Novelista, poeta, director de cine, referente notable de la literatura y la cultura general del último medio siglo, Paul Auster había nacido el 3 de febrero de 1947 en Newark, New Jersey. Verdadero maestro de la narración, "Baumgartner", su última novela, se había publicado recientemente -febrero- tras una dura elaboración en medio del cáncer de pulmón, que finalmente lo llevaría a la muerte, en la noche de este martes 30 de abril en Brooklyn.
“No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo. Lo único que puedo decir, y de eso estoy completamente seguro, es que he sentido tal necesidad desde los primeros tiempos de mi adolescencia. Me refiero a escribir, y en especial a la escritura como medio para narrar historias, relatos imaginarios que nunca han sucedido en eso que denominamos mundo real”. expresó alguna vez sobre su condición de escritor.
Después de cursar sus estudios en la Universidad de Columbia, donde se licenció en Literatura Inglesa y Comparada, vivió durante tres años en Francia a principios de los 70, ejerciendo varios oficios –incluyendo el de traductor– y escribiendo guiones para teatro y poesía. Revistas como el New York Review of Books y Harper’s publicaron sus primeros ensayos y críticas, y Auster alcanzó su primer reconocimiento como escritor con la publicación de La invención de la soledad (1982), obra de contenido autobiográfico.
“La invención de la soledad fue el catalizador que puso en marcha toda la carrera de Auster como novelista. La escribió tras la muerte de su padre, con el ánimo de tratar de entender quién había sido este. “¿Y qué es la ficción sino el intento de entender las vidas ajenas?”, se preguntaba Auster en cierta ocasión”, apuntó Enrique Vilas-Matas.
Le siguió el suceso de su famosa Trilogía de Nueva York (1985-1986) constituida por tres novelas: La cuidad de Cristal, Fantasmas y La Habitación cerrada. El país de las últimas cosas (1987) lo mantuvo en aquel nivel de reconocimiento y luego llegarían otros importantes títulos como El palacio de la luna (1989) y La música del azar (1990), llevada al cine por el director Philip Haas.
Su acercamiento al cine –como guionista y realizador– no detuvo su intensa labor literaria, que durante la década del 90 incluyó Leviatán (1992), El cuaderno rojo (1993), Vértigo (1994), Tombuctú (1999), el ensayo autobiográfico A salto de mata (1997). Y posteriormente El libro de las ilusiones (2002), La noche del Oráculo (2003) y Brooklyn Follies (2005), Viajes por el Scriptorium (2006), Un hombre en la oscuridad (2008), Invisible (2009) y Sunset Park (2010).
Además, es autor de varios libros de poemas, como Espacios blancos (1980), Fragmentos del frío (1988) y Cimientos (1990), entre otros, así como de El arte del hambre (1992), una recopilación de artículos y ensayos sobre literatura francesa, inglesa y estadounidense.
De firmes posiciones políticas progresistas, Auster fue un defensor de las libertades y se negó a visitar “países que no tienen leyes democráticas”. Por ejemplo, rechazó viajar a China cuando fueron encarcelados un centenar de periodistas y escritores, y tampoco aceptó invitaciones de Turquía, entre otros.
Aquellas inquietudes políticas y sociales, que siempre estaban presentes, se acentuaron a medida que avanzaba su obra. Entre vistado por Clarín en 2002 afirmó que “en Nueva York hay cada vez más gente que vive en la calle. La prosperidad de los 90 hizo aumentar los precios de los inmuebles tanto que muchos de los que se defendían con un sueldito quedaron en la calle. Todas las cosas buenas tienen alguna consecuencia terrible y me temo que lo contrario no se da: las cosas terribles en general no tienen ninguna buena consecuencia”.
Un sitio emblemático
Nueva York era un sitio emblemático en las obras de Auster, quien afirmó sobre la gran ciudad: “Es un gran experimento humano, lleno de contradicciones. Es una ciudad internacional. En lugares muy cercanos, vive gente de todo el mundo. Lo sorprendente es que, pese a la violencia ocasional de Nueva York, de los crímenes, del odio racial, la mayoría de la gente la mayor parte del tiempo hace un esfuerzo por respetar a los demás. A pesar de los problemas, yo diría que el experimento es un éxito”.
Inclusive Sunset Park, la novela publicada por Auster en 2010 y que arranca en la Florida, atraviesa Nueva York. Específicamente, Brooklyn, donde Auster y su familia se habían radicado. Aquella novela aborda un tema candente en Estados Unidos de aquel momento, el drama de quienes perdieron sus casas por la crisis de las hipotecas.
“Es una pesimista alegoría contemporánea de la vida americana bajo la espiritualidad de la bancarrota”, la definió Joyce Carol Oates. Auster explicó que “es la primera vez que escribo una novela que ocurre en el presente. Los embargos suponen algo terrible, es la imagen de la crisis”. Era un libro de notables contrastes: el EE.UU. opulento frente al de los desheredados. El EE.UU. del glamour y el EE.UU. de aquellos que ni siquiera pueden pagar el alquiler.
Auster ya había recibido el Premio Príncipe de Asturias, en Oviedo (2006). Allí expresó: “Nos hacemos mayores, pero no cambiamos. Nos volvemos más refinados, pero en el fondo seguimos siendo como cuando éramos pequeños, criaturas que esperan ansiosamente que les cuenten otra historia, y la siguiente, y otra más. Durante años, en todos los países del mundo occidental, se han publicado numerosos artículos que lamentan el hecho de que se leen cada vez menos libros, de que hemos entrado en lo que algunos llaman la ‘era posliteraria’”.
Y continuó: “Puede que sea cierto, pero de todos modos no ha disminuido por eso la universal avidez por el relato. Al fin y al cabo, la novela no es el único venero de historias. El cine, la televisión y hasta los tebeos producen obras de ficción en cantidades industriales, y el público continúa tragándoselas con gran pasión. Ello se debe a la necesidad de historias que tiene el ser humano. Las necesita casi tanto como el comer, y sea cual sea la forma en que se presenten ‘en la página impresa o en la pantalla de televisión’, resultaría imposible imaginar la vida sin ellas”.
Sin embargo, dijo que confiaba en el futuro de la novela: “Me siento bastante optimista. Hablar de cantidad no sirve de nada cuando nos referimos a los libros; porque no hay más que un lector, sólo un lector en todas y cada una de las veces. Lo que explica el particular influjo de la novela, y por qué, en mi opinión, nunca desaparecerá como forma literaria. La novela es una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector, y constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad”.
Fue uno de los múltiples reconocimientos a Auster, quien también recibió el Premio Morton Dauwen Zabel de la Academia Americana de las Artes y las Letras (1990), el Médicis de Francia a la mejor novela de un autor extranjero (1993) por Leviatán y el Independent Spirit Award al mejor guión original por Smoke (1995).
La publicación de Crane a principios de esta década fue la oportunidad para que Auster volviera a reflexionar sobre la situación política y económica de su país a la que, en algún sentido, relacionó con lo sucedido a fines del siglo XIX, justamente el período de Crane. “Hay una tremenda brecha entre ricos y pobres –afirmó en una entrevista con Clarín–. Tuvimos un largo período en el siglo XX en que los sindicatos fueron muy fuertes y había protección para los trabajadores pero en los últimos 50 años, con el neoliberalismo y la victoria del mercado, creamos las mismas desigualdades que existían entonces”.
El panorama no había mejorado: “Ahora los trabajadores son explotados de manera horrible y no tienen voz. Están mal pagados, no les alcanza la plata para vivir. Acá estamos... tantos años después, retrocediendo. Tenemos los mismos problemas raciales, las mismas tensiones sociales. En cierto modo es el mismo país en el que vivió Crane”.
Se lamentó “cómo las ideas progresistas que parecieron predominar a lo largo de mi vida se fueron erosionando. El miedo se impuso y cuando la gente está asustada se comporta de maneras inhumanas. Hay tanta locura en el aire… no sé qué va pasar.”
Cancerland
En agosto del 2023, su mujer Siri Hustvedt –también notable escritora– realizó una publicación en las redes sociales, que tituló “Otro boletín desde Cancerland”. Y, en realidad, era un parte médico, donde contaba como Auster transitaba la enfermedad.
“He guardado silencio porque el territorio aquí en Cancerland ha sido confuso y traicionero –escribió Hustvedt–. El paciente, y yo con él, hemos avanzado por el camino, nos hemos retrasado y hemos dado vuelta en círculos. No hemos alcanzado la señal que marca los límites del país: Ahora estás dejando Cancerland. Es un país grande, aun más grande de lo que pensaba”.
Y anunciaba para noviembre la salida de Baumgartner, una novela escrita en medio de ese doloroso proceso. El libro de 200 páginas condensa gran parte de su narrativa para contar la vida de un catedrático emérito de Filosofía de la Universidad de Princeton que, en algunos tramos, se presenta como el alter ego del autor. "Es un pequeño libro tierno y milagroso", contó en septiembre Hustvedt en un posteo en su cuenta de Instagram en el que confió que su marido seguía su tratamiento contra el cáncer.
Hustvedt contó que había vivido “cuarenta y dos años escribiendo con él. El mes pasado, mientras esperábamos que nos atendieran, y Paul se había ido a tomar el té, una joven se le acercó porque lo reconoció. Ella le dijo que su esposa era una gran lectora de su obra, y que también ella había comenzado a leer algunos de sus libros. Le contó que estaba en la etapa IV. Le dijo con una sonrisa: ‘Acabo de volver de Italia. Estoy viviendo mi vida’. Y luego dijo: ‘Pensamos en ti todo el tiempo. Dios te bendiga’. Cuando volvió a sentarse a mi lado, había empezado a llorar”.
La autora agregó: “Puede ser tentador considerar el cáncer un país aburrido, triste y peligroso donde nadie vive realmente, sino que solo esperas, un limbo de turnos, pruebas, drogas, escáner e infusiones que se soportarán hasta que el paciente es enviado al cielo de la vida o al infierno de la muerte. Pero esto es un error. La joven dijo: ‘Estoy viviendo mi vida’”.
Siri Hustvedt, a su vez, cuenta que, acompañando a Auster, ha entendido el modo en que brilla “la gracia” de su pareja, aun bajo la presión de la enfermedad. “Impresionante e intacto, con el humor intacto, ha hecho que este momento de su enfermedad, que ya ha durado casi un año, sea hermoso y no desagradable. Ha superado una serie de síntomas miserables tanto del cáncer como del tratamiento con una dignidad que me asombra. Ha dicho que a medida que este juicio continúa, ha pasado más y más tiempo ‘mirando en el abismo’, y me ha dicho que no tiene miedo a morir. Tengo miedo de morir, así que al escuchar esto, me humilla”.
“Juntos –agregó– hemos presenciado respuestas muy diferentes en conocidos a enfermedades mortales: rebelión, arrepentimiento y pánico. Sospecho que es imposible saber cómo reaccionará uno. Ciertamente no puedo predecir mi propia respuesta, ni culpo a nadie por la suya. Y sin embargo, he sido testigo de una maravilla, y estoy agradecida. Él también ha dicho que no tiene ningún deseo de ocultar su cáncer, y me permite contar mi experiencia al respecto”.
Hustvedt fue la segunda mujer de Auster, quien anteriormente estuvo casado con Lydia Davis, un destacada traductora y escritora, quien vivió en Buenos Aires durante la década del 60. Con Lydia fueron padres de Daniel, quien llevó una via muy triste, atrapado por las drogas y murió años atrás, a los 44 años, diez meses después de que su propia hija Ruby, de apenas diez meses, fuera encontrada muerta, también –aparentemente– he habrían dado drogas.
Con Siri Hustvedt, la autora de Todo cuánto amé entre sus más celebradas novelas, fueron padres de Sophie, actriz y cantante.
Fuente: https://www.clarin.com
Por: Luis Vinker
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