martes, 22 de agosto de 2017

Letra 239: Sinfonía Nº 3 en mi bemol mayor Op. 97 “Renana” de Robert Schumann


ROBERT SCHUMANN

(Zwickau, 8 de junio de 1810-Endenich, hoy en día Bonn, 29 de julio de 1856) fue un compositor y crítico musical alemán del siglo XIX. Es considerado uno de los más grandes y representativos compositores del Romanticismo musical. Su vida y obra reflejan en su máxima expresión la naturaleza del Romanticismo: pasión, drama y alegría. En sus obras, de gran intensidad lírica, confluyen una notable complejidad musical con la íntima unión de música y texto.

SINFONÍA Nº 3 EN MI BEMOL MAYOR OP. 97 “RENANA”

Lamentablemente, la obra sinfónica de Robert Schumann siempre ha estado puesta en entredicho debido a la superioridad creativa de sus obras para piano y lieder, por una parte, y a la “discreta” orquestación de sus composiciones, asunto este que ha dado mucho que hablar y que ha provocado no pocas polémicas y discusiones en los ambientes musicales. Schumann no siguió las huellas que marcaron Beethoven y Schubert, ni tampoco las poemáticas de Berlioz o Liszt, sino que dictó un discurso propio, muy próximo al de su gran amigo Mendelssöhn, aunque sin quizás alcanzar sus cotas estéticas. Pero, pese a ello, lo más extraordinario de la obra sinfónica de Schumann es que preparó el terreno a Brahms en un ejercicio que, sin apartarse del todo de las formas clásicas preestablecidas, tuvo como principal característica la cohesión de pequeñas células musicales que confieren unidad a la obra. De esta manera, es muy frecuente la repetición de un motivo a lo largo de toda la sinfonía o la peculiaridad de enlazar movimientos sin solución de continuidad.

Como comentamos anteriormente, la música sinfónica de Schumann ha sufrido los juicios despreciativos sobre sus procedimientos de orquestación, severamente criticados por la utilización de armonías muy poco trabajadas y de opacas sonoridades masivas, entre otras acusaciones. Pero, en lo subjetivamente cierto que pueda haber en estas arriesgadas afirmaciones, a nadie se le puede escapar que una de las mayores autoridades de la escuela alemana de dirección, el mítico Wilhelm Furtwängler, declaró en numerosas ocasiones que la instrumentación schumanniana es original, bella y, en absoluto, pobre. En mi humilde opinión, Schumann dio prioridad al enriquecimiento melódico por encima de la forma académica de orquestación, sobre todo en una época de continua innovación tecnológica de los distintos instrumentos musicales. Criticar con simpleza la pretendida carencia orquestativa de Schumann aludiendo a su poco sentido “tímbrico” es algo que puede hacerse extensivo incluso a Bruckner, de ahí lo precipitado de ciertos juicios apriorísticos sobre la manida y ya molesta idea de la “mala” orquestación de Schumann. Ciertos pasajes de su obra sinfónica (Sobre todo en la Segunda Sinfonía) son verdaderos prodigios de instrumentación.

I. Lebhaft: Vivace, en compás de 3/4 y Mi bemol mayor, arranca de manera brillante e impetuosa el tema principal, rítmicamente sincopado, y supone todo un ejemplo de monotematismo a lo largo del movimiento, sacrificando de alguna manera la variedad temática. Este precioso e inolvidable tema (al que Brahms hace un guiño en el arranque de su tercera sinfonía) es continuamente impulsado a través de las distintas secciones orquestales, frecuentemente apoyadas por los nerviosos trémolos de la cuerda. Un staccato enlaza al lírico segundo tema, expuesto por las maderas bajo la atenta escolta de la cuerda. El desarrollo posee una notable cohesión orgánica, con una elevada dosis de vitalidad rítmica que se deriva de los continuos saltos de cuarta con que arranca en sí la obra. El segundo motivo melódico no puede evitar la intromisión del tema principal a lo largo de todo el desarrollo, sobre todo cuando la trompa llama al orden jerárquico de dicho primer tema en el ecuador del movimiento. La coda no deja de ser la continuación natural de la reexposición, impregnada en todo momento por el referido monotematismo que abarca el núcleo principal del movimiento. A mi juicio, este movimiento es toda una explosión de alegría y supone, de alguna manera, un homenaje a la vieja Alemania. Uno no puede dejar de imaginar sus ríos, paisajes, leyendas… Al escuchar esta bellísima pieza.

II. Scherzo: Sehr mässig: Scherzo, en Do mayor, y originalmente titulado “Mañana en el Rin”. Realmente tiene poco de Scherzo, propiamente dicho, siendo en mayor medida un vals con variaciones. Es expuesto por violas y violoncelos y repetido posteriormente. El trío, en la menor, es una bella melodía de fuertes contrastes, llevando la voz los instrumentos de viento mientras que los bajos prolongan un continuo trémolo en do. Todo el movimiento adquiere una connotación ensoñadora que paulatinamente se va autodisolviendo.

III. Nicht schnell: Andante, en La bemol mayor. Brevísimo, tan solo 54 compases. Es una cancioncilla muy directa, presentada por la madera y elaborada por la cuerda, que sirve de transición entre los movimientos segundo y cuarto. El violín concertino adquiere un cierto protagonismo en todo el movimiento, que concluye de forma poética y sensual. Posiblemente, la exposición tan abierta de este movimiento requiera de otro movimiento “lento”, el que vendrá a continuación, y ello implica la peculiar construcción de esta sinfonía en cinco movimientos en vez de los cuatro tradicionales. Obviamente, esto no es más que una mera hipótesis.

IV. Feierlich: Maestoso, en mi bemol menor, es una magistral página sinfónica que demuestra a las claras el notable dominio del compositor en la expresión orquestal. Fue inspirado a Schumann por la contemplación de la catedral de Colonia y tiene pinceladas químicamente programáticas que anticipan, en la expresión estática de esta especie de himno, algunos pasajes de Mahler. El contrapunto, trabajadísimo y en claro homenaje a Bach, se construye en un único motivo cuya melodía progresa en cuarta ascendente. Toda la escritura musical tiene fuertes reminiscencias de la música catedralicia de fines del Renacimiento. Los trombones adquieren un trascendente protagonismo y no dejan de impresionar, ante las conmovedoras respuestas de la cuerda. (Particularmente, veo también al futuro Bruckner en esos trombones). El movimiento concluye con unos grandiosos acordes. Una de las cumbres del autor.

V. Lebhaft: Tempo de Vivace, es un movimiento, también, bellamente contrastado. Retoma al ambiente constructivo del movimiento inicial de la obra, con un tema de excepcional fuerza rítmica. El ya mencionado intervalo de cuarta sirve de armazón para el desarrollo de todo el movimiento. Preciosa atmósfera de danzas y alegría popular aunque hacia el final se recupera el motivo religioso del movimiento precedente, esta vez en modo mayor. La coda, piú vivace, es una lograda síntesis temática de toda la sinfonía, aspecto que confirma el ideal orgánico con el que Schumann elaboró su material sinfónico. La obra concluye con un brillo radiante y optimista. Es una sinfonía amable, contrastada y útil para ser escuchada en cualquier momento. Deliciosa obra.





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