DOMINGO
XXIX del Tiempo Ordinario
Parábola de la viuda y el juez injusto
1 También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar,
2 diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre.
3 Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario.
4 Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre,
5 sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia.
6 Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto.
7 ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?
8 Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?
Jesucristo
enseñando sobre la oración nos narra esta parábola del juez injusto, que, ante
la insistencia de la viuda, termina atendiéndola debidamente. Y simultáneamente
nos indica que Dios velará siempre por la justicia de sus hijos.
La
injusticia es algo detestable, que todos hemos padecido alguna vez, y que nos
subleva; y nos subleva que se pisoteen nuestra dignidad y nuestros derechos.
Cómo no se va a sublevar una persona a la que por leguleyadas se le arrebata su
vivienda. Pero es algo de lo que difícilmente estamos libres; injusticias
pequeñas o injusticias grandes, no hay quien no las haya padecido.
Pero,
uno no debería quejarse de la injusticia, si uno mismo es injusto; uno no puede
clamar a Dios, contra la injusticia padecida, si uno mismo ha cometido
injusticias. Y es que somos muy lúcidos para detectar las injusticias que se
cometen contra nosotros, pero no caemos en la cuenta de las injusticias que
nosotros mismos cometemos: uno, por ejemplo, fácilmente detecta que le pagan un
sueldo injusto por el trabajo que realiza, pero no piensa en lo poco que paga
él mismo, cuando tiene que determinar un salario doméstico.
Pero
demos un paso en otra dimensión: con quien más nos importa ¿somos justos? ¿Somos
justos con Dios? Nuestra relación con Dios, que es tan esencial, también
podemos verla a través de esta perspectiva de la justicia. Claro que en esta
consideración hay un problema: los términos de la relación son muy diferentes;
Dios y nosotros. Pero de todas formas podemos reflexionar en nuestra justicia
para con Dios.
Justicia:
dar a cada uno lo que se merece. ¿Le damos a Dios lo que le es debido? ¿En
tiempo, en atención, en interés? Siempre encontraremos un déficit grande, en
esta relación con Dios. Es demasiado lo que Dios se merece, porque se merece
todo. Y nosotros tenemos en la vida tantos puntos de atención: la casa, la
familia, el dinero, las amistades, el descanso. Y todos esos puntos de atención
reclaman nuestro tiempo y nuestra dedicación. Cierto; no podemos ser utópicos
al plantearnos esta relación de “justicia con Dios”, como si fuéramos seres
desarraigados del espacio y del tiempo.
Pero
¿será utópico darle a Dios al menos un puesto muy importante? ¿Será utópico
darle el mejor tiempo, darle la preferencia en todo? ¿Será utópico dar a Dios
el puesto central en nuestro corazón? Cuando Dios es asunto de segunda clase,
cuando no se le da tiempo porque hay cosas más urgentes en ese momento ¿se le
hace justicia a Dios? Cuando se recurre a Dios porque no queda más remedio y ya
estamos desesperados ¿se le hace justicia a Dios? Cuando se le echan a Dios las
culpas de los errores humanos ¿se le hace justicia a Dios? Una mujer abandonada
por un marido sinvergüenza, a veces le pregunta a Dios ¿por qué me has hecho
esto? Somos los seres humanos, tan injustos con Dios y encima a veces le
echamos la culpa de nuestras propias maldades, o de nuestros errores; y es
importante examinar nuestra vida con El, desde este ángulo de observación de la
justicia.
Hay
más que añadir, hay más que profundizar en nuestra justicia con Dios: ¿le hemos
“pagado” debidamente sus dones? Todo lo que hemos recibido, ¿de alguna forma se
lo hemos pagado? Y acierta el que diga dos cosas: primero, que esos dones son
regalos, y los regalos no se pagan; y segundo, que son impagables; no habría
forma de retribuir a Dios, ni en forma pequeña todo lo que El nos ha dado. Pero
no es ocioso tampoco examinar los dones que hemos recibido de Dios; y
plantearnos ahí el problema de la justicia.
Por
lo menos el agradecimiento; devolverle a El en forma similar la abundancia y
generosidad con que El nos regala. Estaríamos hablando del amor a Dios, en
reciprocidad del amor que El nos tiene. Querer que todo lo que somos sea para
El, ya que todo lo que somos nos lo ha dado El. Como dice el dicho popular
“amor con amor se paga”. Hemos recibido tanto ¿cómo no darle a El todo? Y ya
sabemos que todo lo que le podemos dar son cosas que El mismo nos dio; pero hay
algo que es lo más propio y quizá exclusivo nuestro que es nuestra libertad:
que nuestra libertad se decida por Dios.
Finalmente
hay otra consideración del “pago a Dios” por sus beneficios, para intentar ser
justos, o para disminuir nuestra injusticia. Dios nos dice que todo lo que le
debemos a El, se lo paguemos en nuestro prójimo; y así El se dará por bien
pagado. El ha transferido al prójimo todo lo que a El le debemos, todas
nuestras deudas con El. Así la justicia con Dios nos abre el horizonte del
primer mandamiento, del Amor a Dios por encima de todo, y al prójimo como a
nosotros mismos.
Adolfo Franco, SJ