EDWARD ELGAR
Edward William Elgar (Broadheath, 2 de junio de 1857-Worcester, 23 de febrero de 1934) fue un compositor inglés. Muchas de sus obras forman parte del repertorio clásico de concierto británico e internacional.
CONCIERTO PARA VIOLONCHELO
El Concierto para violonchelo de Elgar se escribió durante el verano de
1919 en una casa solitaria del compositor, Brinkwells, próxima a
Fittleworth (Sussex). Allí transcurrió el fragor de la Primera Guerra
Mundial a través del Canal de la Mancha. En 1918, tras intervenirse de
amígdalas en Londres, Elgar, al volver en sí, solicitó lápiz y papel
para esbozar la melodía que dio pie al primer tema del Concierto. Él y
su esposa se retiraron a la casa de campo para recuperarse del todo. Ese
mismo año vieron la luz tres obras de cámara estilísticamente nuevas en
su lenguaje compositivo. Pero no sería hasta la primavera de 1919
cuando Elgar empezó a estructurar su Concierto para violonchelo.
Ciertamente, el estreno fue un desastre. Tuvo lugar al inicio de la
temporada 1919-1920, el 27 de octubre, junto a la Orquesta Sinfónica de
Londres. Dicho concierto estuvo bajo la dirección del compositor y
Albert Coates, que se ocupaba del resto del programa. La première tuvo
el gran sinsabor de un tiempo desproporcionado en los ensayos, ya que
Coates se centró en las otras obras restando tiempo a la de Elgar, lo
que encolerizó a Alice, su esposa. A este respecto el compositor confesó
que si no hubiera sido por las excelentes prestaciones del solista,
Felix Salmond, se habría retirado del concierto. Este tocó poquísimo el
Concierto en Inglaterra y en América. Cuando empezó a trabajar como
profesor de violonchelo en el Curtis Institute de Filadelfia, no se
molestó en enseñar a sus alumnos el Concierto.
Un poco después del
fallido estreno Elgar tuvo referencias de la chelista inglesa Beatrice
Harrison, quien había debutado a los 19 años junto a la Orquesta del
Queen Hall tocando conciertos de Haydn, Dvorák y las Variaciones Rococó
de Chaikovski. Harrison abordó la obra de Elgar en América y tuvo el
privilegio de ser la primera chelista mujer en interpretarlo en el
Carnegie Hall y con las orquestas sinfónicas de Boston y Chicago. En
1928 abordará la grabación completa para HMV bajo la dirección del
propio Elgar. La chelista interpretó el Concierto de Elgar junto la
Sonata de Kodály en el Queen’s Hall.
Otro chelista, William Henry
Squire, a quien Gabriel Fauré dedicó su Siciliana, lo grabó en 1936.
Esta grabación se llegaría a considerar la mejor del momento. La
popularidad del Concierto de Elgar era cada vez mayor. Antes de coger
fama como director, Sir John Barbirolli había pertenecido a la sección
de chelos de la Orquesta Sinfónica de Londres. Él se alegró de conocer
una obra maestra que poco a poco se apreciaba en los mejores auditorios
del mundo.
Sin embargo, quien catapultó el Concierto de Elgar al estrellato fue la
chelista Jacqueline Du Pré, niña-prodigia que en cuatro días memorizó el
concierto: su impacto en Inglaterra la llevaría también por América. El
New York Times dijo de ella: ‘Jacqueline Du Pré ha tocado como un
ángel, un ángel de extraordinarias calidez y sensibilidad… Du Pré y el
Concierto parecen haber sido hechos el uno para el otro. Su
interpretación estaba completamente imbuida en el espíritu romántico. Su
tono estaba bella y considerablemente bruñido’. Se da la circunstancia
de que la francesa tocó este concierto con más asiduidad que cualquier
otro. La biógrafa Elizabeth Wilson escribió: ‘La profundización de Du
Pré en el complejo universo de la última etapa de Elgar supuso una
madurez y una hondura psicológicas extraordinarias para su juventud, y
ella era en gran medida responsable de una revalorización de este
concierto como una de las granes obras del repertorio’.
La partitura
El Concierto para violonchelo
de Elgar está escrito para un violonchelo solista, sección de cuerda
frotada, dos flautas, dos oboes, dos clarinetes en La, dos fagotes,
cuatro trompas en Fa, dos trompetas en Do, tres trombones, tuba y
timbales. Se divide en cuatro movimientos: Adagio-Moderato,
Lento-Allegro Molto, Adagio y Allegro-Moderato-Allegro ma non
troppo-Poco più lento-Adagio.
Esto no es un concierto al uso, esto
es una estructura discernible de solista y orquesta que dialogan,
rivalizan o se contonean. La música tiene los trazos de un solo al que
la orquesta se une respaldando su voz, introspectiva.
Concebida
como dos pares de movimientos, empieza audazmente con un etéreo
recitativo para chelo solo. Luego, las violas presentan un tema elegiaco
que se prolonga como si flotara, algo que el chelo no puede resistir.
El movimiento se equilibra con lirismo. Después hay unos toques rítmicos
del tutti con ambiente siniestro. El tema que hace el chelo y repite la
orquesta en forte proviene de un mundo ancestral, una escritura con
puntillo es muy pegadiza. De menor pasa a mayor cambiando
alternativamente, la orquesta se mueve por secciones.
El segundo movimiento es un Scherzo inconstante, pues el chelo
presenta un tema vacilante al principio que luego desaparece, dirigiendo
el resto del movimiento. Muy singular el conato de arranque con cuerda
arpegiada en pizzicato, pincelada que remite al folclore. Después se
oyen batidas veloces del chelo que apuntala la orquesta en una música
semejante a Chaikovski, movimiento donde solista y orquesta se siguen
repitiendo uno lo que hace el anterior. El final recuerda el inconfundible estilo del ruso.
El
apasionado Adagio expansivo es el núcleo de la obra. La orquesta se va
apagando hasta que el chelo canta con libertad soberana, ‘and it does so
in all but one measure’. Frases amplias y cogitabundas en el solista
con orquesta cual alfombra. Ricamente evocador, el movimiento se parece
al lento de su serenata para cuerdas. Además, la armonía crea una
suspensión deliciosa en los finales de cada frase. Hay tres notas de la
orquesta de cierre antes de una sección viva que la retratan como copia
de aquel Lento de la Serenata. De hecho, la sección contrastante que
principia la orquesta tiene parecido con su Primera Sinfonía. Luego
vuelve a sonar el soliloquio del inicio del Concierto.
El Finale
es extenso y variado. Comienza, como el propio Concierto, con un
recitativo destinado al solista. Aunque mucho de lo que sigue es brioso,
subyace todavía un aire de tristeza y, al borde la conclusión, cuando
Elgar está llegando a puerto, el violonchelo trae a la memoria una
frasecilla desgarradora del Adagio que aporta una larga sombra a los
últimos compases. Como conclusión, el chelo interpone su frase de
cabecera. Ya establecido el Allegro se crean texturas más propias de las
suites de compositores nacionalistas. El tema marcial, que suena
también en su Primera Sinfonía, pasa de una sección a otra de la
orquesta mientras el chelo hace un trémolo. En el Poco più lento se
rememora el movimiento anterior, con inversiones de acordes largos del
solista y la orquesta; el tema del movimiento anterior se torna más
apasionado. El chelo eleva su melodía de siete notas que tiene los
mimbres de esas canciones populares de la Europa del Este que se han
difundido tanto. Después de ese motivo vuelve más sereno el tema del
tercer movimiento, sucedido por los abruptos acordes de solista y la
estampida orquestal del principio de la obra, sucedido por el motivo del
principio del Concierto.
Testimonios
Andrew
Horrett, miembro de la Sociedad de Conciertos de Bristol, comenta sobre
el Concierto: ‘Pocas veces una partitura tiene tanta vida propia. Elgar
consigue de un modo excepcional poner en pie un drama sin palabras
donde el chelo lleva a dimensiones desconocidas. Cuando la orquesta se
funde con él, la vida irrumpe en el oyente como hacen las obras
maestras. Más allá de la melancolía en que se viera sumido por
circunstancias familiares, nuestro compositor exalta la propia identidad
de la música’.
Otra valoración, que refleja la apasionante
singladura de una obra ya centenaria, es la de la violonchelista Marie
Duchamps: ‘Esta obra de Edward Elgar traspasa los convencionalismos del
repertorio solista. Aquí la intuición está por encima del virtuosismo;
los intérpretes aprendemos a encontrar en el arte de la música la
experiencia y el temple que solo proporcionan los años. Y de hecho, este
concierto es una manifestación de lo que el hombre y el músico han
asimilado a lo largo de innumerables encuentros y reflexiones. Es verdad
que solo lo auténtico hace que la inspiración llegue’.
Gerhard Brunkwert, reputado crítico alemán, subraya las peculiaridades
de esta composición de madurez: ‘Durante el siglo XX Europa alcanzó la
cumbre en lo que a excelencias artísticas se refiere. Ambas guerras
mundiales fueron indiscutiblemente el escenario que fortificó a los
músicos; el caso de Elgar es un talante austero que trasciende el dolor
con el desgarrador protagonismo del chelo. La voz sola que se sumerge en
triunfos y fracasos, en anhelos y nostalgias y que al término de la
composición no puede hacer otra cosa que asombrarse de una belleza que
vive por encima del sufrimiento’.
Fuente: https://www.melomanodigital.com
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