CUARESMA Domingo IV
14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre,
15 para que todo el que crea tenga por él vida eterna.
16 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
17 Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
18 El que creee en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.
19 Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
20 Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras.
21 Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.»
15 para que todo el que crea tenga por él vida eterna.
16 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
17 Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
18 El que creee en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.
19 Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
20 Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras.
21 Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.»
La Cuaresma es un
camino cuyo término es la Pascua: la gran manifestación de Dios Salvador. Dios,
nuestro querido Padre, nos salva, nos libera de todo aquello que nos amenaza y
nos ataca. Y por eso la liturgia de este tiempo de Cuaresma destaca en varios
textos la obra de la salvación de Dios en Jesucristo.
Así lo hace en
este Domingo, cuando nos trae a reflexión una buena parte del diálogo de Jesús
con Nicodemo, del Evangelio de San Juan: "tanto amó Dios al mundo, que entregó
a su Hijo único".
Es muy importante
entender que Dios es principalmente SALVACIÓN, porque esencialmente es AMOR. Y
este texto lo recalca cuando añade: "no mandó a su Hijo al mundo para
condenar al mundo". Esta afirmación del deseo, de la voluntad de Dios, de
salvar, es fundamental para nosotros. Nos da una seguridad contra nuestros
temores, nos elimina miedos, nos da un firme apoyo. Tenemos la certeza de la
salvación. Nos da una gran seguridad saber que es Dios el que desea y obra
nuestra salvación. Pero la salvación no es automática, pues está dirigida a
hombres libres y el hombre libre no se salva sin una participación personal.
Y por eso continúa
esta lección de Jesús, presentando una tragedia real y lamentable: "los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas".
Dios quiere salvarnos, pero hay personas que libremente prefieren las
tinieblas.
Puede parecer una
afirmación muy drástica, pero no será Jesús quien disfrace la verdad con atenuantes.
Y entonces queda para cada uno una pregunta: ¿yo prefiero las tinieblas o la
luz? ¿Deseo que mis obras sean puestas en la luz? ¿Me atrevo a que la luz de
Dios ilumine toda mi conducta?
Es verdad que
somos tan frágiles, tan llenos de escondites, y de subterfugios, que tememos
ser enfocados por el reflector de Dios, que pone al descubierto toda nuestra
imperfección. Pero hay personas que de una vez han querido arriesgarse a dar el
salto de la autenticidad, y sabiéndose débiles y llenos de muchas oscuridades,
han decidido ponerse ante este reflector que es la Luz de Dios, sin temor,
confiados en que Dios los va a recibir, y esperanzados en que esa luz de Dios
los va a purificar poco a poco de las tinieblas.
Esa Luz de Dios
iluminando nuestra vida, empieza por quitarnos el antifaz, a través del cual
vemos la realidad y vemos a los demás. Y mientras no desaparezca ese estorbo de
nuestra visión, estaremos llenos de sombras. La realidad que vemos a través de
nuestra careta, es una realidad deformada, por nuestras posiciones ya tomadas, por
las ideologías que distorsionan el conocimiento de lo real. Atreverse a dudar
de las propias certezas, quitar esa venda de los ojos, es algo importante para
atreverse a estar bajo la Luz. Nos llenamos de certezas postizas, de
prejuicios, de ofuscaciones, de autosuficiencia: y esas actitudes nos impiden
recibir de Dios la verdadera luz, el conocimiento y la sabiduría que debería
iluminar nuestra vida. El subjetivismo, la manera propia y personal de ver y de
juzgar, es algo inevitable, porque somos sujetos, y porque tenemos que utilizar
nuestra mente (y no la de los otros) para comprender y para tener un conjunto
de criterios establecidos; pero es importante y sabio introducir una gota de
duda en nuestras certezas, para tener la capacidad de corregir la equivocación,
si es que la llegamos a sospechar. Otra cosa importante que hace la Luz de Dios
es poner un poco de duda en nuestras pretendidas certezas.
La luz de Dios nos
lleva también a aceptar que además de existir nuestras certezas, existe la
verdad en sí: la realidad manifestada por Dios. Dios nos ha enseñado, se nos ha
revelado, y hay que preferir su luz a nuestras tinieblas. Dios nos da el
sentido de la vida, más allá del que nosotros le encontremos; Dios nos dice lo
que es el bien, y la bondad, por encima de lo que a mí me parece. Dios nos dice
cuál es el camino de la realización. Es el único que puede decirme quién es El
(no cómo me lo imagino yo), y quien soy yo de verdad.
Así Dios nos salva
también; la salvación que Dios nos ofrece, la redención que nos libra del
pecado, nos libra también de la oscuridad, para que caminemos como hijos de la
Luz.
Adolfo Franco, SJ