Si
algo resulta notorio al pasear estos días por la Plaza Roja de Moscú es
que Perú ha vuelto a un Mundial después de 36 años, tiempo suficiente
para que muchos jóvenes futboleros de este mundo globalizado no tengan
ni idea de qué representa la Blanquirroja.
“¡Ah,
Perú! Es bonita su camiseta, no la conocía, se parece un poco a la de
Rusia”, decía con sinceridad cosaca Olya, una moscovita profesora de
inglés y admiradora tanto del argentino Messi como de Ígor Akinféyev,
ídolo de la portería del CSKA Moscú y de la selección de su país.
Olya,
que acababa de grabar con su teléfono a un grupo de hinchas mexicanos
cantando “Cielito lindo” en las inmediaciones del Kremlin, tiene
veintinueve años. Nació durante las eliminatorias para Italia 90, es
decir, el segundo de los ocho mundiales a los que Perú no logró
clasificar entre España 82 y Rusia 2018.
Ocho
mundiales sin ir. Para los peruanos que lo vivieron, el Mundial de
España parece que fue ayer, pero no fue ayer. En ese tiempo, los que
eran adultos se hicieron mayores, los niños se hicieron adultos, los
mayores tuvieron nietos. Treinta y seis años podrá ser un suspiro en la
historia de la humanidad. En la historia de la peruanidad futbolera, ha
sido más bien un larguísimo lamento.
Las peruanas Katherine Fourment y Sandra Brito también se cuentan entre
los aficionados que no vieron perder a su selección ante Polonia por 1 a
5 en el último partido mundialista que jugó Perú en La Coruña, el 22 de
junio de 1982. Antes había empatado con Camerún y con la Italia que
salió campeona en esa Copa del Mundo. La derrota fue una sorpresa y,
para muchos peruanos, una vergüenza inexplicable: el llanto que dio
inicio a treinta y seis años de tristezas y frustraciones futboleras.
Fourment
y Brito, muy jovencitas las dos, son amigas del colegio y del barrio
limeño de San Miguel. Fourment estudia un doctorado en Psicología en
Holanda. Brito, que sigue viviendo en Lima, la fue a recoger al país de
los tulipanes y de ahí volaron juntas a Rusia. A hinchas como ellas, el
bochornoso 1 a 5 ante Polonia, ¿qué les puede importar?
A
Rusia han venido con la ilusión de ser parte de la historia. O sea,
parte de la historia de su país en positivo: otra historia. Como las
decenas, centenares, ¡miles!
de peruanos que uno se encuentra a cualquier hora paseando por las
calles más céntricas de Moscú en vísperas de que empiece el Mundial.
“Hay nervios y hay ansiedad”, admitió
el mediocampista peruano Yoshimar Yotún en la primera conferencia de
prensa que dio su selección, concentrada en el hotel Sheraton de la
capital rusa, a la espera del viaje a Saransk donde este sábado 16
debutará ante Dinamarca.
Es
lo más honesto y probablemente sea lo mejor que se puede decir desde el
vestuario de este joven y esforzado equipo peruano que las ha visto de
todos los colores para llegar a Rusia.
Para
empezar, fue la selección sudamericana que más se benefició con los
puntos pleiteados por Chile tras la inclusión indebida de un jugador
paraguayo nacionalizado boliviano en los partidos que Bolivia jugó ante
chilenos y peruanos. Chile, que había empatado ese partido, sumó dos
puntos; Perú, tres. Hasta la Argentina de Messi casi se queda sin
boletos para Rusia tras esa suma de puntos para chilenos y peruanos
conseguidos “en mesa”.
También
fue la que, al quedar quinta en Suramérica y no clasificar directamente
al Mundial, tuvo que jugar dos partidos extra de repechaje ante la
limitada pero dura selección de Nueva Zelanda. Habrá quien diga que eso
fue como apartar un guijarro del camino después de haber corrido una
maratón.
No
necesariamente. Australia, otra selección de Oceanía, estuvo a un
suspiro de eliminar a Argentina en el repechaje para Estados Unidos 94
antes de conseguirlo finalmente a costa de Uruguay para la Copa del
Mundo de Alemania 2006. Allí, además, los australianos llegaron a
octavos de final, y la extraordinaria Italia de Pirlo, Totti y Del Piero
solo les pudo ganar con un gol de penal en los descuentos.
Pero
lo peor, con diferencia, fue la telenovela que acabó protagonizando
Paolo Guerrero tras dar positivo en una prueba de dopaje. Guerrero no
solo es el goleador histórico de Perú: es el capitán y líder
futbolístico y emocional de este equipo entrenado por el argentino
Ricardo Gareca.
Con
él en la cancha, no es que Perú juegue estéticamente mejor, sino que se
vuelve un equipo más eficaz, diseñado para que al rival todo le cueste
el doble. Guerrero es así, un incordio batallador y efectivo, un
futbolista que le saca lustre a su premonitorio apellido.
A principios de noviembre, la FIFA lo inhabilitó por un año tras hallarle benzoilecgonina,
el primer metabolito en que se convierte la cocaína cuando ingresa al
organismo. Guerrero negó haber consumido la droga, adujo que se debía a
una infusión que había bebido de una tetera que antes podría haber
contenido mate de coca, y le redujeron el castigo a seis meses, con lo
que —sacando cuentas— sí iba a jugar en el Mundial.
Sin
embargo, en mayo de este año, cuando el delantero ya se entrenaba para
jugar en Rusia, el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) resolvió que la
inhabilitación debía ser de catorce meses. Todo volvía como al
principio, solo que peor, con el Mundial a la vuelta de la esquina. La
cereza cayó hace unos días, a escasas dos semanas del evento, cuando el
Tribunal Federal de Suiza suspendió
de forma provisional la sanción impuesta por el TAS, de tal manera que
Guerrero sí podrá jugar en Rusia 2018, pero con un futuro incierto a
partir de 2019.
Por
eso, que Yotún admita que “hay nervios y ansiedad” le viene bien a
Perú. No porque el decirlo rebaje esas emociones por demás comprensibles
en un equipo con una edad promedio de 27 años, sino porque el primer
paso para superar una dificultad es reconocer que existe. A
continuación, el mismo jugador reveló la fórmula de él y sus compañeros
para contrarrestar esa ansiedad: “el chacoteo”. Es decir, buen rollo
para gastarse bromas y tomarse el pelo unos a otros.
Hay
algo que los jugadores peruanos también han dicho quizá sin darse
cuenta. Han contado que en el Sheraton de Moscú duermen en habitaciones
individuales y por eso se buscan a la hora de las comidas y aprovechan
los trayectos a los entrenamientos en el Arena Jimki para conversar y
bromear, “tratando de estar el mayor tiempo juntos”.
Los
peruanos que hoy tienen edad para recordar España 82 saben al menos
tres cosas. Saben que los albergues elegidos para la concentración de
Perú en ese Mundial no es que no fueran el Sheraton, sino que algunos ni
siquiera cubrían las necesidades básicas de una selección mundialista.
También
saben que los jugadores peruanos llegaron a España sin piernas, con el
cuerpo y los ánimos destrozados tras una exigente gira de diecisiete
partidos llamada “de los tres continentes”, orientada más a recaudar
dinero exhibiendo a una selección bonita de ver que a preparar realmente
al equipo para una Copa del Mundo.
Y,
lo último pero no menos importante, que las ganas de estar “el mayor
tiempo juntos” no era el espíritu que dominaba a esos futbolistas mal
gestionados entre los que había dos dieces disputándose la batuta del
equipo: uno (Julio César Uribe) en plena eclosión de su talento a sus
veintipocos años, y otro (Teófilo Cubillas) a un paso de jubilarse en su
tercer Mundial tras su brillante aparición en México 70.
Por
todo esto emociona ver a tantos peruanos paseando por las calles de
Moscú a pocas horas de que empiece el Mundial de Rusia 2018. No son tan
coloridos como los colombianos, que al amarillo, azul y rojo de su
bandera suelen sumar plumas y máscaras de cóndores. Tampoco tan
cantarines como los mexicanos, que a poco que se les acerque una cámara
se abrazan y se ponen a cantar rancheras y a gritar “¡Viva México!” con
acento de Jorge Negrete o Amanda del Llano. Ni tan gritones como los
argentinos ni gregarios como los saudíes.
En
las caras de los peruanos y peruanas hay una mezcla de alegría, orgullo
y perplejidad. Los dos primeros sentimientos son explicables. Al
clasificar a Rusia 2018 y detener la maldición de 36 años, la selección
peruana dirigida por Gareca ha renovado la capacidad de los peruanos de
creer en que, pese a todo, pueden hacer algo juntos.
A
eso se suma que en el concierto de inauguración del Mundial había otro
peruano célebre: el tenor Juan Diego Flórez. Cuando Flórez se lanzó
con el primer solo de la famosa composición rusa Kalinka acompañado de
otras primeras voces de la lírica mundial como Plácido Domingo, Anna
Netrebko o Aida Garifullina, los que aún daban vueltas por las
inmediaciones de la Plaza Roja se detuvieron, conmovidos.
No
lo podían oír, pero lo seguían a través de las redes sociales y del
canal de YouTube de Russia Today que transmitía el concierto en directo.
Las
caras de perplejidad tienen que ver con la sensación de estar haciendo
historia. La paradoja de los hechos considerados históricos es que
refutan justamente lo que la historia está acostumbrada a repetir. En
eso está este nuevo Perú que por estos días pasea por la Plaza Roja.
Fuente: https://www.nytimes.com
CADENA DE CITAS
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