Otto es un beagle de casi 14 años y ya no se mueve tan bien como antes. Cuando está en casa, no es raro que se quede mirando al vacío. Hace tiempo que prácticamente no oye nada y ha olvidado la mayoría de los trucos que antes dominaba, lo único que hace ahora es dar la pata. De noche deambula inquieto por la casa, casi nunca quiere acurrucarse al lado de sus dueños.
¿Todo esto es fruto de una enfermedad o simplemente del deterioro normal en el ocaso de la vida de un perro? Es lo que quieren descubrir los neurólogos. Para ello se les hace una exploración a las mascotas, y los dueños deben responder a un cuestionario. ¿Se queda en una esquina mirando a la pared? ¿Hay que ayudarlo a salir de detrás del sillón porque él solo es incapaz de hacerlo? ¿Sabe dónde está su comida? ¿Reconoce a las personas y perros de confianza? ¿Es más asustadizo que antes? ¿Hace sus necesidades donde no debe?
Los expertos llaman DCC, siglas de 'disfunción cognitiva canina', al «alzhéimer perruno». Según un estudio reciente, a los 11 años el 29 por ciento de los ejemplares muestran una combinación de señales típicas de la enfermedad, mientras que entre los 15 y los 16 años esa cifra asciende al 68 por ciento. La denominada lista DISHAA reúne los diferentes síntomas: desorientación, cambios en la interacción, alteración del ciclo sueño-vigilia, pérdida de los hábitos a la hora de hacer sus necesidades, ansiedad y cambios en su actividad.
Los gatos ancianos también pueden sufrir esta enfermedad, si bien en su caso la demencia está mucho menos investigada que en los perros.
La importancia del footing cerebral
La demencia es un problema que va en aumento: no solo las personas, también los perros llegan a edades cada vez más avanzadas. Y ya no se los sacrifica tan pronto como antes. Por consiguiente, no es tanto que la demencia sea más habitual que hace unas cuantas décadas como que ahora los animales viven más tiempo con ella. Muchas veces, el perro es un miembro más de la familia y su importancia emocional se ha incrementado durante la pandemia. Son muchas las personas dispuestas a seguir haciendo todo lo posible por sus mascotas en la etapa final de su vida.
Como estímulo para este footing cerebral, algunos especialistas aconsejan emplear un clicker, un pequeño pulsador cuyo sonido el perro, tras un poco de entrenamiento, asocia con algo positivo, por lo que funciona como reforzador de conducta. Usar un clicker es mejor que recompensarlos solo con comida o golosinas cuando hacen algún ejercicio bien. Entre otros motivos porque la obesidad y una alimentación inadecuada son factores de riesgo para el desarrollo de una demencia. Así lo demuestra la última investigación de Karin Allenspach, experta en medicina interna de animales pequeños en la Iowa State University, en Estados Unidos. Para una de sus pruebas ofreció durante más de siete semanas a diez perros sanos una alimentación que en el campo de la investigación nutricional se engloba dentro de la etiqueta 'dieta occidental', es decir, mucha grasa, mucho azúcar y poca fibra.
Apetecible pero devastadora, tal y como pudo comprobar la investigadora: la sangre y el líquido cefalorraquídeo de todos los perros pasaron en poco tiempo a mostrar concentraciones elevadas de moléculas de beta-amiloide, fragmentos de proteínas responsables de los depósitos que aparecen en los cerebros de los pacientes de alzhéimer y que funcionan como biomarcadores del riesgo de desarrollar la enfermedad.
«Los resultados nos permiten concluir que este tipo de alimentación contribuye a que, en un momento posterior de la vida, aparezcan deterioro cognitivo y alzhéimer», explica Allenspach, cuya actividad investigadora se centra en enfermedades animales que en su aparición y sintomatología sean lo más parecidas posible a las de los humanos.
En busca del fármaco sanador
Muchos de los enfoques más prometedores para el desarrollo de fármacos contra el alzhéimer han tenido su origen en experimentos con ratones, pero han ido fracasando uno tras otro una vez llegados a los ensayos clínicos con humanos. Hoy por hoy sigue sin haber un solo fármaco capaz de detener la enfermedad.
Uno de los motivos es que los ratones no desarrollan demencia. Por eso, los modelos creados a partir de estos roedores se basan en alteraciones producidas artificialmente en aquellos genes que podrían desempeñar un papel en la aparición de la enfermedad. «Esta estrategia obvia el hecho de que el alzhéimer solo depende en pequeña medida de factores genéticos –manifiesta Karin Allenspach–. La enfermedad aparece únicamente a edades avanzadas, por lo que es evidente que los factores ambientales tienen una gran importancia».
Y ningún otro mamífero vive tan apegado a nosotros como el Canis lupus familiaris. Las dos especies compartimos un mismo entorno desde hace más de quince mil años. Los perros han pasado de ser protectores y compañeros de caza a convivientes bien alimentados. «Los perros han adaptado su metabolismo a la alimentación humana», dice Allenspach. «Por eso es posible que también desarrollen enfermedades por vías parecidas a las de los humanos».
El objetivo de sus investigaciones es el desarrollo de medidas preventivas y medicamentos que también puedan proteger a las personas frente al deterioro mental a largo plazo. Los principios activos con los que trabaja Allenspach se prueban tanto en perros de compañía presentados a los estudios por sus dueños como en un pequeño grupo de ejemplares de laboratorio, en los que, por ejemplo, se investiga el efecto de piensos específicos. Tras dos años al servicio de la ciencia, estos animales son llevados a casas particulares.
Modelos para estudiar el alzhéimer humano
Los perros son un modelo animal idóneo para los estudios de nuestro envejecimiento y demencia. Convivimos juntos, luego estamos expuestos a los mismos factores medioambientales. Además, ellos envejecen diez veces más rápido que nosotros y algunos padecen demencia en la vejez. Otra coincidencia fundamental es que el biomarcador beta-amiloide 42, relacionado con el alzhéimer, es idéntico en ellos y nosotros. Por eso, la Universidad de Budapest acaba de publicar un estudio en el que ha analizado el cerebro y el líquido cefalorraquídeo de perros ancianos. Sus dueños colaboraron aportando información detallada sobre el rendimiento cognitivo de los animales. El estudio corrobora la idoneidad canina para ayudar a curar el alzhéimer. Otro servicio de nuestros fieles compañeros.
Por: Nuria Rubio
Fuente: https://www.abc.es
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