jueves, 30 de marzo de 2023

Podcast La ContraHistoria: Viva l'Italia!

 

 

Durante siglos lo que hoy conocemos como Italia estuvo compuesta por un número variable de principados en cuyo centro se encontraban los Estados Pontificios gobernados personalmente por el Papa. Los habitantes de aquellos principados hablaban dialectos emparentados entre sí y eran culturalmente afines, pero pocos se planteaban unificar políticamente la península ya que había muchos intereses, tanto internos como externos, que lo hacían imposible. Tras las guerras napoleónicas el sentimiento nacional italiano empezó a ganar partidarios. Se fueron conformando por toda la península sociedades patrióticas, los llamados carbonarios, que se identificaban con las nuevas ideas revolucionarias y liberales y que, como en Alemania, aspiraban a formar un gran reino de Italia independiente de las grandes potencias europeas.

Ese fue el origen del llamado “Risorgimento” o resurgencia, un movimiento político y cultural que sacudió Italia durante buena parte del siglo XIX. No fue un proceso ni rápido ni sencillo. Dejando a un lado el hecho de que una parte de la península se encontraba entonces bajo soberanía austríaca, el Papa tampoco quería que se realizasen cambios fronterizos ya que eso supondría el final de su Estado. A partir de 1848 el movimiento fue fortaleciéndose gracias a los aires de cambio que llegaban desde otras partes de Europa. Las revueltas populares en Francia y Alemania encendieron el sentimiento nacionalista de los italianos, primero de los del norte, que se rebelaron contra el dominio austriaco, y luego de los del sur, que vivían en el reino de las dos Sicilias, heredero del antiguo reino de Nápoles que permanecía en manos de una rama de la dinastía borbónica llevada desde España en el siglo XVIII.

Los que abogaban por la unificación tenían por delante dos obstáculos aparentemente insalvables. El primero era el statu quo de los principados ya existentes. Ninguno de los monarcas italianos quería dejar de serlo. El segundo eran los propios italianos que, aunque sabían que Italia era una realidad histórica y cultural, no veían la necesidad de que se transformase en un Estado independiente. La convulsión napoleónica mostró a muchos que era posible no sólo unificar el país, sino también hacer una revolución exitosa que trajese aparejada un régimen liberal y una constitución como las que se habían promulgado en Francia o España.

Quedaron así entrelazadas dos causas, la de la unidad nacional y la de la revolución liberal, que empujaban en la misma dirección. Tras algunos intentos fallidos, la revolución de 1848 hizo que ambas coincidiesen levantando a media Italia en armas contra Austria, contra los príncipes locales y hasta contra el Papa Pio IX, que se vio obligado a huir de Roma para refugiarse en Nápoles. Fue en ese momento cuando Carlos Alberto de Saboya, rey de Cerdeña, decidió que había llegado el momento de unificar Italia desde el Piamonte. La suerte al principio no le acompañó ya que el imperio austriaco era poderoso, pero la semilla estaba plantada. De aquella revolución saldría unos años más tarde el Reino de Italia proclamado por su hijo Víctor Manuel II.

En La ContraHistoria de hoy vamos a conocer más de cerca cómo Italia pasó de ser un mosaico de reinos, repúblicas y principados, muchos de ellos controlados por potencias extranjeras, a adquirir conciencia nacional y lanzarse decididamente a por la unificación y la independencia.

Fuente: La ContraHistoria

 

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