DOMINGO XXVI
del Tiempo Ordinario
Esta página
del Evangelio es de las más difíciles y de las más duras. Jesús hablando del
infierno. No es el único momento en que Jesús habla de la otra vida y del
posible fracaso del hombre. En otros momentos habla de que la puerta del
banquete “se cerrará”, de que dirá a los que no estén preparados: “no les
conozco”. O hablará de los que son puestos a la derecha y de los que son
puestos a la izquierda.
En este
párrafo de San Lucas la narración es más larga y detallada: es la tragedia del
rico, que después de una vida cómoda, llena de diversiones y de banquetes, va
al infierno, después de morir.
Los detalles
de la parábola son muy nítidos: hay dos personas con vidas muy diferentes: el
uno es rico y vive espléndidamente, el otro es pobre y vive de las sobras del
rico. En la otra vida se cambian los papeles: el pobre es premiado con el
paraíso, el rico es sepultado en el infierno. Uno de los terribles sufrimientos
que padece el rico es la sed, debido al fuego que lo envuelve. Es una sed que
no tendrá ningún alivio. No hay posibilidad de salir de ese lugar de fuego, y
no hay paso de un sitio al otro. Y no se pueden mandar mensajes a los que están
en este mundo, sino que los que estamos en este mundo debemos utilizar los
medios normales que Dios ha dado para salvarnos.
Se trata
entonces de una enseñanza de lo que es esta vida y de lo que será la otra. Hay
dos destinos posibles después de esta vida, y nos ganamos uno u otro destino
con lo que hacemos en esta vida. Y el destino futuro es para siempre; ahí ya no
se puede remediar nada. Todo esto es realmente duro, y escalofriante. Un
destino eterno y con el peor de los sufrimientos.
Este es el
resumen del mensaje de Jesús, que nos trasmite San Lucas en este párrafo.
Podemos ahora hacer nuestras preguntas y plantear nuestro desconcierto. Pero no
podemos desconocer lo que Jesús enseña.
Es una
enseñanza que nos hiere y nos deja temerosos, nos deja inseguros. Y nos vienen
preguntas muy válidas, pero que no pueden anular la enseñanza del Señor tan
clara. Y preguntamos ¿cómo el Señor misericordioso puede castigar así a un
hombre insignificante? ¿Por qué tiene que ser eterno ese castigo, para un
hombre que cometió pecados? ¿No es desproporcionado el castigo? Si Dios sabía
que este hombre sería malo, ¿para qué lo mandó a la existencia? ¿Hay algún mal
tan monstruoso que merezca una pena tan horripilante? ¿Cómo se puede afirmar
que Dios es infinitamente bueno y misericordioso, si condena a alguien al
infierno?
Y son
preguntas verdaderas, y que no alcanzamos a responder; aunque sí habría que
precisar que no se puede hablar con propiedad de castigo; se trata más bien de
la elección equivocada que una persona puede hacer; porque se trata de que cada
uno con sus acciones en esta vida escoge el destino de la vida eterna.
Frente a
estas preguntas no nos queda más que hacer que afirmar la enseñanza de Jesús, y
al final decir que no encontramos respuestas. Y decimos que Dios es bueno y
misericordioso, aunque sea verdad que existe el infierno. Y por otra parte
afirmamos que la enseñanza sobre el infierno nos es necesaria; que es un acto
de bondad del Señor el habernos revelado esta enseñanza sobre el más allá.
Esta
enseñanza barre esa concepción de una religión sin exigencia; un sentimiento
religioso desleído sobre los compromisos con Dios. Una religión llena de
vaguedades, en la que en el fondo Cristo no nos ha salvado de nada. Tendríamos
una religión sin una verdadera exigencia de vida. Si las decisiones que tomamos
sobre las cosas fundamentales de la vida, no tuvieran ninguna consecuencia
grave, equivaldría a que nuestra libertad no es tomada en serio; si, hagas lo
que hagas, te salvarás igual, no importa mucho lo que haces, tu libertad no
tiene importancia, tú mismo, como persona, no tienes importancia.
De lo que se
trata, a mi parecer, es si de verdad elegimos o no elegimos a Dios. Y si no
elegimos a Dios, Dios quedará lejos de nosotros para siempre. El no va a
destruir nuestra decisión, la va a respetar. Si le hemos dicho a Dios: “no te
metas en mi vida”, El no se meterá ni ahora ni nunca. Y si hemos elegido estar
sin Dios, después descubriremos que la ausencia total de Dios es insoportable,
nos hemos condenado nosotros mismos a no tener a Dios, porque voluntariamente
no lo hemos querido elegir. Se puede plantear también otra pregunta ¿es posible
que alguien rechace de verdad a Dios de esa manera? La verdad que es difícil
pensar que esto suceda, ¿pero estamos tan seguros de que nadie lo haga? ¿Estamos
seguros de no rechazarlo nosotros, por elegirnos a nosotros mismos antes que a
El?
Así que
pienso que en esta enseñanza del infierno se trata de varias cosas: de la
seriedad de nuestra relación con Dios, o sea el vivir de verdad nuestra
Religión; se trata también de la tremenda realidad y responsabilidad de ser
personas libres, se trata de que nosotros mismos nos tomemos en serio; y se
trata de la necesidad vital de elegir a Dios, porque sin El no somos más que
vacío. El infierno será eso estar siempre asomado al vacío, donde no hay sentido
y todo es tremendamente frío.
Pero
Jesucristo por su misericordia nos ha salvado, con tal de que lo aceptemos de
verdad, de que lo sigamos, de que hagamos de El nuestro Camino, nuestra Verdad
y nuestra Vida.
Adolfo Franco, SJ