JOSÉ RUIZ ROSAS
(Lima , Perú, 14 de mayo de 1928-ibid., 29 de agosto de 20181) fue un poeta peruano, de la llamada generación del 50, conjunto de creadores de especial importancia en la cultura del Perú contemporáneo. Inició sus estudios escolares en el colegio La Salle. Aquejado por el
asma, pasó luego largas temporadas en el balneario de Churín, en la
sierra de Lima, y cursó la secundaria como interno en el colegio de La
Merced, en la ciudad de Huacho, donde empezó a escribir sus primeros
poemas. En 1946 ingresó a la Facultad de Química de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
y al año siguiente a la Escuela de Periodismo de la Pontificia
Universidad Católica, pero en 1949 decidió establecerse en Arequipa,
ciudad donde permaneció más de sesenta años y produjo la mayor parte de
su obra poética. En 1954 se casó con Teresa Cateriano y cuatro años más
tarde fundó con su esposa la librería Trilce, centro de animación
cultural en la Arequipa de los años 60. Fue luego funcionario de la Casa
de la Cultura de Arequipa, director de la filial del Instituto Nacional
de Cultura (1977 -79) y director de la Biblioteca Municipal de
Arequipa, cargo en el que se jubiló en 1991. El año 2008 la Academia
Peruana de la Lengua lo incorporó como miembro correspondiente. En 1980
radicó por algunos meses en México y pasó años más tarde algunas
temporadas en Europa. Es hermano del destacado pintor Alfredo Ruiz Rosas
(Lima, 1926 -2002). Es padre de la escritora y traductora literaria Teresa Ruiz Rosas,
del poeta Alonso Ruiz Rosas, del diplomático Rolando Ruiz Rosas y de la
productora de televisión y empresaria Ximena Ruiz Rosas.
ASÍ ESCRIBO EL POEMA
Doy un paso,
duermo, sonrío, lloro en mis adentros,
mastico la ancha hiel de los instintos
puestos a galopar, protones lúdicos
flotando sus latentes emociones;
miro la luz, que es el mirar más último
antes de penetrar en cada arcano;
oigo no sé qué cosas en los cantos
de las aves por un momento libres
y se me empuña el corazón sabiendo
su final de cautivas o de víctimas;
aspiro el aire altísimo que baja
a decorar de oxígeno mis huesos;
llego, me voy, distante en todo tiempo
de la meta final que no he fijado;
pulso la hora intacta que ha parido
el otoño de un ramo, atrapo el claro
destello de unos ojos fraternales,
miro los flujos que soporta el mundo
por pasos con sus callos melancólicos,
torno, vuelvo a mirar y abro los ojos
como un insomne búho en medio día
y fijo las pupilas como el gato
que pretendiera caza de aeroplanos,
subo la cuesta, bajo, y subo, y bajo
y conservo el imán del pavimento;
llego, con mi codicia a manos llenas
a regalarle el sol a todo el mundo
y la sombra, la luna y los luceros
como si todo yo fuera raíces,
hojas y savia para estar callado
como un laboratorio del abrazo;
así escribo el poema. Doy un paso.
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