La trama empieza con
un arpa y acaba con un asesinato.
Empieza con la búsqueda de una propietario: el de la casa
número 3 de una calle de Cambridge cuyo nombre no conviene especificar.
El señor y la señora R. –con domicilio en Londres y al
servicio de este reportero- no encuentran el nombre ni el teléfono del
propietario en el listín, pero averiguan la identidad de la antigua dueña: una
tal C. M., folk organizar de la Cambridge Harp Association.
Primera llamada a Cambridge… 012233… Hello… ¿Señora C. M.?...
Y la arpista informa amablemente a la señora R. de que la casa ya no es suya,
que hace cinco años la vendió al señora y la señora W. M., cuya identidad
tampoco desvelaremos: más tarde sabremos por qué.
Como los W. M. no figuran en el listín, solo hay una manera
de entrar en la casa: comprar un billete de avión, plantarse en Cambridge y
llamar al timbre…
Ring, ring… Nadie abre la puerta… Riiiiiing, riiiiiig…
Parece que el señor y ña señora W. M. no están en casa ¿Estarán paseando en
bicicleta por la orilla del rio Cam?
Tengo tiempo… Me recuesto en la valla del jardín y el fotógrafo
se entretiene con un gato negro.
Observo la fachada de la casa, pienso en el año 1932 e
imagino a Choudhary Rahmat Ali entrando ansioso por la puerta… Miro por la
ventana y lo veo pasando a limpio la palabra que acaba de inventarse caminando
por la orilla del Támesis –según una versión- o sentado en el piso superior de
un autobús londinense –dice otra versión que los hechos-: P de Punjab, A de
Afgania, K de Kasmir (Cachemira), S de Sind y tan de Baluchistan… O sea,
Pakstan… Unos años después intercalará estratégicamente la I de Irán y la
palabra le quedará redonda… Pakistán.
Así, como un Scrabble, surgió el nombre del país más
inestable de todo los que poseen la bomba atómica, inventado por un estudiante
de Derecho nacido en el Punjab y alumno del Emmanuel College de Cambridge.
Rahmat Ali vivía en esta casa y desde aquí, el 28 de enero
de 1933, lanzó el manifiesto Now or never: la idea de un gran Estado para los
musulmanes en el norte de India. No era el único en tener una ocurrencia que provocaría
el mayor desplazamiento de población de la historia, pero nuestro inquilino, además
de inventar el nombre, ya defendía el sueño con radicalidad cuando Mohamed Ali Yinnah
–el padre oficial de Pakistán- aún creía en la unidad entre hindúes y
musulmanes.
Sigo recostado en la valla de su jardín y me lo imagino en
1948 saliendo por la puerta con una maleta. Un año después de la creación de Pakistán
se instaló en Lahore y Pakistán no le gusto: tenía menos territorio del que él
había propuesto. Sus criticas alarmaron el establishment y fue invitado a
abandonar el país… ¡A él, que había inventado el nombre de Pakistán, le
quitaban el pasaporte pakistaní!... Y lo imagino entrando de nuevo por la
puerta de su casa, y no como el señor y la señora W. M., que siguen sin
aparecer…
Miro el buzón y está repleto de cartas: deben de estar de
viaje, y dejo una nota para que se pongan en contacto con los señores R.
En el tren de regreso a Londres, una doble página en The
Sunday Times me explica “Cómo Occidente provocó la pesadilla nuclear en
Pakistán”, pero de la casa donde surgió esta pesadilla sólo me llevo a
Barcelona la imagen de un gato negro.
Pasan las semanas, los W. M. no dan señales de vida y en la
trama entra el señor D., otro servidor local residente en Londres: un día se
acerca a Cambridge y llama al timbre de la puerta para ver qué pasa… Ring, ring…
Riiiiiing, riiiiiig… Y algo se mueve… Algo húmedo… El señor D. ha pillado a la
señora W. M. en la ducha: ella mantiene entreabierta la puerta con el cuerpo
cubierto por una toalla y él le explica el interés del Barcelona’s largest
newspaper por su casa.
- Mejor llame cuando a mi marido dentro de unos días –contesta
muy amablemente la señora W. M. pasándole el teléfono de contacto.
Informado con diligencia por el señor D., apunto en la
agenda: llamar a Cambridge después de Navidad… Pasa el día 25 de diciembre,
llega el 27 y, esa mañana, la onda expansiva de una bomba estrella la sien de
Benazir Bhutto –pierde masa encefálica- contra el techo metálico de su coche…
El día perfecto, pienso espantado, para telefonear a la calle donde se inventó “el
lugar más peligroso del mundo”,
como describe The Economist a Pakistán… Now or never… 004412235…
- Buenas tardes… ¿Señor W. M.? –pregunto antes de
presentarme e insinuar si podríamos tomarle una foto en el salón de la casa
sorbiendo una taza de té.
- Me halaga enormemente su interés, pero no me parece
prudente difundir la dirección…
- ¿Por motivos de seguridad?
- Sí, y menos
aún después del asesinato de Bhutto. No me gustaría que mi casa se convirtiera
en una atracción turística… Gente haciendo fotos en la puerta…
- ¿Conocía la
historia de la casa cuando la compró?
- La verdad
es que no, un vecino nos la contó cuando estábamos haciendo la mudanza.
Converso con
el señor W. M. sobre Rahmat Ali –murió de gripe en 1951, arruinado, poco
después de dejar la casa- hasta que se produce un silencio… Algo intriga al
hombre que guarda en su sala de estar el secreto de Pakistán.
- Oiga, usted
que es periodista… ¿Quién puede haber asesinado a Benazir Bhutto?
La casa donde de se inventó Pakistán. Otra forma de ver las guerras. Páginas 25-27. Plácid García-Planas. Península. Barcelona, España - 2010.
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