Es de consistencia dura, pero frágil, más o menos transparente y sirve
para infinidad de cosas en la vida cotidiana desde la más remota
antigüedad. Me refiero al vidrio, un material que se presenta en la
naturaleza en forma de obsidiana pero que, gracias a su versatilidad, el
ser humano pronto se afanó en fabricarlo partiendo de la arena. Está
documentado el uso del vidrio desde la edad de piedra, cuando los
hombres primitivos aprovechaban los fragmentos de obsidiana que se
encontraban para utilizarlos como cuchillos afilados con los que
despedazar a sus presas. Era un material muy demandado, pero también muy
escaso. Los hombres del paleolítico comerciaban con él ya que los
yacimientos de obsidiana están muy localizados y no son muy abundantes.
Unos cuatro milenios antes de Cristo nuestros ancestros empezaron a
trabajarlo, antes incluso que ciertos metales como el hierro. El primer
vidrio sintético se fabricó en el creciente fértil y las técnicas de
fabricación pronto se extendieron por el viejo mundo. Los primeros
objetos de vidrio conocidos eran simples cuentas, quizá producto
accidental de la metalurgia o de la producción de loza, un material
vítreo anterior al vidrio fabricado mediante un proceso similar. El
vidrio primitivo rara vez era transparente y solía contener muchas
impurezas e imperfecciones. A finales de la Edad del Bronce, en torno al
año 1.500 a.C. se produjo un desarrollo muy rápido en la tecnología de
fabricación de vidrio en Egipto y Mesopotamia. Se han encontrado
lingotes de vidrio coloreado, vasijas y una gran cantidad de cuentas de
distintos tamaños.
El mundo helenístico y el romano fueron grandes consumidores de vidrio.
Se han encontrado objetos de vidrio en todo el Imperio Romano
destinados a muchísimos usos, desde el doméstico al funerario pasando
por el industrial o el comercial. A los romanos les encantaba el vidrio,
por lo que lo produjeron industrialmente en multitud de talleres
repartidos por todo el imperio. Fueron los romanos quienes inventaron
las ventanas de vidrio, hoy omnipresentes en todo el mundo, y quienes
desarrollaron al máximo la técnica del mosaico, un arte decorativo con
el que ornamentaban paredes y suelos. Componían los mosaicos con unas
pequeñas piezas llamadas teselas que a menudo estaban hechas de vidrio
coloreado. Los romanos de oriente, comúnmente conocidos como bizantinos,
siguieron trabajando el vidrio alumbrando con él algunas de las obras
de arte más famosas de la historia.
En la edad media el vidrio siguió empleándose. A partir del siglo XI
las técnicas de fabricación mejoraron y eso hizo posible la aparición de
las grandiosas vidrieras de las catedrales góticas de Europa Occidental
que alcanzaron su cumbre en la Santa Capilla de París. Para entonces el
vidrio se había convertido ya en un elemento fundamental en la
construcción y la decoración. En el siglo XIII, la isla de Murano,
cercana a Venecia, se convirtió en uno de los principales centros de
fabricación de vidrio. Los vidrieros de Murano desarrollaron el
denominado “cristallo”, un vidrio transparente bautizado así por su
parecido con el cristal natural. El vidrio no es propiamente un cristal,
sino un sólido amorfo, pero se nos asemeja a cristales naturales como
el cuarzo, de ahí que a veces nos refiramos a él como cristal.
A finales del siglo XVII, Bohemia se sumó a Murano como centro vidriero
de Europa, luego llegarían fábricas de vidrios finos en otros países
como Inglaterra, España o Francia, fábricas a las que no les faltaba el
trabajo porque los grandes palacios dieciochescos consumían mucho vidrio
para sus ventanales, espejos y decoración. La revolución industrial
permitió que el vidrio se abaratase tanto que dejó de ser un bien
preciado y relativamente escaso. El mundo actual está lleno de vidrio.
No solemos advertirlo, pero interactuamos con él a todas horas y su
precio es tan bajo que ni siquiera le damos valor. En nuestras ciudades
abundan los edificios tapizados de vidrio, está en los objetivos de
nuestras cámaras fotográficas, en nuestras gafas y en las pantallas de
nuestros dispositivos electrónicos. Para que lleguen hasta ahí ha hecho
falta un viaje de seis mil años que vamos a ver hoy en La
ContraHistoria.
Fuente: La ContraHistoria
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