DE FRANCISCO BALLÓN AGUIRRE
Las mujeres con sus niños se habían escondido y los hombres aguaitaban desde lejos los movimientos de los soldados acabaditos de llegar que hacían los preparativos para quemar la estación del tren. Los militares notaron que en el techo de una casa del malecón flameaba una bandera, "un fortín enemigo", supusieron, y su jefe mandó a ocuparla. La tropa tocó la puerta con unos delicados patadones y sacaron a culatazos al dueño que de ingenuo o imaginativo creyó que no lo encontrarían al fondo de la huerta. El teniente ordenó a su soldadesca:
-Quémela y fusilen al espía.
Empaparon con kerosene la casa que era de madera y saliendo de ahí el teniente vio en un cuadro pintado al óleo que colgaba de la pared un rostro que lo intrigó sin saber por qué. Detuvo la ejecución y mandó a un huaso a que pregunte al prisionero, cuestión que sonó así:
-¿Vo cachay a este futre, güeón?
El prisionero nunca había visto el cuadro iluminado de frente por el sol y, ¿quizá requintando por perder sus últimos instantes de vida en averiguaciones históricas?, se le trabó la lengua, nada que otro culatazo que lo dobló no pudiera remediar.
-Y sí, es mi tío agüelo -soltó la voz y tosió sangre aguada.
Al escucharlo el teniente remiró el cuadro y él mismo le preguntó:
-Si los de por aquí son pescadores, entonces, ¿éste también?
-Es una leyenda.
Aumentó su interés.
-¡A ver suéltala!
-Viajaba en un vapor que empezó a hundirse y arriesgando su pellejo salvó a un hombre quien llegaría a ser su cuñado, y es que se enamoró de la hermana de aquel con solo verla y ella de él. El día que se comprometieron de gran novedad se tomaron una foto, pero un mes después la viruela loca se desató y a ella la contactó de veras. Y aunque él la cuidó día y noche sin importarle el contagio ya se sabe que cuando la infecta pesca no suelta ni da su anzuelo a torcer y la cruzó a la otra orilla. Él, inconsolable, peló cebolla con los ojos hasta mucho después de enterrarla y de tanta pena se le vació el corazón o lo chapó la nerviada o sabe Dios, y se quedó sin ánimo para respirar. Y el cuñado que debía su vida al joven con quien compartía la desgracia, ¿acaso iba a duplicar el luto y dejar que la melancosa se tragara a su amigo? ¡Y no pué! Sedado lo embarcó en el bergantín Oriflama de vuelta a su tierra y cuando mi tío agüelo despertó estaba en Mollendo, y en lugar de subir a Arequipa se puso a caminar por la orilla de esta playa interminable que va al sur y llegó a Mejía, saludó a los pescadores, recuperó las fuerzas y construyó esta casa que yo heredé. De aquí se iba para allá, a esas peñas que están al frente, el Tiro Alto, esa isla de rocas anaranjadas en donde se trinchan los mejores pejesapos del mundo…
-¡Larga la leyenda, mierda!
-Iba a ver las puestas de sol y cierta vez entre la espuma y la lluviecita que se crea cuando la furia del mar chanca a las olas que lo molestan, ¡vio el rostro de ella!, su amada, la muertita. Y en una de tantas ya no aguantó más y se tiró de lo alto para estar con ella. En las tardes los novios aparecen dibujados en el velo de la salpicadera que la rompiente levanta, porque parece que ái mismo esos dos se quedaron a vivir.
-¿Y vos los has visto?
-De papón, aunque no me la creo.
-¿Y por qué no?
-Ella no lo jalaría a la ilusión.
-Pero soñaría estar con él.
-¿Y si a lo mejor ahí se salvaron?
-¿Murieron o no? ¡Qué corneta es esta!
El teniente instaló su cuartel en la casa del prisionero y al atardecer lo llevó al Tiro Alto, a donde se llega fácilmente con un bote cualquiera y hasta hay días en que se puede trepar a pie cuando al oleaje le da la gana de retirarse o tiene cosas que hacer en otra parte.
-Aquí -dijo el prisionero señalando una especie de banca tallada en las rocas.
El sitio donde su tío agüelo miraba la puesta de sol. Aunque el mar no estaba picado traía olas colmadas y les pegaba lapazos contra el Tiro Alto mojándolas en sílabas libres y resbalándolas, ñutas, sobre las peñas brillantes. Estaban pelándose de frio hasta que el prisionero se atrevió a remover lo obvio:
-¿Qué hacemos, teniente?
-Cateando. Si lo que vos decís es cierto salvas el pellejo sino te fusilo al amanecer, total solo puedes ganar… ya deberías estar muerto.
El civil sudaba a pesar del frío y estuvo a punto de tirarse al mar, pero con las manos amarradas se ahogaría:
-¡Elay! -gritó emocionado.
-¿Dónde?
-¡Metidos en el tul!
-¡¿Cuál?!
-El de esa ola que recién saltó.
-No vi nada po.
Y al rato otra vez el prisionero:
-¡Son ellos!
-No hay nadie.
-¡En la cortin'espuma!
-No los veo, güeón, ¿dónde?
-Es un instante nomá...
Cayó el crepúsculo y cada uno siguió viendo lo que miraba. El teniente se cansó y regresaron sin cruzar palabra y para no alargar la agonía:
-Fusílenlo -ordenó.
Y lo pusieron de espaldas al acantilado, un espacio entre las gradas que bajan a la playa y las brasas humeantes de lo que fue la estación del tren en donde algunos soldados se frotaban las manos para calentarlas, y lo asesinaron… El contingente estaba listo a partir cuando llegó la orden de poner una luz en un punto que sirviera de faro para guiar a los barcos que zarpaban esa noche, "en el Tiro Alto", pensó el teniente, y regresaron llevando dos faroles a carburo del ferrocarril. Mientras sus militronches armaban la cosa él se sentó en el asiento de piedra a ver el mar, y por un instante en el efímero telón de espuma vio al hombre del cuadro, por quien interrogó al prisionero, con su prometida:
-¡Ella! -gritó.
Era su tía agüela. Los aparecidos sonreían igual como posaron para la foto de su compromiso, la que el teniente miró tantas veces porque estaba en la sala de su agüelo en Valparaíso, y al volver de la guerra, por vergüenza, no contó nada.
Arequipeñismos: agüelo(la)/abuelo(la); nerviada/enfermar de los nervios; melancosa/atrapado en la melancolía; ái/ahí; papón/suertudo; ñuta/añicos; elay/he ahí; lapazo/bofetón; nomá/no más; militronche/despectivo de militar.
Las mujeres con sus niños se habían escondido y los hombres aguaitaban desde lejos los movimientos de los soldados acabaditos de llegar que hacían los preparativos para quemar la estación del tren. Los militares notaron que en el techo de una casa del malecón flameaba una bandera, "un fortín enemigo", supusieron, y su jefe mandó a ocuparla. La tropa tocó la puerta con unos delicados patadones y sacaron a culatazos al dueño que de ingenuo o imaginativo creyó que no lo encontrarían al fondo de la huerta. El teniente ordenó a su soldadesca:
-Quémela y fusilen al espía.
Empaparon con kerosene la casa que era de madera y saliendo de ahí el teniente vio en un cuadro pintado al óleo que colgaba de la pared un rostro que lo intrigó sin saber por qué. Detuvo la ejecución y mandó a un huaso a que pregunte al prisionero, cuestión que sonó así:
-¿Vo cachay a este futre, güeón?
El prisionero nunca había visto el cuadro iluminado de frente por el sol y, ¿quizá requintando por perder sus últimos instantes de vida en averiguaciones históricas?, se le trabó la lengua, nada que otro culatazo que lo dobló no pudiera remediar.
-Y sí, es mi tío agüelo -soltó la voz y tosió sangre aguada.
Al escucharlo el teniente remiró el cuadro y él mismo le preguntó:
-Si los de por aquí son pescadores, entonces, ¿éste también?
-Es una leyenda.
Aumentó su interés.
-¡A ver suéltala!
-Viajaba en un vapor que empezó a hundirse y arriesgando su pellejo salvó a un hombre quien llegaría a ser su cuñado, y es que se enamoró de la hermana de aquel con solo verla y ella de él. El día que se comprometieron de gran novedad se tomaron una foto, pero un mes después la viruela loca se desató y a ella la contactó de veras. Y aunque él la cuidó día y noche sin importarle el contagio ya se sabe que cuando la infecta pesca no suelta ni da su anzuelo a torcer y la cruzó a la otra orilla. Él, inconsolable, peló cebolla con los ojos hasta mucho después de enterrarla y de tanta pena se le vació el corazón o lo chapó la nerviada o sabe Dios, y se quedó sin ánimo para respirar. Y el cuñado que debía su vida al joven con quien compartía la desgracia, ¿acaso iba a duplicar el luto y dejar que la melancosa se tragara a su amigo? ¡Y no pué! Sedado lo embarcó en el bergantín Oriflama de vuelta a su tierra y cuando mi tío agüelo despertó estaba en Mollendo, y en lugar de subir a Arequipa se puso a caminar por la orilla de esta playa interminable que va al sur y llegó a Mejía, saludó a los pescadores, recuperó las fuerzas y construyó esta casa que yo heredé. De aquí se iba para allá, a esas peñas que están al frente, el Tiro Alto, esa isla de rocas anaranjadas en donde se trinchan los mejores pejesapos del mundo…
-¡Larga la leyenda, mierda!
-Iba a ver las puestas de sol y cierta vez entre la espuma y la lluviecita que se crea cuando la furia del mar chanca a las olas que lo molestan, ¡vio el rostro de ella!, su amada, la muertita. Y en una de tantas ya no aguantó más y se tiró de lo alto para estar con ella. En las tardes los novios aparecen dibujados en el velo de la salpicadera que la rompiente levanta, porque parece que ái mismo esos dos se quedaron a vivir.
-¿Y vos los has visto?
-De papón, aunque no me la creo.
-¿Y por qué no?
-Ella no lo jalaría a la ilusión.
-Pero soñaría estar con él.
-¿Y si a lo mejor ahí se salvaron?
-¿Murieron o no? ¡Qué corneta es esta!
El teniente instaló su cuartel en la casa del prisionero y al atardecer lo llevó al Tiro Alto, a donde se llega fácilmente con un bote cualquiera y hasta hay días en que se puede trepar a pie cuando al oleaje le da la gana de retirarse o tiene cosas que hacer en otra parte.
-Aquí -dijo el prisionero señalando una especie de banca tallada en las rocas.
El sitio donde su tío agüelo miraba la puesta de sol. Aunque el mar no estaba picado traía olas colmadas y les pegaba lapazos contra el Tiro Alto mojándolas en sílabas libres y resbalándolas, ñutas, sobre las peñas brillantes. Estaban pelándose de frio hasta que el prisionero se atrevió a remover lo obvio:
-¿Qué hacemos, teniente?
-Cateando. Si lo que vos decís es cierto salvas el pellejo sino te fusilo al amanecer, total solo puedes ganar… ya deberías estar muerto.
El civil sudaba a pesar del frío y estuvo a punto de tirarse al mar, pero con las manos amarradas se ahogaría:
-¡Elay! -gritó emocionado.
-¿Dónde?
-¡Metidos en el tul!
-¡¿Cuál?!
-El de esa ola que recién saltó.
-No vi nada po.
Y al rato otra vez el prisionero:
-¡Son ellos!
-No hay nadie.
-¡En la cortin'espuma!
-No los veo, güeón, ¿dónde?
-Es un instante nomá...
Cayó el crepúsculo y cada uno siguió viendo lo que miraba. El teniente se cansó y regresaron sin cruzar palabra y para no alargar la agonía:
-Fusílenlo -ordenó.
Y lo pusieron de espaldas al acantilado, un espacio entre las gradas que bajan a la playa y las brasas humeantes de lo que fue la estación del tren en donde algunos soldados se frotaban las manos para calentarlas, y lo asesinaron… El contingente estaba listo a partir cuando llegó la orden de poner una luz en un punto que sirviera de faro para guiar a los barcos que zarpaban esa noche, "en el Tiro Alto", pensó el teniente, y regresaron llevando dos faroles a carburo del ferrocarril. Mientras sus militronches armaban la cosa él se sentó en el asiento de piedra a ver el mar, y por un instante en el efímero telón de espuma vio al hombre del cuadro, por quien interrogó al prisionero, con su prometida:
-¡Ella! -gritó.
Era su tía agüela. Los aparecidos sonreían igual como posaron para la foto de su compromiso, la que el teniente miró tantas veces porque estaba en la sala de su agüelo en Valparaíso, y al volver de la guerra, por vergüenza, no contó nada.
Arequipeñismos: agüelo(la)/abuelo(la); nerviada/enfermar de los nervios; melancosa/atrapado en la melancolía; ái/ahí; papón/suertudo; ñuta/añicos; elay/he ahí; lapazo/bofetón; nomá/no más; militronche/despectivo de militar.
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