CUENTO DE FRANCISCO BALLÓN AGUIRRE
Una legión de ratas apestadas desembarcó en Mollendo y desde lo alto del balcón en donde estaba Maullicio, el gato egipcio de doña Adela Coloma dueña de la panadería La Reinosa afamada por sus bizcochos y vaporosos que se saborean hasta en Punta de Bombón, les echó una miradita displicente y siguió asoleándose en sus laureles, ¿acaso molestaban la flojera de su engreimiento? Sus habilidades raticidas están lagarteadas porque él es de un lote de miches de tienda. Poco después escuchó campanadas a deshora y vio pasar unas procesiones de cadáveres en carretas sin cochero yéndose sabe Dios a dónde, y aunque se tiraba panza arriba, Adela ya no lo rascaba diciéndole las palabritas horneadas que le encantaban. Además, desaparecieron del barrio sus amigatos nocherniegos y sus bigotazos canosos le advirtieron, "¡chuy!, ¿sientes?, ¡están llorando!, aquí hay ratón enterrado me parece que eres el último de los mollicatos", pero él no atendió a los terrales de marzo en ese mayo de 1905.
Adela se volvió una santuncani. Sobaba todo el día las cuentas de un rosario que llevaba envuelto en la muñeca derecha rezando por las almas del purgatorio, y pegaba papelitos en las puertas con la frase "vade retro Satanás" y andaba cubierta con una mantilla hasta los hombros... Cierta vez cargó a Maullicio y lo metió dentro de una canasta y la tapó con una sábana y se persignó tres veces. Él maulló quejumbroso: "¡macamama malamama!" ¿Y a quien mandó Adela para rescatarlo? A Efigenia, su cocinera cañetana, la misma que él recordaba quebrándoles el toncori a los pollos, llenando baldes con sangre de chancho y cortando cabezas de pescado para el chilcano… "¡me hará la curruñao, mi s(m)uerte está (m)echada!", se dijo. Ella lo llevó bamboleando al cobertizo en donde ejecutaba sus óperas antes de aderezarlas y puso la cesta sobre una mesa de tablones que está a la sombra de un gran platanal del tipo manzano. Se amarró un pañuelo tapándose la boca (respiraba a través de la huella húmeda de sus labios) y eligió entre sus útiles de escritorio una soga, le hizo un nudo corredizo y probó que resbalara fácil, había decidido ahorcarlo. ¿Por qué escogería esa sublimación de ajusticiamiento para criminales? Con todo listo lo sacó diciéndole:
-Maullicito, Maullicito ven.
Estaba por estirarle el lazo al cuello cuando escuchó "ffuuussgfff", y ¡suas!, el gato le lamió la cara con las uñas tiñéndole el pañuelo a rojo. El grito se escuchó en todas las panaderías de Islay aunque entre tantos clamores pasó desapercibido y Efigenia, con los cachetes rayados lo correteó para agradecerle, pero Maullicio prefirió cruzar la frontera de consentido a cimarrón… no pudo ejercer el noble oficio de techero porque las casas infectadas están sin techo para que miren al cielo "aireando" gérmenes o los bomberos las están quemando al son de cornetas y tambores. Adela preparó un pan de cáscara arañada llamado maugenia en recuerdo de esta época triste.
Y es que en pindingas por el serum inútil y el lazareto paupérrimo en donde nadie quiere internar a sus bubónicos, ¡es una morgue de vivientes!, a la misquirichi Junta de Sanidad se le ocurrió declarar a los gatos "bichos peligrosos" aunque sin ponerle precio a sus vidas, le salía carísimo multiplicar uno por siete, eso sí, recompensó a los estafadores que le trajeron ratas frí(t)as en sartas y al menudeo maquillando cuyes. Y cuando la peste entró a comprar pan, Adela Coloma dándose golpes de pecho no quiso dejar ninguna miga sin pudín ni cirio sin chupón, ¿quería demostrar que se puede matar para vivir sin remedio?
El calamiche inútil para la caza, la pesca y la recolección se fue por los extramuros del puerto en donde queda el popular cementerio que luce tumbas recién nacidas, cubiertas de cal y marcadas con cruces de piedra, y a las gentes funebreras cavando hondo en el descampado… el hambre le apretó el sentido de la emboscada y, ¡adorada sea Bastet!, el sigilo de sus ancestros regresó poniéndole en el menú de grillos tostados algunas lagartijas jugosas, abundantes en esta lonja plateada de la orilla del mar. Tomó agua de pantano cuidando no cortarse la lengua rasposa en los bordes afilados de los totorales y de noche miró al cosmos arreando estrellas. Después de varios días ronroneándole a los durmientes de los rieles del tren y muy tartichido, perdonó el desamor de Adela y al divisar a lo lejos las casas de los pescadores de Mejía se preguntó, "¿aquí también comerán gato?"
Arequipeñismos:
Una legión de ratas apestadas desembarcó en Mollendo y desde lo alto del balcón en donde estaba Maullicio, el gato egipcio de doña Adela Coloma dueña de la panadería La Reinosa afamada por sus bizcochos y vaporosos que se saborean hasta en Punta de Bombón, les echó una miradita displicente y siguió asoleándose en sus laureles, ¿acaso molestaban la flojera de su engreimiento? Sus habilidades raticidas están lagarteadas porque él es de un lote de miches de tienda. Poco después escuchó campanadas a deshora y vio pasar unas procesiones de cadáveres en carretas sin cochero yéndose sabe Dios a dónde, y aunque se tiraba panza arriba, Adela ya no lo rascaba diciéndole las palabritas horneadas que le encantaban. Además, desaparecieron del barrio sus amigatos nocherniegos y sus bigotazos canosos le advirtieron, "¡chuy!, ¿sientes?, ¡están llorando!, aquí hay ratón enterrado me parece que eres el último de los mollicatos", pero él no atendió a los terrales de marzo en ese mayo de 1905.
Adela se volvió una santuncani. Sobaba todo el día las cuentas de un rosario que llevaba envuelto en la muñeca derecha rezando por las almas del purgatorio, y pegaba papelitos en las puertas con la frase "vade retro Satanás" y andaba cubierta con una mantilla hasta los hombros... Cierta vez cargó a Maullicio y lo metió dentro de una canasta y la tapó con una sábana y se persignó tres veces. Él maulló quejumbroso: "¡macamama malamama!" ¿Y a quien mandó Adela para rescatarlo? A Efigenia, su cocinera cañetana, la misma que él recordaba quebrándoles el toncori a los pollos, llenando baldes con sangre de chancho y cortando cabezas de pescado para el chilcano… "¡me hará la curruñao, mi s(m)uerte está (m)echada!", se dijo. Ella lo llevó bamboleando al cobertizo en donde ejecutaba sus óperas antes de aderezarlas y puso la cesta sobre una mesa de tablones que está a la sombra de un gran platanal del tipo manzano. Se amarró un pañuelo tapándose la boca (respiraba a través de la huella húmeda de sus labios) y eligió entre sus útiles de escritorio una soga, le hizo un nudo corredizo y probó que resbalara fácil, había decidido ahorcarlo. ¿Por qué escogería esa sublimación de ajusticiamiento para criminales? Con todo listo lo sacó diciéndole:
-Maullicito, Maullicito ven.
Estaba por estirarle el lazo al cuello cuando escuchó "ffuuussgfff", y ¡suas!, el gato le lamió la cara con las uñas tiñéndole el pañuelo a rojo. El grito se escuchó en todas las panaderías de Islay aunque entre tantos clamores pasó desapercibido y Efigenia, con los cachetes rayados lo correteó para agradecerle, pero Maullicio prefirió cruzar la frontera de consentido a cimarrón… no pudo ejercer el noble oficio de techero porque las casas infectadas están sin techo para que miren al cielo "aireando" gérmenes o los bomberos las están quemando al son de cornetas y tambores. Adela preparó un pan de cáscara arañada llamado maugenia en recuerdo de esta época triste.
Y es que en pindingas por el serum inútil y el lazareto paupérrimo en donde nadie quiere internar a sus bubónicos, ¡es una morgue de vivientes!, a la misquirichi Junta de Sanidad se le ocurrió declarar a los gatos "bichos peligrosos" aunque sin ponerle precio a sus vidas, le salía carísimo multiplicar uno por siete, eso sí, recompensó a los estafadores que le trajeron ratas frí(t)as en sartas y al menudeo maquillando cuyes. Y cuando la peste entró a comprar pan, Adela Coloma dándose golpes de pecho no quiso dejar ninguna miga sin pudín ni cirio sin chupón, ¿quería demostrar que se puede matar para vivir sin remedio?
El calamiche inútil para la caza, la pesca y la recolección se fue por los extramuros del puerto en donde queda el popular cementerio que luce tumbas recién nacidas, cubiertas de cal y marcadas con cruces de piedra, y a las gentes funebreras cavando hondo en el descampado… el hambre le apretó el sentido de la emboscada y, ¡adorada sea Bastet!, el sigilo de sus ancestros regresó poniéndole en el menú de grillos tostados algunas lagartijas jugosas, abundantes en esta lonja plateada de la orilla del mar. Tomó agua de pantano cuidando no cortarse la lengua rasposa en los bordes afilados de los totorales y de noche miró al cosmos arreando estrellas. Después de varios días ronroneándole a los durmientes de los rieles del tren y muy tartichido, perdonó el desamor de Adela y al divisar a lo lejos las casas de los pescadores de Mejía se preguntó, "¿aquí también comerán gato?"
Arequipeñismos:
- lagarteadas/tiradas al sol; miches/gatos;
- miches de tienda/a los apoltronados en sus casas;
- ¡chuy!/¡oye!;
- santuncani/santurrona;
- macamama/traidor(a);
- toncori/cuello;
- ¡suas!/¡zas!;
- correteó/persiguió;
- techero/vive en los techos;
- pindingas/ascuas;
- misquirichi/tacaña;
- calamiche/gato calato;
- tartichido/emocionado, conmovido.
MAS INFORMACION
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