MADRID — Llevo tiempo planteándomelo: ¿debería dejar de comer carne? Para mí hoy luce imposible. No soy vegana ni vegetariana y hasta hace poco me irritaba bastante una actitud que me parecía tan puritana como abusiva: pretender hacerte sentir como un asesino cuando optas libremente por comerte un bistec, como han hecho los humanos hace miles de años.
Empecé a reflexionar sobre el tema por lecturas de filosofía moral, donde lo que se ha llamado la “cuestión animal” se ha vuelto ineludible. Por lo visto el mercado también ha advertido un cambio de mentalidad en la gente (o en los “consumidores”, como prefieren llamarlos). El estudio The Green Revolution, realizado por una compañía de estrategia empresarial y centrado en España, revela la novedad en un país que tradicionalmente fue un gran consumidor de carne. Como en muchos otros lugares prósperos, aquí también los negocios serán verdes o no serán.
Limitar la reflexión a las directrices de la oferta y la demanda no parece bastar, sin embargo. El argumento económico para apoyar la industria verde y sostenible, que se ha usado mucho en las últimas dos décadas, es necesario. Para tener éxito masivo, las alternativas al consumo de productos de origen animal deben tener costos que compitan con los de productos tradicionales de alimentación, de modo que los consumidores, en especial los más pobres, puedan elegirlos. Eso requiere innovar en la producción, cosa que no sucederá de la noche a la mañana.
Pero hay algo más urgente que se debe considerar: buscar alternativas a la explotación animal parece ser la única posibilidad de que nuestra especie subsista. Hay un consenso entre los expertos del cambio climático en que criar animales para nuestro consumo —por el mal manejo de los suelos que supone y la deforestación— contribuye sustancialmente a la transformación del planeta. El deterioro del ambiente nos impone modificar nuestros modos tradicionales de proveernos de proteínas.
El estudio para las empresas señala que su intención es ayudar a comprender el veggie boom, una tendencia que consideran indetenible: un número creciente de personas, se lee, “optan por no consumir alimentos de origen animal o reducirlos al máximo”. El 7,8 por ciento de la población que vive en España y es mayor de 18 años, advierte el informe, mantiene dietas vegetales o con preferencia por los productos vegetales y se identifica con alguna variante de alimentación sin carne. Según algunas estimaciones, hoy el 5 por ciento de la población mundial es vegetariana. Parece mucho si no fuera porque el resto, el 95 por ciento, no lo es. Y la producción de carne, aunque se estima que en 2019 tuvo un ligero descenso, crece.
Pese a ello, nuestra época está presenciando un cambio de mentalidad anunciado en la ética filosófica en los años setenta. En 1975, se publicó por primera vez Animal Liberation: A New Ethics for Our Treatment of Animals, obra capital del filósofo australiano Peter Singer. Para cuando apareció la edición en español, en los años noventa, el subtítulo ya indicaba lo que el libro había significado: “El clásico definitivo del movimiento animalista”.
Aunque desde su primera edición, el llamado de Liberación animal a incluir a los animales en nuestras consideraciones éticas ha sido adversado con todo tipo de argumentos filosóficos, económicos e históricos, hoy el movimiento al que dio pie su libro parece indetenible. Es muy probable que en pocas décadas los humanos carnívoros nos parezcan tan inhumanos como los esclavistas del pasado, y maltratar o explotar animales sea una acción tan inaceptable como lo es hoy hacerlo con seres humanos.
En sus páginas, por primera vez, se formula la noción de especismo: la discriminación de un ser vivo por pertenecer a una especie diferente a la nuestra. Pero la novedad es que Singer llega a ella a partir de una teoría ética, el utilitarismo, que suele asociarse tanto al egoísmo como a la razón instrumental. Todos los individuos que pueden sufrir y disfrutar tienen derechos —sostiene— y, siempre que esté a nuestro alcance, debemos actuar para prevenir o reducir ese sufrimiento.
En concordancia con filósofos clásicos como Jeremy Bentham o John Stuart Mill, para quienes las acciones se evalúan de acuerdo con su posibilidad de maximizar la felicidad o la utilidad para la mayor cantidad posible de individuos, Singer amplía el concepto de bienestar a los animales. Y nos recuerda al hacerlo, con espeluznantes ejemplos, que nos hemos permitido tratar a nuestros compañeros de reino como a los seres humanos más oprimidos por los totalitarismos del siglo XX.
Ignorar los dilemas que plantea la explotación animal ya no es posible. La sostenibilidad del planeta y de la economía lo exigen. Y no es un conflicto solo para cierta sensibilidad (o sensiblería) moral ni una mera oportunidad de negocio. Las zoonosis, enfermedades que saltan de animales a seres humanos, como el coronavirus y otras epidemias que podrían sucederse en los próximos años por destruir sus hábitats, son la gota que derrama el vaso. Pero estas solo se suman a los grandes desastres ambientales a los que han contribuido en gran medida nuestras formas tradicionales de alimentarnos.
Como todo cambio de mentalidad, estar en el medio de este no será fácil. Mucho menos para quienes venimos de regiones, como América Latina, donde el sufrimiento de los seres humanos nos hace ver como exagerada o abstracta la preocupación por el destino de los animales. Pero cada vez será más difícil desentendernos de nuestra responsabilidad. Empiezo a ver con mejores ojos a quienes antes me parecían extremistas de un culto raro.
Yo misma estoy en ese dilema de dimensiones existencial: ¿tendría que comer menos carne o no comer carne en absoluto? Es una pregunta de la que depende no solo el bienestar de los animales, sino el nuestro como especie.
Fuente: https://www.nytimes.com/
Por: Sandra Caula. Es filósofa.
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