CUENTO DE FRANCISCO BALLÓN AGUIRRE
Sobrio, como la tierra en que se prende…
Finge un pobre con traje dominguero…
un ser huraño y singular y austero…
Francisco Mostajo
Una enredadera de nueces sale del horno perfumando a la cocina.
-Gabrielito, si vas a la casa de la abuelita y me traes la caja que está en el cuarto de las cosas viejas te doy una porción doble de la torta que estoy haciendo.
-Ya pué mamá, voy.
Caminó la media cuadra jugando a no pisar las rayas de la vereda y abrió el portón macizo que se deslizó suave por los años de continuo trajín. Pasó por un patio tapizado con rombos de canto rodado y sillar y empolvado por la sequía; al fondo se ve la huerta en donde paraba de chiquito. Entró a la guarida de las sillas cojas sin bastón, los baúles repletos de estar hartos, los sombreros asoleados en la oscuridad… había algo tirado en el olvido. "¿Un vidrio de ventana o un cuaderno transparente?", pensó. Era pequeño y ligero, sin tirar prosa de ser lo que no era. Lo puso sobre la caja…
-Gracias hijo, déjala ahí, mañana pasa el basurero.
Dejó la caja y a la cosa aquella la guardó en su cuarto. Esa noche aburrido de ver lo de siempre se acordó del hallazgo y quiso usarlo de deslizador para el ratón de la computadora, pero no sirvió, y al sacarlo notó que un polvito azul empañaba al cristal dibujándole letras, como si fuera una botella rellena con arena que en vez de un mensaje tiene un paisaje, y leyó: Yo, Molle. "¿Qué?" Al trasluz las dos palabras se trasparentaban en las paredes, la cama, el ropero… parecían tules delicadamente recortados, "¡qué raro!", la ilusión le encantó. Entonces fue cuando:
-¡Gabrielito ven! El ají de lacayote se enfría -lo llamó su mamá.
Acabó rapidísimo y ni reclamó la torta de nueces. Regresó volando, "¿será el título de una historia, lo podré abrir?", se preguntaba. Lo puso de cabeza, de lado, lo chocoleó, le dio unos golpecitos con la yema de los dedos… nada funcionó y se acordó de unas palabras que creía mágicas:
-¡Ábrete Sésamo!
-¡Molle! ¿No sabes leer o eres Ají Babá y los cuarenta picones? -le respondió la cosa- pudiste llamarme con un cornetazo genial: ¡tuturutúúú, tuturutú Molle! O con un rocoto relleno de imaginación: ¡Molle rajaraja!
El muchacho quedó sin tiempo para sorprenderse:
-Soy Gabriel, estudio en la I, y este es Pelino que ni pica al ratón de la computadora -se refería a su gato que dormía al pié de la cama sin enterarse de nada.
-Lo tendrás muerto'e se.
-¿De sed? No, toma leche.
El molle se fijó bien.
-¡Ah él! -exclamó- somos amigos, cuando va a visitar a su novia cruza por el jardín y conversamos.
-Yo primera vez que hablo con un cuaderno -lo de "cuaderno" se le escapó.
-¡Molle!
-Es que árbol no pareces…
-Tú empezaste zumbándome el oído con eso de "ábrete sésamo" o sea que te parezco un ajonjolí, una planta, ¡pero árbol nones! ¿Quién te entiende? Ya me diste dolor de raíz.
-¿La raíz te duele? Será dolor de cabeza, a mí me da con tos.
-Mi cabeza es la raíz, está enterrada y no dándoselas de gran copa. Yo vivía tranquilísimo en la huerta abuelanga...
-¿Abuelanga? ¿De dónde sacas esa palabra?
-De la tierra, ¿o ahora te parezco un diccionario?
-Quizá tu raíz está de cabeza.
-¡Ah eres coroliso! -al Molle le disgustó que le tomara el pelo o follaje- ¿Y por qué no regaste la huerta cuando tu abuela partió? Allí vivían los texaos que curaban enclenques, ¿te acuerdas?, crecía linlicha la magnolia y dio una flor tan blanca que llenó a la luna de envidia, y la parra que se estiraba llena de racimos a los que tu abuelita forraba con papel periódico para que los tanquitas aprendieran a leer dando picotazos… -la voz se quebró como una rama seca.
El Molle echó leña a los recuerdos del joven alfeñique. Mientras, Pelino se tapó la cara con sus dos patitas y siguió arañando sueños de chungungo. Al día siguiente Gabriel se levantó tempranito, ¡oh maravilla!, y fue a la huerta que estaba hecha un terral marchito y sin ponerse a llorar por el desastre empezó a regar. Aunque la tierra en donde enraizó ya estaba húmeda, el Molle le dictó su testamento:
-A ti te dejo este poemiyo:
…si te gusta la chicha de jora, métrica, será tuya la poyética. Dejo sin mal aire a los panteones. Al viento roto en mil pedazos le quedan mis abrazos. A los huancoiros que corrí y a las polillas que lavé en aquella caja los metí. Bueno, Gabriel…
-¿Y a dónde vas?
-A dar sombra a la abuelita. ¿Sabes qué hace Tatitoy cuando un molle lonco muere? Aguaguayado, desata el quipu del juicio final y lo adelanta un minuto o dos.
Arequipeñismos:
Sobrio, como la tierra en que se prende…
Finge un pobre con traje dominguero…
un ser huraño y singular y austero…
Francisco Mostajo
Una enredadera de nueces sale del horno perfumando a la cocina.
-Gabrielito, si vas a la casa de la abuelita y me traes la caja que está en el cuarto de las cosas viejas te doy una porción doble de la torta que estoy haciendo.
-Ya pué mamá, voy.
Caminó la media cuadra jugando a no pisar las rayas de la vereda y abrió el portón macizo que se deslizó suave por los años de continuo trajín. Pasó por un patio tapizado con rombos de canto rodado y sillar y empolvado por la sequía; al fondo se ve la huerta en donde paraba de chiquito. Entró a la guarida de las sillas cojas sin bastón, los baúles repletos de estar hartos, los sombreros asoleados en la oscuridad… había algo tirado en el olvido. "¿Un vidrio de ventana o un cuaderno transparente?", pensó. Era pequeño y ligero, sin tirar prosa de ser lo que no era. Lo puso sobre la caja…
-Gracias hijo, déjala ahí, mañana pasa el basurero.
Dejó la caja y a la cosa aquella la guardó en su cuarto. Esa noche aburrido de ver lo de siempre se acordó del hallazgo y quiso usarlo de deslizador para el ratón de la computadora, pero no sirvió, y al sacarlo notó que un polvito azul empañaba al cristal dibujándole letras, como si fuera una botella rellena con arena que en vez de un mensaje tiene un paisaje, y leyó: Yo, Molle. "¿Qué?" Al trasluz las dos palabras se trasparentaban en las paredes, la cama, el ropero… parecían tules delicadamente recortados, "¡qué raro!", la ilusión le encantó. Entonces fue cuando:
-¡Gabrielito ven! El ají de lacayote se enfría -lo llamó su mamá.
Acabó rapidísimo y ni reclamó la torta de nueces. Regresó volando, "¿será el título de una historia, lo podré abrir?", se preguntaba. Lo puso de cabeza, de lado, lo chocoleó, le dio unos golpecitos con la yema de los dedos… nada funcionó y se acordó de unas palabras que creía mágicas:
-¡Ábrete Sésamo!
-¡Molle! ¿No sabes leer o eres Ají Babá y los cuarenta picones? -le respondió la cosa- pudiste llamarme con un cornetazo genial: ¡tuturutúúú, tuturutú Molle! O con un rocoto relleno de imaginación: ¡Molle rajaraja!
El muchacho quedó sin tiempo para sorprenderse:
-Soy Gabriel, estudio en la I, y este es Pelino que ni pica al ratón de la computadora -se refería a su gato que dormía al pié de la cama sin enterarse de nada.
-Lo tendrás muerto'e se.
-¿De sed? No, toma leche.
El molle se fijó bien.
-¡Ah él! -exclamó- somos amigos, cuando va a visitar a su novia cruza por el jardín y conversamos.
-Yo primera vez que hablo con un cuaderno -lo de "cuaderno" se le escapó.
-¡Molle!
-Es que árbol no pareces…
-Tú empezaste zumbándome el oído con eso de "ábrete sésamo" o sea que te parezco un ajonjolí, una planta, ¡pero árbol nones! ¿Quién te entiende? Ya me diste dolor de raíz.
-¿La raíz te duele? Será dolor de cabeza, a mí me da con tos.
-Mi cabeza es la raíz, está enterrada y no dándoselas de gran copa. Yo vivía tranquilísimo en la huerta abuelanga...
-¿Abuelanga? ¿De dónde sacas esa palabra?
-De la tierra, ¿o ahora te parezco un diccionario?
-Quizá tu raíz está de cabeza.
-¡Ah eres coroliso! -al Molle le disgustó que le tomara el pelo o follaje- ¿Y por qué no regaste la huerta cuando tu abuela partió? Allí vivían los texaos que curaban enclenques, ¿te acuerdas?, crecía linlicha la magnolia y dio una flor tan blanca que llenó a la luna de envidia, y la parra que se estiraba llena de racimos a los que tu abuelita forraba con papel periódico para que los tanquitas aprendieran a leer dando picotazos… -la voz se quebró como una rama seca.
El Molle echó leña a los recuerdos del joven alfeñique. Mientras, Pelino se tapó la cara con sus dos patitas y siguió arañando sueños de chungungo. Al día siguiente Gabriel se levantó tempranito, ¡oh maravilla!, y fue a la huerta que estaba hecha un terral marchito y sin ponerse a llorar por el desastre empezó a regar. Aunque la tierra en donde enraizó ya estaba húmeda, el Molle le dictó su testamento:
-A ti te dejo este poemiyo:
¡¿Qué?!
¿Tumbaron los pendones?
¿Ni son loncos ni son calas?
Cogollos sin portales.
¿Desdende te nevaste?
¿No eres güiñapera y sales de morada?
Antes jorían tus picantes.
Mírame.
Arequipita.
Chirguo lágrimas de molle.
…si te gusta la chicha de jora, métrica, será tuya la poyética. Dejo sin mal aire a los panteones. Al viento roto en mil pedazos le quedan mis abrazos. A los huancoiros que corrí y a las polillas que lavé en aquella caja los metí. Bueno, Gabriel…
-¿Y a dónde vas?
-A dar sombra a la abuelita. ¿Sabes qué hace Tatitoy cuando un molle lonco muere? Aguaguayado, desata el quipu del juicio final y lo adelanta un minuto o dos.
Arequipeñismos:
- lacayote/planta cucurbita, especie de calabaza;
- (de la) I/alumnos del CNIA;
- se/sed;
- nones/no;
- ubuelanga/antiquísima;
- linlicha/jovencita traviesa;
- tanquitas/gorriones;
- alfeñique/estudiante de la I;
- chungungo/nutria o gato marino;
- nevaste/malhumor;
- güiñapera/vendedora de güiñapo o maíz germinado;
- chirguo/lloro/exprimo;
- huancoiro/moscardón;
- Tatitoy/Dios;
- lonco/chacarero arequipeño;
- aguaguayado/a punto de llorar.
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