
pecador.” 14 Os
digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro, porque
cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será
enaltecido.»
Jesús nos da muchas enseñanzas sobre la
oración en todo el Evangelio, y además nos enseña la oración con su propio
ejemplo; El aparece con mucha frecuencia orando y pasando a veces las noches en
oración. En este párrafo de hoy nos cuenta la parábola de la oración del
fariseo y del publicano. Nos enseña cómo orar, qué es la oración. Pero añade
también, una vez más, una lección importante sobre la humildad. Nos viene a
decir que el orgulloso, el que se cree superior, está incapacitado para la
oración; en cambio el que en su corazón siente que es un pecador y se humilla
por eso, ése puede orar y es escuchado.
La oración es uno de los grandes regalos que
nos ha hecho Dios indudablemente. Pone de manifiesto el gran cariño que Dios
nos tiene. Ha querido establecer un canal de comunicación, porque quiere saber
de sus hijos, quiere que le cuenten todo, quiere ser su paño de lágrimas,
quiere ser nuestra fortaleza y nuestra paz. Dios ha querido que podamos
comunicarnos con El, que lo contemplemos, que le mostremos nuestros afectos, y
nuestras necesidades. Quiere oírnos. Y también quiere tener la posibilidad de
enviarnos sus mensajes, de mostrarnos su calor y su ternura, porque todo eso
hace Dios con nosotros en la oración. Esto es tanto así que con derecho
podríamos preguntarnos ¿sería posible vivir como hombres, si no tuviéramos la
posibilidad de orar?
La oración es un acto de fe en la realidad de
Dios: fe en su existencia y en su paternidad, fe en su Providencia. Es un acto
de fe por el que en un momento salimos de nuestro mundo cotidiano y nos
situamos en el mundo superior, en la otra dimensión: hay una especie de salida
de este mundo y una entrada en el ámbito de Dios. La fe es un acto de humildad,
por el que reconocemos nuestra necesidad más honda, nuestra indigencia radical,
y por eso acudimos a nuestra fuente, a nuestro sustento vital que es Dios. Así
la oración pone nuestra vida en comunicación con la fuente de la vida.
Y por esa razón el orgullo es el principal
obstáculo para una verdadera oración. Por esas y otras razones la oración del
fariseo es un fiasco, es una falsificación, es una pose teatral, no es oración,
en suma. El contenido de la aparente oración del fariseo brota de un hombre que
no necesita de Dios. Prácticamente se comunica con El de igual a igual; le da
gracias, no por los favores que le haya concedido. El mismo piensa que ha
logrado todo con su esfuerzo: yo no soy igual que los demás hombres. Y eso
debido a mis propios méritos a mis propios esfuerzos. Los otros son malos, y yo
soy tremendamente bueno. Y así vengo a hablar contigo: el bueno (que se lo
cree) con el Único Bueno. Y como es tan bueno este fariseo se pone delante en
primera fila, porque es el lugar que le corresponde. Mientras que el pecador se
queda allá lejos y no se atreve a acercarse más. El fariseo, por eso mismo,
desprecia a los seres que él cree inferiores: yo no soy como los demás hombres,
yo cumplo, yo, yo. El protagonista de su aparente oración no es Dios, sino su
YO inflado, exhibicionista de sus buenas acciones; está viniendo a la oración
para que Dios admire a este ser tan excepcional.
Y otra fea característica de este hombre,
caricaturizado por Cristo: la falta total de caridad con el prójimo, el juicio
despiadado de los demás. Y así entramos en otro aspecto de la oración cristiana
¿puede orar de verdad al Padre el que no considera a los demás como sus
hermanos? ¿El que desprecia a un hijo de Dios, puede hablar de verdad con el
Padre? ¿Le gustará a Dios una oración cuyo contenido es la crítica de sus
hijos? Y cuando somos orgullosos, críticos y jueces de los demás ¿seremos oídos
por el Padre que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y que ama a
los pecadores? Esta actitud de desprecio que tiene el fariseo también
contribuye a que su oración sea falsa.
Lo que Jesús critica en la oración de este
fariseo es su orgullo frente a Dios, su vanidad por sus propias obras (como si
no hubiera sido ayudado por Dios) y su juicio de los demás, que llega hasta el
desprecio de los que él juzga pecadores.
En cambio, lo que el Señor alaba en el pecador
que ora, es que se siente indigno ante Dios, que se reconoce pecador, que no se
atreve a acercarse, ni a levantar los ojos del suelo. Reconoce que necesita a
Dios, que no lo merece, y no se compara con nadie, pues tiene bastante con
considerar y arrepentirse de sus propios pecados.
Por eso éste vuelve a casa, después de la
oración, justificado y el fariseo en cambio no, porque en realidad no ha orado.
Adolfo Franco, SJ