En su momento álgido, a principios del siglo II, el imperio romano
cubría una extensión de unos cinco millones de kilómetros cuadrados y en
su interior vivían entre 50 y 60 millones de personas. Abarcaba tres
continentes. Por el norte limitaba con la gran llanura europea y la
actual Escocia, por el oeste con el océano Atlántico, por el este con
Mesopotamia y por el sur con el desierto del Sáhara. Semejante extensión
territorial implicaba una línea fronteriza muy larga para la que los
romanos buscaron fronteras naturales como ríos, desiertos y cadenas
montañosas. Pero no siempre era posible, así que en ciertas zonas se
levantaron muros y fortificaciones de los que luego surgirían ciudades
que han llegado hasta nuestros días.
Los romanos lo llamaban limes, de donde proviene el término límite en
español. El limes no era propiamente una línea trazada con precisión en
el sentido moderno, sino un área mucho más extensa en la que se
transitaba de los dominios de Roma al exterior, de la civilización a la
barbarie. De este modo, según el lugar en el que se encontrase, hablaban
de limes germanicus para la frontera con la Germania Magna, limes
Britannicus, que separaba la provincia de Britania de Caledonia, o el
limes Arabicus, que se encontraba en el desierto del este. En el sur,
para vigilar los accesos desde el Sáhara, levantaron una línea de
fuertes que denominaron Fossatum Africae, la fosa de África.
Esta inmensa estructura defensiva perduró durante siglos y buena parte
de la misma ha llegado hasta nuestros días. En Europa, especialmente en
Inglaterra y Alemania, se ha excavado y estudiado a fondo, lo que nos ha
permitido conocer muy de cerca a los que durante cientos de años
custodiaron los confines del mundo civilizado.
Hoy en La ContraHistoria vamos a recorrer juntos los cerca de cinco mil
kilómetros de limes romano, desde el frío y húmedo muro de Adriano
hasta las abrasadoras arenas del desierto jordano pasando por los
pantanos del Danubio o las cumbres del Atlas, una línea que, en la
Europa occidental, se transformó en el limes cultural entre la Europa
latina y la anglogermánica.
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