La repentina muerte del presidente iraní Ebrahim Raisi el pasado domingo ha asestado un duro golpe al régimen de los ayatolás, abocado ahora a unas elecciones fuera de plazo. Pero no sólo eso, la desaparición de Raisi plantea algunos interrogantes sobre la sucesión, y no ya sólo de la presidencia, que tendrá nuevo inquilino tras las elecciones del 28 de junio, sino especialmente del cargo más poderoso del país: el de líder supremo. Como veíamos ayer, Raisi murió en un accidente de helicóptero junto al ministro de Asuntos Exteriores. Llevaba menos de tres años en el poder y se consideraba que tras la muerte de Jamenei, que tiene ya 85 años y está enfermo, le sucedería como líder supremo de la revolución. Era sólo una suposición ya que hasta la fecha no hay ningún heredero nombrado, o ungido deberíamos decir habida cuenta del carácter religioso del cargo y del propio régimen. La doble crisis sucesoria llega en el peor momento. Tanto las elecciones como lo que venga después ocurrirá coincidiendo en el tiempo con una guerra abierta contra Israel y toda la región convulsionada por el conflicto en Gaza y sus ramificaciones. Irán tiene mucho que ver con esa convulsión ya que tanto Hamas como Hezbolá están financiadas y armadas desde Teherán. Desde hace casi medio siglo el Gobierno iraní ha actuado como el gran desestabilizador de Oriente Medio. En los últimos años, coincidiendo con el mandato de Ebrahim Raisi, ese papel se ha intensificado desembocando en un enfrentamiento directo entre iraníes e israelíes, cosa que no había sucedido hasta la fecha. Es poco probable que la muerte de Raisi altere el curso de los acontecimientos. La desestabilización de Oriente Medio y el conflicto permanente con las potencias occidentales es política de Estado en Irán. Alí Jamenei, la máxima autoridad política y religiosa del país, considera que Occidente debe ser derrotado e Israel desaparecer del mapa. Raisi, un confidente de Jamenei, se limitó a llevar esas convicciones hasta sus últimas consecuencias. Pero el líder supremo no es eterno. Su avanzada edad y maltrecha salud invitan a pensar que en no mucho tiempo el régimen tendrá que nombrar a su heredero. Eso ha hecho que las especulaciones se disparen. No hay herederos oficiales, pero si algunos oficiosos. Entre ellos el que con más fuerza suena es Mojtaba, hijo de Jamenei, un hombre de 54 años sin un solo cargo oficial pero muy bien relacionado en la cúspide. Otro sería Alireza Arafi, algo mayor (tiene 67 años) y miembro de la Asamblea de Expertos, el órgano encargado de elegir al líder supremo. La candidatura de Mojtaba va en contra de la opinión del ayatolá Ruhollah Jomeini, fundador de la República Islámica, que entendía que cualquier Gobierno dinástico era lo mismo que la monarquía de los Pahleví, destronados en 1979 por los revolucionarios. El propio Alí Jamenei dijo el año pasado que un gobierno hereditario no era compatible con la república islámica. Pero, a pesar de ello, podría suceder que Mojtaba herede el cargo de su padre. Los dirigentes iraníes nunca discuten en público sobre posibles sucesores, lo que deja en el aire la cuestión de quién gobernará el país después de la muerte de Jamenei. En eso tendrá mucho que ver quién gane las elecciones del próximo 28 de junio.
Fuente: Fernando Díaz Villanueva
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