Callejuelas
de puñal fácil, un bar en ruinas, los ecos de su barrio alegre, el
insospechado lugar en el que, por primera vez, alguien le pagó por
escribir y en el que años después él recuerda que también quemarían sus
libros.
¿Fue su retorno un mensaje final de reafirmación de su identidad?
Cervezas y dictadura
Fue el rescate de un perro el que haría de La Catedral uno de los bares más famosos de la literatura universal.
Pero antes de llegar a ese episodio, empecemos con una fotografía.
Junto
a un portón de fierro de bordes oxidados y una pared desconchada que
acumula generaciones de graffitis, Vargas Llosa se detiene para que su
hijo capture la escena.
Finalizaba noviembre del 2024, cinco meses antes de su muerte.
Del
otro lado funciona un modesto taller de metal mecánica que también
sirve de depósito de chatarra en la desangelada y peligrosa cuadra dos
de la avenida Alfonso Ugarte, en el corazón de Lima.
Álvaro Vargas Llosa compartiría la imagen en la red social X.
El
Nobel visitaba por última vez el escenario principal de "Conversación
en La Catedral", una de sus grandes obras y fundamental en la
consolidación de su prestigio internacional.
Del bar solo queda el amplio arco de ingreso, y que le valió el nombre al local.
Álvaro Vargas Llosa lo evidencia contrastando su foto con otra de 1969, el año en que se publicó el libro.
En
ella un joven novelista posa cigarro en mano frente a ese mismo portal,
esta vez abierto. En el fondo se vislumbra una mesa, dos sillas y
algunas botellas.
"El
objetivo del libro era el de describir una sociedad bajo el imperio de
una dictadura corruptora" - apuntó el escritor en una entrevista, -
"pero no contarla políticamente sino cómo afectaba distintos aspectos de
la vida: la universidad, la familia, el trabajo".
Esa
dictadura era la de Manuel Odría, militar que gobernó Perú entre 1948 y
1956 y que caló profundamente en el entonces adolescente Vargas Llosa.
El
novelista confesó que el tema le resultaba difícil por lo ambicioso,
hasta que encontró la manera de atraparlo: la conversación en un bar
entre dos de sus personajes principales.
"Pero
a diferencia de lo que se cree, el escritor no frecuentaba La
Catedral", afirma Luis Rodríguez Pastor, investigador de la vida del
Nobel y autor del libro "Mario Vargas Llosa para jóvenes".
"No era un bar bohemio ni de periodistas", precisa.
De
hecho, el desaparecido local estaba lejos de donde funcionaban los
diarios y se tejía la vida cultural de la ciudad y, por el contrario,
cerca de las rutas de obreros y trabajadores que la cruzaban y que eran
los parroquianos habituales de sus mesas gastadas.
¿Cómo llegó el novelista a él?
Dos millones de dólares
Vargas Llosa conocería el bar de manera fortuita a mediados de la década de 1950.
"Regresaba
a su casa luego de rescatar de la perrera a Batuque, el perro que tenía
entonces con Julia, su primera esposa", apunta Rodríguez Pastor.
Y la memoria de los primeros amores que trascendieron a sus novelas.
Barrio alegre
Miraflores es un distrito acomodado que se eleva de cara al mar.
Sus
sobrecogedoras puestas de sol sobre el Pacífico terminaron por
sentenciar a muerte a las viejas casonas con las mejores vistas.
Resultó
buen negocio derrumbarlas y levantar edificios tan altos que durante el
atardecer proyectan sombras espesas sobre las calles interiores.
Del barrio del escritor queda poco, pero queda.
La quinta en la que Vargas Llosa vivió con sus abuelos, en la calle Porta, sigue en pie.
"Viví
aquí desde los 11 años y los mejores recuerdos de mi infancia siempre
están relacionados con Miraflores", dijo Vargas Llosa en 2014 cuando el
alcalde de ese distrito lo condecoró con una medalla cívica.
Durante
sus meses finales, el novelista recorrió las mismas calles que siete
décadas antes trajinaba como adolescente de camino a las fiestas de sus
amigos.
Ahora él era siempre el invitado principal.
En octubre de 2024 asistió a su última función de teatro en el Marsano, ubicado en Miraflores.
Los únicos en las butacas eran él y su familia.
En
esa puesta en escena privada representaron la adaptación de su novela
"¿Quién mató a Palomino Molero?", ambientada en el norte de Perú.
Los
periódicos informan sobre el evento, pero apenas consignan dos o tres
palabras del Nobel. La vaguedad de las frases no deja claro si acaso
fueron transmitidas por un familiar.
La salud del escritor se deterioraba y su retiro de la vida pública era total.
A cuatro cuadras de este teatro, la agitada avenida Arequipa toma el nombre de Larco y se proyecta hacia el mar.
Durante
las últimas décadas aparecieron en sus orillas hoteles, restaurantes y
tiendas de souvenirs como anzuelos para pescar los cardúmenes de
turistas que se agolpan en el centro comercial que se construyó al final
de la avenida, en lo que fue el tradicional parque Salazar.
Este
parque era escenario de los primeros ardores adolescentes del escritor,
cuyas nostalgias atraviesan varias de sus novelas hasta llegar a
"Travesuras de la niña mala".
"Fue
en el verano del 50, el verano más memorable de mi vida, el verano de
los amores del Barrio Alegre de Miraflores, que quedaba cerca de mi
casa, en la calle Diego Ferré, donde vivía yo con mis padres y mis
hermanos, cuando llegaron al barrio dos hermanitas chilenas".
El
cruce de las calles Diego Ferré y Ocharán, a pocos pasos del parque
Salazar, era a lo que la juvenil pandilla de Vargas Llosa llamaba Barrio
Alegre.
"Desde
ahí caminaban al mar, y entonces no había nada de lo que hay ahora.
Solo unos camerinos y una playa de piedras", señala Sergio Vilela,
editor y autor del libro "El cadete Vargas Llosa", publicado por
Planeta.
Esa
bajada a la playa es escenario del relato "Los cachorros", la historia
de un niño de clase media alta que tras ser brutalmente castrado por un
perro comienza un lento pero inexorable distanciamiento de sus amigos.
Mientras ellos crecen y exploran su sexualidad, él permanece atrapado en una eterna adolescencia.
"Uno
de los amigos de Vargas Llosa de aquella época me indicó una por una
las casas de todos. Mira aquí vivía tal y allá vivía Inge, una alemana
que le gustaba a Mario", apunta Vilela.
Inge terminaría por ser su segunda enamorada, pero quien trascendió a sus novelas sería la primera.
El nieto del cocinero
En
"La ciudad y los perros", los personajes de Jaguar, el esclavo y el
Poeta, todos cadetes del colegio militar, están enamorados de Teresita.
Ella se convierte en la principal figura femenina de su primera novela.
La
misma que el escritor publicó cuando tenía 26 años y con la que ganó el
premio Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica Española.
La
Teresita de la vida real, en cambio, apenas estaría unas pocas semanas
junto al joven Vargas Llosa, que la conquistó bailando boleros.
Por
algún misterioso mecanismo con el que la memoria filtra y a veces
modifica la resonancia de los hechos, el recuerdo de Teresita se
transformó y ganó relevancia en las primeras ficciones del escritor.
El
de ella fue en realidad un amor miraflorino transeúnte "a medio camino
entre el juego infantil y el enamoramiento adolescente", escribiría el
Nobel.
Pero esa adolescencia ya estaba muy atrás cuando, a los 19 años, se casó con su tía, Julia Urquidi.
Con ella se mudaría a una quinta también en Miraflores, también en la calle Porta, y que hoy también sigue en pie.
Aunque
casi no tenían tiempo ni dinero, en "El pez en el agua" Vargas Llosa
describe su relación como fértil, cariñosa y estimulante.
"Recuerdo
la excitación infantil que nos producía, algunos fines de mes, ir a
almorzar a un restaurante alemán de la calle La Esperanza, el Gambrinus,
donde preparaban un suculento Wienerschnitzel, para el que nos
preparábamos, regocijados, con días de anticipación".
Ese restaurante alemán era de mi abuelo.
Funcionaba, a pocas cuadras de la municipalidad de Miraflores y cerró veinte años antes de que yo naciera.
Hoy
resulta difícil de creer que un cocinero alemán pudiera llegar a ser un
referente gastronómico en Perú, mucho menos en el mismo distrito en el
que décadas después se iniciaría lo que se conoce hoy como el boom de la
cocina peruana.
En
un encuentro imprevisto en un canal de televisión, durante mis primeros
años como periodista, le comenté al escritor esa curiosa coincidencia.
"Me acuerdo de tu abuelo. Era un señor alto", me dijo.
Y
como quien hubiera encontrado pregunta para una respuesta largamente
aplazada, agregó: "Y cobraba caro, más de lo que mi sueldo como
periodista me permitía pagar".
En las novelas de Vargas Llosa, Miraflores no solo es el escenario de las nostalgias, la libertad y los primeros amores.
También representa a la clase media alta de Lima, con sus aspiraciones, contradicciones, frivolidad y miedos.
Y
la fractura social del país se evidencia en el continuo tránsito de sus
personajes entre este mundo y espacios populares que emanan violencia o
marginalidad.
"Vargas
Llosa y sus amigos dejaron de llamar a sus calles 'Barrio Alegre'
porque se enteraron que los cronistas policiales llamaban de esa forma a
jirón Huatica, la calle de las putas, en el populoso distrito de La
Victoria", apunta el investigador Luis Rodríguez Pastor.
La asociación les pareció vergonzosa, al menos de manera pública.
El
miraflorino Alberto Fernández, El Poeta, alter ego del novelista en "La
ciudad y los perros", frecuentaba Huatica, obsesionado con una
prostituta a la que conocían como "Pies Dorados".
Así
también, un sábado de junio o julio de 1950, el cadete Vargas Llosa
llegaría a Huatica con 20 soles en el bolsillo en busca de una mujer en
particular para cumplir una misión urgente.
19 días
Los
últimos meses, en horas en las que no hubiera gente y con cuidado para
no llamar la atención, Álvaro Vargas Llosa preparaba a su padre para sus
incursiones furtivas a los escenarios de sus novelas.
Incluso a veces lo disfrazaba un poco.
De esa manera el Nobel evitaba las aglomeraciones que lo agobiaban.
Así,
el novelista visitó también el penal de Lurigancho, una cárcel hacinada
que se levanta sobre los cerros polvorientos del este de Lima y que
resulta parte de la cartografía de "Historia de Mayta":
"Para
llegar hasta allí hay que pasar frente a la Plaza de Toros, atravesar
el barrio de Zárate, y, después, pobres barriadas, y, por fin, muladares
en los que se alimentan los chanchos de las llamadas «chancherías
clandestinas». La pista pierde el asfalto y se llena de agujeros".
Y
tres días antes de cumplir 89 años, Mario Vargas Llosa pasearía por la
violenta zona de Barrios Altos que da nombre a la novela "Cinco
Esquinas" y por la Quinta Heeren, escenario de su último libro, "Le
dedico mi silencio", y emblema de una Lima criolla casi extinta.
Lo acompañaron su nieto Leandro y sus enfermeros.
Le quedaban 19 días de vida y aun así su carácter curioso y vital lo llevaba de regreso sobre los pasos de sus personajes.
"Nunca
dejó de ser reportero, como en un segundo plano y para todos sus
libros", afirma el editor Sergio Vilela, autor de "El cadete Vargas
Llosa".
Antes
de acometer una novela, el escritor desarrollaba la labor metódica de
registrar toda imagen, percibir olores, sonidos y tomar innumerables
apuntes de aquello que iba a trasponer de la realidad a la ficción.
"Era
un escritor que creía que para lograr escenas verosímiles tenías que ir
a los sitios y ver cómo cae el sol a la hora que dices que cae el sol y
reflejar eso", concluye Vilela.
La
literatura de Vargas Llosa está llena de escenarios peruanos vibrantes,
musicales, embriagantes y profundamente vivos, aunque ya no existan
más.
¿Qué queda entonces de la Lima de Vargas Llosa?
"La
identidad de esa ciudad puede estar en su arquitectura, pero también en
su composición social", explica José Rodríguez Pastor, quien promueve
las rutas literarias del novelista.
"Hay
lugares que ya no existen, especialmente fuera del centro histórico que
aún conserva zonas monumentales, pero en muchos casos el tejido social y
hasta la marginalidad es la misma", agrega.
Por ejemplo, en jirón Huatica.
Laberinto del deseo
Habíamos dejado al cadete Vargas Llosa con 20 soles en el bolsillo a la entrada del prostíbulo más grande de la ciudad.
Tenía 14 años y frente a sí, siete cuadras de prostitutas.
Él, sin embargo, buscaba un tipo de mujer en particular: quería perder la virginidad con una francesa.
No había ido solo. Lo acompañaba otro cadete de su edad llamado Víctor Flores que tenía la misma misión.
Ambos se dejaron convencer por una mujer habladora de pelos pintados y decidieron entrar. Mario tomaría el segundo turno.
El
novelista recordaba que la mujer se puso muy contenta de saber que eran
vírgenes porque aseguraba que eso le traería buena suerte.
No resultó francesa, sino brasileña.
"En esa época era normal y aceptado que la cosa fuera así", señala Sergio Vilela, autor de "El cadete Vargas Llosa".
Los precios en el jirón Huatica variaban entre 3 soles las más viejas y 20 las jóvenes más codiciadas.
"La
broma común era decir que la estatua del Inca que estaba en la plaza
Manco Cápac con la mano extendida apuntaba directamente a los burdeles",
agrega Vilela.
Setenta y cuatro años después, Mario Vargas Llosa regresó a la misma calle con su hijo mayor.
Ya no se llama jirón Huatica, sino Renovación.
Tampoco se ejerce la prostitución, al menos no de manera visible, aunque la zona se ha tornado peligrosa.
Las
puertas de madera despostilladas por donde se asomaban las mujeres se
cambiaron por planchas y rejas de fierro. Marañas de cables cruzan la
calzada y edificios de tres pisos parecen haber quedado de manera
perenne a medio construir.
"Sin
erotismo no hay gran literatura", escribió Vargas Llosa en un artículo
para "Babelia", la revista cultural del diario español "El País".
En
su libro de memorias "El pez en el agua", el Nobel cuenta que aprendió
en esas calles a vivir el sexo "como una fuente de vida y de goce" y que
en Huatica le "hicieron dar los primeros pasos por el misterioso
laberinto del deseo".
Novelas
eróticas como "Elogio de la madrastra" o "Los cuadernos de Don
Rigoberto" no habrían sido posibles sin ese afiebrado aprendizaje.
Pero tampoco muchos de los pasajes más apasionados y traviesos de sus novelas consagradas.
El adolescente Vargas Llosa frecuentó a una morenita vivaz de pies pequeños, blancos y cuidados.
La
bautizó como "Pies Dorados" y años después la trasladaría de la manera
más fiel posible, según el mismo dijo, a su novela "La ciudad y los
perros".
Sería la obsesión de su alter ego en la novela: Alberto Fernández, el Poeta.
El cadete Vargas Llosa
Un
día después de la muerte de Vargas Llosa llegó una carta a su familia
firmada por el General David Ojeda, Jefe del Comando Conjunto de las
Fuerzas Armadas.
En
ella expresa sus condolencias y destaca que "su legado literario e
ideas seguirán vigentes (…) acompañando a futuras generaciones de
jóvenes, y en especial a los integrantes de la comunidad
leonciopradina".
Los giros de la vida son sorprendentes.
Cuando
la novela "La ciudad y los perros" fue publicada en 1963, los generales
de aquel momento acusaron al novelista de querer desprestigiar al
ejército y al colegio militar Leoncio Prado.
"Mil ejemplares del libro fueron quemados ceremonialmente en el patio del colegio", denunció Vargas Llosa.
Un
alto mando incluso acusó al novelista de recibir dinero de Ecuador,
país con el que entonces Perú mantenía un conflicto limítrofe.
"No
he encontrado ninguna prueba de que se hayan quemado libros, incluso es
probable que haya sido una leyenda promovida de manera genial por su
editor", señala Sergio Vilela, autor de "El cadete Vargas Llosa".
Su investigación detalla la historia real detrás de la novela y el proceso creativo del autor.
"Pero
sí es cierto que hubo molestia entre los mandos militares y el colegio,
y la relación con el escritor fue tirante durante muchos años", agrega.
¿Por qué el rechazo contra la novela ?
A
través de las tribulaciones de los "perros", cadetes recién ingresados,
Vargas Llosa denuncia la brutalidad, la violencia cotidiana, las
jerarquías implacables, la falta de libertades y la corrupción de la
autoridad a la que están sometidos en el colegio militar.
La
novela expone la degradación moral de una institución que es asimismo
un microcosmos de la sociedad peruana, en palabras de su autor.
Su
publicación, doce años después de dejar el colegio, tuvo un impacto
tremendo y hay quienes consideran "La ciudad y los perros" como la
novela que inicia el boom latinoamericano.
"No
fue para mí una experiencia grata la del colegio. Sufrí mucho con el
internado y descubrí qué hermosa es la libertad", señaló Vargas Llosa en
un discurso.
Pese a ello, el Leoncio Prado fue el primer escenario que visitó a lo largo de su último peregrinaje.
En
la fotografía que le toma su hijo Álvaro, el soldado que cuida la
puerta del colegio sonríe, levanta un pulgar y pasa el otro brazo tras
la espalda del Nobel.
Detrás de ellos la misma fachada escalonada de su adolescencia.
El novelista asegura que su padre lo metió al colegio militar para extirparle todo interés en la literatura.
Pero hay otro lado en esa historia.
"Vargas
Llosa me dijo que él también quería ir al colegio militar porque era un
camino para salir de casa y no vivir con su padre", señala Vilela.
Ernesto Vargas, a quien conoció a los diez años, era para él un hombre duro y autoritario.
"El
trauma fundamental de mi vida fue la relación con mi padre. El miedo
que sentí en esos años me acompañó siempre y está en mis libros", ha
confesado Vargas Llosa.
En
cualquier caso, el Leoncio Prado no solo cimentó su vocación sino que
lo hizo un escritor "profesional", entendido como aquel al que le pagan
por lo que escribe.
Durante
los fines de semana en los que permanecía recluido en el internado como
castigo por cualquier insignificancia, se dedicó a devorar novelas,
especialmente las de Dumas.
Y
como sus compañeros reconocieron en el cadete Vargas Llosa talento para
las letras, le daban las cartas que les escribían sus enamoradas para
que él las leyera y respondiera.
"A falta de teléfono esa era el sistema de comunicación que tenían con sus parejas y le pagaban por ello", precisa Vilela.
Además,
las experiencias en ese nuevo Barrio Alegre que era Jirón Huatica le
inspiraron unas novelitas eróticas que los demás cadetes compraban con
avidez.
Quien
se encargaba de gestionar las ventas era su compañero Víctor Flores, el
mismo que lo acompañó a debutar con la brasileña en la larga y feliz
calle de los burdeles.
Flores, sin sospecharlo, se convertiría así en su primer agente literario.
Cuando Vargas Llosa murió, el colegio militar Leoncio Prado izó su bandera a media asta.
En una ceremonia emotiva el escritor fue recordado como uno de sus alumnos más ilustres.
El gobierno decretó Duelo Nacional.
Morir en Lima
"El
Perú es para mí una especie de enfermedad incurable, y mi relación con
él es intensa, áspera, llena de la violencia que caracteriza a la
pasión", afirmaba Vargas Llosa.
Uno no esperaría gran literatura sin la inspiración del conflicto.
De
las 24 obras de narrativa publicadas por el Nobel, que incluye también
relatos más breves como "Los jefes" y "Los cachorros", solo cinco no
tienen al Perú como escenario.
"Al
Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y
viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi
personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé,
sufrí y soñé", dijo el escritor en su discurso de aceptación del premio
Nobel.
Si
lo miramos desde la perspectiva de los temas que obsesionaron al
escritor, toda su obra tiene como sustrato las profundas huellas que
dejó el país en él y que afloran en cada uno de los espacios que visitó
con su hijo en su peregrinación final.
El
autoritarismo, la búsqueda de libertad, el poder, las fracturas
sociales, la violencia y marginalidad atraviesan sus escritos.
Finalmente
no importa si los hechos se desarrollan en Brasil, República
Dominicana, Francia, el Congo, Irlanda o Guatemala. Debajo de ellos,
sigue estando su país.
¿Llegó a curarse Vargas Llosa del Perú?
"La
relación con el país fue compleja, pero él siempre amó al Perú", me
dice Pedro Cateriano, amigo cercano del escritor y ex presidente del
consejo de ministros peruano.
Cateriano acaba de publicar "Vargas Llosa, su otra gran pasión", una biografía política del novelista.
"A
lo largo de su vida ha tenido etapas de dolor. Ha sido un peruano que
ha estado en las circunstancias más complicadas (…) En el momento más
fatídico, decidió ser candidato a la presidencia. Eso refleja un
compromiso", agrega.
Vargas Llosa perdió esas elecciones contra Alberto Fujimori en 1990.
Como
parte de esa campaña política, y sostenidamente después de ella, sus
rivales buscaron imponer la idea de que sus años fuera de Perú no le
daban autoridad para opinar sobre su país.
Tras
el autogolpe de Fujimori, el novelista recibió la nacionalidad española
en 1993 y luego el 2011 el título nobiliario de marqués debido a su
"extraordinaria contribución, apreciada universalmente, a la literatura y
a la lengua española".
Un sector minoritario pero bullicioso de sus críticos insistieron con el asunto de la españolitud del escritor.
¿Fue este retorno en sus días finales una reafirmación de su peruanidad?
"No
es ninguna reafirmación ni hay nada que reafirmar (…) Vargas Llosa
siempre ha estado identificado con su tierra", sentencia Cateriano.
Su
amigo recuerda que, como símbolo de ese vínculo, el premio Nobel donó
su biblioteca personal a la ciudad de Arequipa, en el sur del país,
donde nació.
Y
más aún, le ofrece al Perú un último libro, cargado de nostalgia, de
música, de viajes a sus profundidades, de reconocimiento de su
mestizaje, sus complejidades y sus sueños de utopías rotas.
La
muerte de Vargas Llosa en Lima, en cambio, a diferencia de lo que se
cree, tuvo que ver más con las circunstancias que con una decisión de
ánimo simbólico. Su familia me lo ha confirmado.
El Final
Aún no se han revelado oficialmente las causas del fallecimiento.
Es público, sin embargo, que la salud del escritor venía deteriorándose desde hacía largo tiempo.
"Gracias
por luchar tantos años con tanta valentía contra tu enfermedad para
darnos más tiempo contigo", escribió su nieta Josefina Vargas Llosa en
su cuenta de Instagram.
Cuando
el escritor terminó su relación con Isabel Preysler en diciembre del
2022, "la tribu", como él llama a su familia, inició el discreto y
sensible proceso de recomponerse.
Amigos cercanos señalan que ya conocían el diagnóstico.
Fue
a mediados del 2023 cuando Vargas Llosa viajó a Perú y, aunque no
estuvo pensado como un viaje definitivo, era inevitable considerar esa
posibilidad.
Inició entonces un periodo intensamente familiar.
La
tribu del novelista, aunque dispersa por el mundo, encontró en Lima,
frente a los atardeceres en el mar de Barranco, un rincón sereno en el
cual reunirse para compartir el tiempo que les quedaba juntos.
Fue entonces cuando Álvaro Vargas Llosa le propuso a su papá los paseos vespertinos a los escenarios de sus novelas.
Ejercitarse se había vuelto una rutina indispensable para el escritor y la idea le pareció extraordinaria.
El deterioro del novelista, aunque lento, ya había cerrado de manera irremediable varios capítulos de su vida.
Dejó de escribir novelas, renunció a las columnas de opinión, se apartó de los medios y de la discusión pública.
Y fue cuando estaba en Lima que los médicos le desaconsejaron volver a tomar un avión.
A
tal punto esta circunstancia no estaba planeada que el Nobel debió
cancelar su participación en el homenaje que la Cátedra Vargas Llosa le
había organizado en Madrid en octubre de 2024.
El novelista vivió sus últimos días entregado a su familia, a sus recuerdos y a los atardeceres que siempre lo conmovieron.
"La
patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos
sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que
pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación
cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos
volver", dijo el escritor cuando recibió el Nobel.
Cuando cumplió 89 años, su hijo Álvaro compartió una última fotografía de la celebración familiar.
Estaba toda la tribu reunida.
Mario Vargas Llosa murió dieciséis días después, en esa patria que era su hogar.
Sus
restos fueron cremados y sus cenizas repartidas en dos urnas. Una de
ellas se quedaría en Perú, la otra viajaría con su hijo Álvaro a Europa.
Era el final que quería escribirle a la novela de su vida.
Fuente: https://www.bbc.com
Por: Martín Riepl. Título del autor, Especial para BBC Mundo desde Lima, Perú
MÁS INFORMACIÓN
CADENA DE CITAS