ADVIENTO 1er DOMINGO
37 Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre.
38 Porque
como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo,
casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el
arca,
39 y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre.
40 Entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado.
41 Dos mujeres estarán moliendo en un molino; la una será tomada, y la otra será dejada.
42 Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor.
43 Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa.
44 Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis.
Empieza el Adviento, un nuevo
año litúrgico, y el Evangelio nos trasmite una virtud característica del
adviento, la esperanza. Y la pone de relieve subrayando algunas actitudes de
gentes descuidadas que no tienen en su horizonte el acontecimiento que se nos
echa encima: “la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que llegó el diluvio”.
Y después señala la suerte
diferente que correrán personas que aparentemente estaban juntas a uno se lo
llevarán y al otro lo dejarán. Y al final se nos habla de la incertidumbre del
cuándo ocurrirá el acontecimiento.
Todo esto nos lleva a
desarrollar la virtud de la esperanza, tan significada en el Adviento. La
esperanza debe tener la certeza del acontecimiento; algo maravilloso va a ocurrir,
que es la venida del Hijo del Hombre. Esta venida del fin de los tiempos, que
es recordada en cada Adviento, a propósito de nuestra preparación de la Navidad. Es certeza de que va a
ocurrir algo y ese algo es maravilloso; es el encuentro con el Señor.
Y por la certeza de la llegada
de ese acontecimiento, se tiene una actitud vigilante y gozosa; actitud
vigilante que significa poner los ojos en ese bello futuro, y no estar en el
día a día, simplemente entretenido y distraído con los quehaceres mundanos y
rutinarios. El que está vigilante mira más allá de estos acontecimientos en los
que muchos quedan absorbidos. Mirar más allá, es otro de los componentes que
tiene esta virtud de la esperanza cristiana. Y eso lleva naturalmente a “descubrir
el valor de los bienes eternos y a poner en ellos nuestro corazón”, como nos
dicen varias veces las oraciones litúrgicas de estas misas de Adviento.
Y hay otro elemento más en esta
espera de la que nos habla el Evangelio, y es otro elemento que debe tener la
esperanza: la incertidumbre del tiempo en que llega el encuentro con Jesús. Ese
encuentro definitivo, del cual la
Navidad es un toque de alerta. La esperanza cristiana no
espera a plazo fijo, porque no sabemos ni el día ni la hora. Es verdad que la
espera de la Navidad
sí es espera con tiempo determinado. Pero la espera de esa otra venida no tiene
fecha; será a la hora que menos pensemos. La esperanza por tanto supone
fortaleza y constancia. No cansarse nunca en esta mirada al futuro, en este
superar la monotonía de la vida rutinaria. Estar siempre firmes, no decaer,
mantener la energía a pesar de las dificultades de la vida.
Y otro elemento de la esperanza
es el gozo. No se trata de temer la venida de Dios. El que es poseído por el
miedo no tiene esperanza, sino desesperación. Esperar es estar alegres (una
alegría anticipada) porque ya se goza de eso maravilloso que nos va a ocurrir.
El gozo es un componente esencial de una vida verdaderamente cristiana.
Y para que esta alegría sea
auténtica, y no postiza, hay que apoyarla en algo real, verdadero y firme: que
es Jesucristo. Solo en Él hay verdadero, real y firme gozo. Para muchos la
alegría se sustenta en cosas transitorias e inconsistentes; en sucesos que
están vacíos por dentro. Y esto ocurre mucho en Navidad, se fabrican muchas
veces alegrías ficticias, sucesos camuflados de gozo. Hay una tendencia
equivocada de buscar la alegría en el placer. Y la Navidad se ha rodeado de
tantos elementos postizos, elementos falsos que sustituyen a Jesús, por decorados
de ficción. Se fabrica un sueño irreal, y se pierde el verdadero sentido del
gran acontecimiento, el Nacimiento del Hijo de Dios.
La esperanza cristiana se basa
en algo real, maravilloso e inigualable: la venida del Hijo de Dios a cuyo
encuentro se dirigen nuestras vidas. Y la Navidad, nos hace tener presente ese momento. La Navidad nos proporciona
alegría por recordarnos el amor de Dios: “tanto amó Dios al mundo que le
entregó a su Hijo Único”. Y además nos hace tener presente esa otra venida, en
que seremos nosotros los que nazcamos a una vida nueva, cuando nos encontremos
con El, de verdad, no ya en esa escenificación hermosa de los “Nacimientos”.
Adolfo Franco, SJ