viernes, 11 de abril de 2025

Podcast La ContraHistoria: El imperio de la porcelana

 

 

La porcelana china, codiciada desde tiempos antiguos fue durante siglos un símbolo de lujo y prestigio para reyes, sultanes, nobles y comerciantes. Su calidad, belleza y exclusividad la convirtieron en un tesoro muy apreciado por su blancura, su vidriado translúcido y sus colores luminosos. Pero hasta el siglo XVIII la fórmula para su fabricación era un secreto que los chinos guardaban celosamente. Fue entonces cuando un alquimista de la corte de Augusto II el Fuerte, elector de Sajonia y rey Polonia, descubrió unos depósitos de caolín cerca de la ciudad de Meissen y desveló el misterio de su composición.

Para los europeos de entonces era ya bien conocida. Las primeras descripciones detalladas se las debemos a Marco Polo, que, en su “Libro de las maravillas” la denominó “porcelana”, un término derivado de “porcello”, que también designaba a las conchas de cauri, cuyo aspecto evocaba a pequeños cerditos o “porcelli”. Estas conchas, usadas como dinero en algunos lugares de África y Asia, tenían un brillo similar al vidriado de la porcelana, lo que probablemente inspiró el nombre. Marco Polo alabó su belleza, describiendo los platos como “los más bellos que puedan verse”. Esto contribuyó de forma decisiva a su buena fama en Europa.

En China la cerámica era un arte mayor, especialmente durante la dinastía Song (960-1279). Los altos funcionarios imperiales, conocidos como "mandarines", coleccionaban y catalogaban las piezas de porcelana valorándolas por su elegancia, calidad técnica y simbolismo. Pero hasta tiempos de la dinastía Ming (1368-1644) no se empezó a exportar a Europa. La realeza y la aristocracia de esta parte del mundo se quedaron fascinados con ella. Su pasta blanca, el vidriado duro y los colores brillantes aplicados sobre o bajo el mismo vidriado, la convirtieron en un objeto exótico ideal para los gabinetes de curiosidades, espacios donde se exhibían rarezas de todo el mundo.

Monarcas europeos como Felipe II de España, María de Inglaterra, Augusto de Sajonia, Isabel de Farnesio y casi todos los sultanes otomanos fueron ávidos coleccionistas. En el Real Alcazar de Madrid Felipe II llegó a contar con la mayor colección de porcelana china de su época. Por desgracia se perdió en el incendio de 1734. No sucedió lo mismo con la colección otomana. En el palacio de Topkapi, en Estambul, aún se conserva una notable colección de porcelana china de incalculable valor artístico e histórico. Estas porcelanas no sólo eran ornamentales, representaban también estatus social y poder, de ahí que los monarcas las exhibiesen como trofeos que daban fe de su importancia y de lo ricos que eran.

Pero, a pesar de su prestigio, el proceso de fabricación de la porcelana era un enigma. En sus textos, Marco Polo desgranaba un método complejo, decía que la arcilla tenía que almacenarse durante 40 años antes de poder trabajarla. En 1516 un navegante portugués llamado Duarte Barbosa, escribió en su “Livro das Coisas do Oriente” que la porcelana se elaboraba con conchas y cáscaras de huevo formando una pasta que se enterraba durante 80 o 100 años antes de ser trabajada, pintada y vidriada. Estas descripciones alimentaron el mito y el misterio en torno a su producción, lo que incrementó su aura de exclusividad. Cuando se descubrió su secreto Europa se llenó de fábricas de porcelana, muchas patrocinadas por los reyes como la que Carlos III mandó levantar en los jardines del Buen Retiro en Madrid. Hoy las colecciones de porcelana de los monarcas europeos son muy admiradas y estudiadas por especialistas como nuestra invitada de hoy, Cinta Krahe, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid y seguramente la persona que más sabe de esto en España.  

Fuente: La ContraHistoria  

 

MÁS INFORMACIÓN