domingo, 18 de agosto de 2019

Cita CDXLIV: La tinta de aguacate es, naturalmente, color rosa milénial





Para hacer tinta natural de aguacate, lo único que hacen falta son los huesos. Esas semillas color café dorado, tan resbalosas al extraerlas, contienen un líquido lechoso rico en taninos que se convierte en una sorpresiva tinta roja cuando se hierven.

Primero se lavan los huesos y se secan. Luego se hierven en una olla con suficiente agua para cubrir el tejido (unos cinco huesos por cada media libra de tela, unos 227 gramos). Mientras bailan en el líquido, chocando levemente unos con otros, la cáscara se desprende y se abre, pintando el agua de un rubí intenso. Dejar remojar toda la noche.

Al día siguiente se agrega la tela húmeda hasta obtener el color adecuado. (Los tejidos prelavados deben remojarse en agua tibia la noche previa para que el color se fije). No hay que buscar la perfección: cada intento será distinto, imperfecto, etéreo y rosado.

Este proceso engañosamente simple es un arte en las manos de María Elena Pombo. Pombo, de 30 años, es una diseñadora de ropa de Venezuela que forma parte de un grupo de creadores milénials que trabajan con tintas hechas de plantas que tienden a ser más sustentables y usan desechos vegetales que de otra forma se descartarían. En su estudio, en un tramo industrial de la calle Ingraham en el barrio de East Willamsburg de Brooklyn, Pombo crea exquisita ropa hecha a pedido teñida con todo tipo de desechos orgánicos, entre ellos cáscaras de nueces, semillas de achiote y pieles de cebolla. Pero los huesos de aguacate son su material principal.

Su empresa Fragmentario es al mismo tiempo experimento de moda e iniciativa educativa. Además de vender ropa, Pombo ofrece talleres sobre cómo extraer seductores colores de materiales botánicos.

Por naturaleza, los resultados son irregulares. Las variaciones en la mineralidad y pH del agua, por no decir la inevitable inclusión de contaminantes, afecta las tonalidades de las tintas hechas a base de plantas. El agua dura, llena de minerales como calcio y magnesio, puede hacer que los colores sean más vibrantes, mientras que las aguas más suaves producen tonos más suaves. Las fibras de origen vegetal como el algodón o el lino tienden a atenuar el tinte mientras que las derivadas de animales como la seda o la lana producen resultados más intensos.

Pero Pombo trata a sus pigmentos con una sensibilidad metódica que refleja su entrenamiento de ingeniera. Por todo su estudio hay mecheros, vasos de precipitado, pinzas y recipientes con agua de todo el mundo junto con tablas meticulosas que rastrean sus experimentos y pruebas con tintes. “Estoy haciendo este proceso a mano pero es muy controlado”, dijo.

Los aguacates antes de los milénials 

Podemos agradecer a los perezosos gigantes prehistóricos por la dispersión de los aguacates. Los lestodontes, como se conoce a estos perezosos, crecían hasta medir unos cuatro metros de longitud y durante la era cenozoica deambulaban por Sudamérica y tragaban aguacates enteros y dejaban a su paso los árboles. Aunque los humanos empezaron a cultivar la fruta en tiempos tan remotos como hace 5000 años, una de las descripciones más antiguas de las que se tienen registro en papel es de 1519: la “fruta comestible”, escribió el geógrafo y conquistador Martín Fernández de Enciso en un documento titulado Suma de geographia, es “como mantequilla” y “tiene un sabor delicioso y deja un gusto tan blando y tan bueno que es maravilloso”.

Es comprensible que los huesos sean secundarios frente a esta fruta “maravillosa”, ahora tan codiciada que solo en 2018 Estados Unidos importó de México casi dos mil millones de libras de aguacates Hass. Pero existe evidencia de que la humilde semilla se usa hace mucho para tinturas o tintes. En un artículo publicado en 1964, un historiador del arte español, Santiago Sebastiánl, apuntó que muchos documentos que sobreviven de la época de la Conquista española en Centroamérica y Sudamérica se escribieron con tinta derivada de los huesos. Y su aplicación a textiles data de generaciones, aunque a menudo no exista registro escrito de ello.

“El rosado de aguacate es un poco un misterio” dijo Jennifer Gómez Menjívar, profesora asociada de Español y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Minnesota, Duluth. “Lo que sabemos al respecto se ha preservado a través de historias orales”. Por ejemplo, los kuna que viven en el noreste de Panamá y las vecinas islas San Blas desde tiempos prehispánicos mencionan el uso de la tintura de aguacate para teñir textiles en su historia de la creación. Y también se han encontrado restos de lana de llama y alpaca teñida con huesos de aguacate en sitios arqueológicos en la sierra andina, donde residieron pueblos aimaras y quechuas.

A diferencia de las tintas hechas de flores o pieles de cebolla —en los que el producto final a menudo se parece al color del material—, la tinta de los huesos de aguacates es “muy mágica”, dijo Pombo. “Nunca me hubiera imaginado que sería rosa”.

Hay muchos tipos de aguacates y, por ende, muchos tonos posibles de rosa aguacate; la especie, parte de la familia del laurel, se divide en tres razas botánicas —mexicana, guatemalteca y de la india occidental— pero la polinización cruzada permite el desarrollo de variedades ilimitadas.

La variedad que crecía en el patio de la casa de la familia de Pombo, en Caracas, se llama Fuerte y es de cáscara verde, con forma de pera y dos veces más grande que la variedad Hass que usualmente se encuentra en Estados Unidos. El hueso se evidencia cuando madura, y se mueve dentro de la fruta como una maraca. Esos aguacates, dijo Pombo, “me recuerdan la casa”.

Pero para su primera colección de ropa teñida con aguacate ha usado huesos de la variedad Hass que consigue de cuatro distintas tiendas de abarrotes en Bushwick. Como estas tiendas tienen limitado el espacio de almacenamiento, tenía que ir a cada una dos veces a la semana y recoger unos 20 huesos cada vez. También significaba que se pasaba horas conversando con los dueños y empleados cada vez que pasaba a recogerlos.

El resultado ha sido una línea de prendas uniformes, disponibles en lino, seda o una mezcla traslúcida de seda, organza y algodón teñidas a mano (incluso los botones) en un tono de rosado viejo que recuerda una rosa muy reseca. Las prendas, que se venden a través de Instagram, no son baratas: los precios varían desde 300 dólares por una blusa de lino hasta 1580 dólares por una chaqueta de seda shantug. Pero Pombo dijo que las piezas, fabricadas con tanto cuidado, son para toda la vida: únicas y heredables: “La idea es ir más despacio y tener una relación más reflexiva con lo que consumimos”, dijo.

La basura de uno es el tesoro de otro

El verano pasado, en uno de los talleres de tintura con cebolla en el jardín comunitario McLeod en Brownsville, Brooklyn (ofrecido sin costo a través de un apoyo del New York Restoration Project), cerca de 50 participantes se reunieron alrededor de cubos llenos de pieles de cebolla anegadas mientras esperaban su turno para mojar bufandas y pañuelos. Trozos de detritus se mezclaron con la tela empapada, impregnando la seda charmeuse y la gasa con un tono rojo oxidado. Mientras los participantes esperaban pacientemente que la alquimia surtiera efecto, Pombo habló de la belleza que podía extraerse de los desperdicios de comida.

“Hacemos muchas preguntas sobre el origen de nuestra comida pero no preguntamos lo mismo sobre los textiles”, dijo Pombo. “Al usar desperdicios de comida, les das una segunda vida al crear belleza de algo que puede considerarse basura”. (Pombo ahora consigue sus huesos en Arepera Guacuco, un restaurante venezolano en Brooklyn. Cada semana el restaurante le llena un recipiente con unos 100 huesos, la mayoría de los cuales ella muele con una Vitamix para almacenarlos más fácilmente).

Su abuela materna, Ligia de Reyes, estaba cerca, sentada en una silla plástica blanca de patio, e irradiaba orgullo. Reyes, quien tiene 80 años, estaba de visita en Brooklyn procedente de Cabimas, Venezuela, por primera vez. Su familia se fue poco a poco de Venezuela pero ahora está desplazada del país, sumido en un profundo colapso económico.

“Yo no sabía cómo tener este tipo de estructura familiar fragmentada”, dijo Pombo. Sus padres están en Canadá y su hermano vive en Londres. Sus dos abuelas siguen en Venezuela. “La nostalgia es ahora tan parte de mi identidad porque no es como que me puedo ir a casa”, dijo. “Lo que queda es un cascarón de lo que alguna vez fue”.

En 2018, Pombo se volvió candidata para solicitar una tarjeta de residencia, lo que significaba que no iba a poder salir de Estados Unidos por un tiempo. Fue un cambio difícil: los talleres de huesos de aguacate la habían llevado a Italia, España y Alemania, donde los impartía; cada ciudad produjo un tono único de “rosado aguacate” debido a las diferentes propiedades del agua y las condiciones de fabricación del tinte. (El agua en Barcelona y Madrid resultó en colores más rojizos, pero fue el agua dura de París la que produjo el rosa más intenso).

Al darse cuenta de que no podría viajar por un tiempo, Pombo empezó a pedirle a sus amigos que le enviaran agua de sus viajes. Admiradores de redes sociales y desconocidos empezaron a hacer lo mismo. Empezaron a llegarle botellas desde Chicago, Nueva Delhi y fuentes interesantes como el mar Muerto. “Recibir esas aguas de la gente fue muy bello”, recordó Pombo, visiblemente conmovida. Estar atrapada en Nueva York le ayudó a encontrar un nuevo modo de conectarse con el mundo. Una segunda línea de ropa empezó a tomar forma. “Todos han sido parte de esta colección”, dijo. “Inspiró una práctica para lo que sería el color, un sentido juguetón”.

Las nuevas prendas, todas de seda y hechas a pedido, tienen precios de entre 300 dólares por una bufanda y 2200 dólares por un vestido de organza plisado a mano. Las siluetas son parecidas a las de su última colección, pero esta vez los diáfanos textiles se arrugan y planchan al vapor antes de teñir y los tonos vacilan entre el rubor, el óxido y el rosa. Los resultados lucen salvajes, desenfrenados e impredecibles, un reflejo de la variabilidad de las distintas muestras de agua de alrededor del mundo.

Una de sus mejores amigas de Venezuela se estableció en San Luis Potosí, México, porque su pasaporte se había vencido y Venezuela no le había emitido uno nuevo y durante mucho tiempo no pudo visitar Nueva York. Le enviaba por correo a Pombo muestras de agua que recolectaba en México. “Es lindo”, dijo Pombo. “Porque lo hicimos juntas, pero separadas”.


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