IOAN FLORA
(Satu Nou-Moldavia, 1950 – Bucarest-Rumania, 2005). Poeta, filólogo y
traductor. Obtuvo el Premio Struga (Macedonia, 1977), el Premio Nolit
(Serbia, 1988), Premio de los escritores de Voivodina (1989), el Premio
de la Asociación de los Escritores de Bucarest (1995), el Premio de la
Unión de los Escritores de la República de Moldavia (1995), entre otros.
Publicó en poesía La Hiedra (1975), El mundo físico (1977), Un búho joven en el lecho de muerte (1988), Memoria asesina (1989), Discurso acerca del avestruz-camello (1995), El conejo sueco (1997), Medea y sus máquinas de guerra (2000) y Desayuno bajo la hierba (2003).
SIETE ESPIGAS DE TRIGO
Hacia el anochecer salí al campo.
Dispersas casas blancas, invadidas por lirios y hortensias,
por pinos, castaños y geranios—habrías dicho que estás y no estás
en tu tierra, habrías dicho muchas cosas.
Salí al campo y segué con un cuchillo siete espigas de trigo
de sesenta granos cada una.
Regresé decidido pasada una hora
y entré en la casa.
Puse agua en una botella vacía de cava, clavé
allí las espigas, y luego la puse en la ventana.
Me dolían las sienes, me dolían las rodillas, me dolían
todos los sentidos prohibidos—infecta comezón del cuerpo,
como decía San Agustín, de la carne que ya no es
joven.
Entré en el baño, me miré al espejo:
–¿Me afeito, me dije, o mejor me pego un tiro?
–¡¿Por qué me afeitaría?! me contesté.
Salí al campo, cogí siete espigas de trigo.
SAPTE SPICE DE GRÂU
Spre seară am ieșit în câmp.
Hacia el anochecer salí al campo.
Dispersas casas blancas, invadidas por lirios y hortensias,
por pinos, castaños y geranios—habrías dicho que estás y no estás
en tu tierra, habrías dicho muchas cosas.
Salí al campo y segué con un cuchillo siete espigas de trigo
de sesenta granos cada una.
Regresé decidido pasada una hora
y entré en la casa.
Puse agua en una botella vacía de cava, clavé
allí las espigas, y luego la puse en la ventana.
Me dolían las sienes, me dolían las rodillas, me dolían
todos los sentidos prohibidos—infecta comezón del cuerpo,
como decía San Agustín, de la carne que ya no es
joven.
Entré en el baño, me miré al espejo:
–¿Me afeito, me dije, o mejor me pego un tiro?
–¡¿Por qué me afeitaría?! me contesté.
Salí al campo, cogí siete espigas de trigo.
SAPTE SPICE DE GRÂU
Spre seară am ieșit în câmp.
Răzlețite case albe, împresurate de crini și hortensii,
de pini, castani și mușcate – ai fi zis că ești și nu ești
acasă, ai fi zis multe.
Am ieșit în câmp și am retezat cu o custură șapte spice de grâu,
cu câte șaizeci de boabe fiecare.
Am revenit hotărât după o oră și mai bine
și am intrat în casă.
Am turnat apă într-o sticlă goală de șampanie, am înfipt
acolo spicele, iar vasul l-am așezat în fereastră.
Mă dureau tâmplele, mă dureau genunchii, mă dureau
toate sensurile interzise – infectă mâncărime a trupului,
vorba Sfântului Augustin, a cărnii care nu mai e
tânără.
Am intrat în baie, m-am privit în oglindă:
–Să mă bărbieresc, m-am întrebat, sau mai bine mă-mpușc?
–De ce m-aș bărbieri?! mi-am răspuns.
Am ieșit în câmp, am cules șapte spice de grâu.
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