El miércoles pasado Donald Trump anunció una drástica y controvertida subida de aranceles que ha conmocionado los cimientos del comercio internacional. Se trataba del esperado "Día de la Liberación”, del que un día antes hablamos aquí, en La ContraCrónica. Tal y como estaba previsto Trump firmó una orden ejecutiva, pero el anuncio no lo hizo en el despacho oval, sino en la rosaleda de la Casa Blanca. La orden impone un arancel base del 10% a todas las importaciones vengan de donde vengan. Sobre esa base la orden prevé una serie de recargos para algunos de sus principales socios comerciales en base a un cálculo un tanto creativo que incorpora aranceles y otros conceptos denominados como “barreras no arancelarias y manipulaciones de divisas”. El recargo de la la Unión Europea será de un 10% extra lo que coloca los aranceles transatlánticos en un 20%, los de China serán de un 34% , un 26% a la India y un 24% a Japón. El argumento central de Trump es que estos aranceles pongan fin a lo que ha descrito en multitud de ocasiones como prácticas comerciales abusivas para los intereses estadounidenses. Según él países como China y los miembros de la UE comercian deslealmente con Estados Unidos, lo que ha generado un déficit comercial que en 2024 alcanzó los 918.000 millones de dólares. "Nos cobran, nosotros les cobramos. Es simple", afirmó Trump ante una audiencia en la que había tanto congresistas como trabajadores industriales. Su Gobierno espera recaudar hasta 600.000 millones de dólares al año, una cifra que, según los analistas, requeriría tasas arancelarias promedio superiores al 20%. Pero esta visión optimista contrasta con las advertencias que predicen un aumento en el coste de la vida para los hogares estadounidenses, un aumento estimado entre 3.500 y 5.000 dólares al año, y una posible contracción del comercio mundial del 1%, según la Organización Mundial del Comercio. La respuesta internacional no se hizo esperar. China anunció represalias elevando los aranceles al 34% para todos los bienes estadounidenses a partir del 10 de abril. Canadá y México quedaron fuera de los aranceles recíprocos, pero ambos planean contramedidas. Los canadienses en concreto estudian elevar los aranceles a los automóviles y al acero. La Unión Europea, por su parte, debate el uso de un "instrumento anticoerción" para responder con firmeza, aunque, como siempre, existe división de pareceres en el viejo continente. Los hay partidarios de responder pagando con la misma moneda y otros que abogan por negociar y desescalar la actual situación para evitar una guerra comercial total de la que luego sea muy difícil salir. El mercado bursátil ha sido otra de las víctimas. Wall Street ha encadenado varios días de desplome generalizado que supera ya el 6%. El día posterior al anuncio todos los índices cayeron y lo hicieron de tal manera que hay que ir al comienzo de la pandemia para encontrar algo igual. La incertidumbre es máxima y los inversores no quieren arriesgar su dinero. Dentro de Estados Unidos los nuevos aranceles han agravado las divisiones. Algunos sindicatos los apoyan ya que confían que eso alejará a la competencia extranjera. Los empresarios no son tan optimistas ya que incluso los automóviles fabricados allí incorporan infinidad de componentes importados. En el partido Republicano han aparecido algunas voces críticas como la del senador Rand Paul. Lo que parece indiscutible es que estamos ante una nueva era en materia de comercio internacional. La amenaza de la desglobalización es ya un hecho. Habida cuenta de las décadas de crecimiento sostenido que trajo la globalización eso no es una buena noticia.
Fuente: Fernando Díaz Villanueva
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