Estas Cosillas para el Nacimiento (caso villancicos, aunque
no son para cantar, ni se ajustan a la forma tradicional) permanecieron
mucho tiempo dispersas. Pellicer no les daba importancia como poemas
independientes (de ahí el nombre), sino como textos ancilares,
subordinados a la verdadera obra que era el Nacimiento. Aunque los
escribió desde 1976, no los editó separadamente, ni los incorporó a sus
libros, fuera de quince que incluyó en los “poemas no coleccionados” de Material poético 1918-1961.
Ahora las reúne el pintor Carlos Pellicer López, que continúa la
tradición de poner el Nacimiento, después de ayudarle durante muchos
años a su tío.
Pellicer puso en su casa el Nacimiento a lo largo de más de medio
siglo. Hasta mil novecientos cuarenta y tantos fue un Nacimiento
tradicional, aunque especialmente artístico: al ponerlo ejercía su vena
de pintor. Por esos años, empezó a introducir elementos inusitados, que
crearon de hecho un tipo de obra nueva, sin género conocido: una especie
de auto sacramental de la luz, que expresa su religiosidad personal,
que a nadie se le había ocurrido y que sin embargo resulta profundamente
tradicional, porque reinventa el origen mismo de las fiestas de
Navidad.
Las celebraciones navideñas incluyen representaciones del nacimiento
de Cristo, que varían de la figura pintada a la de bulto, la teatral, la
ritual, la sacramental; en la misa de Navidad, especialmente la de
Gallo; en la celebración de las Posadas; en la representación de
pastorelas; en pinturas y esculturas de muy diversas clases,
especialmente el Nacimiento. Pellicer introdujo una nueva
representación: la experiencia del amanecer.
La concepción teofánica del amanecer es universal y milenaria. Ha
inspirado cultos solares que, al avanzar los conocimientos astronómicos,
se han extendido al calendario anual. La misma lucha del sol con las
tinieblas que puede verse en el curso del día (nacimiento, apogeo,
muerte y renacimiento), puede verse en el curso del año. A partir del
solsticio de invierno, los días crecen hasta el solsticio de verano,
cuando empiezan a decrecer hasta la “muerte y renacimiento” del sol cada
21 días de diciembre. En el antiguo Egipto, en Grecia, en Roma,
diversas religiones mistéricas celebraron, por estas fechas (25 de
diciembre, 6 de enero) fiestas de renovación, que más tarde fueron
adoptadas por los cristianos, con nuevos simbolismos: Cristo como sol,
luz del mundo, nuevo Adán, renovador de la Creación.
No deja de haber cierto equívoco entre el renacimiento (cíclico) y la
resurrección (histórica, definitiva). La verdadera fiesta “mistérica”
del cristianismo es la Resurrección. La celebración de la Navidad tuvo
un desarrollo tardío. Tiene algo de afirmación “pagana” de este mundo.
Fue criticada en la patrística griega como una fiesta no muy cristiana.
Empezó a celebrarse oficialmente en el siglo IV, y en el calendario
eclesiástico quedó en cuarto lugar, después de la Pascua, Pentecostés y
Epifanía. Sin embargo, ha llegado a ser la fiesta más popular del
cristianismo. Se enriqueció con el árbol (de origen germánico, que
simboliza el nuevo árbol del nuevo paraíso del nuevo Adán) y otros
símbolos universales de año nuevo y vida nueva (la alegría, el
desprendimiento). Recibió un impulso decisivo de San Francisco, que en
1223, en Greccio, inventó el Nacimiento: hizo participar a los animales
en la misa, llevando un burro, un buey, un pesebre. (Celano no menciona
más, aunque es de suponerse que, si no entonces, la Sagrada Familia
llegó a ser representada). Para San Francisco, la Navidad era “la fiesta
de las fiestas”. Sin negar la cruz, tomó en serio la figura de Cristo
como nuevo Adán, que encabeza el nuevo nacimiento de este mundo,
reconciliado con el otro.
Hay también en el Nacimiento algo de jardín japonés, que parece
acentuarse en el caso de Pellicer. Llegó a representar no sólo el mundo
sino aun el tiempo a escala. Y realizaba esa especie de práctica Zen que
busca revelaciones en las piedras y otros elementos dados en la
naturaleza: salía al campo y tenía el don de ver en una rama caída lo
que luego en el Nacimiento parecía un vetusto bonsai. Toda su
preparación de Nacimiento tenía algo de confianza en la inspiración, en
la improvisación, en el “no busco, encuentro”, al mismo tiempo que de
ascética y hasta previsora disciplina. Para las figuras, encargaba
piezas únicas a un artesano. Después de encontrar piedras y ramas en el
campo, hacía trabajos de carpintería, de pintura, de electricidad, de
sonido. Seleccionaba música. Escribía. Antes de que se inventaran las
grabadoras, se tomaba el trabajo de ir a grabar un disco con los versos
para ese año. (Todo cambiaba cada año, dentro del mismo formato
general.)
Puesto el Nacimiento, Pellicer se sometía a la disciplina de estar
personalmente disponible de seis a nueve de la noche (más o menos) todos
los días. Se tocaba el timbre de la casa de Sierra Nevada 779. Abría la
vieja ama de llaves y pasaba a los visitantes a un recibidor junto a la
escalera, por donde bajaba, nunca de inmediato, con esa mezcla suya de
cordialidad bromista, de humildad y teatralidad. Conversaba, recibía los
regalos, de haberlos, y seguía manteniendo la expectación. Por fin,
abría la puerta a la cochera que nunca usó como tal. Todo el espacio,
fuera de un pasillo al frente para los visitantes, estaba ocupado por
una especie de escenario que, a través de una bóveda que representaba el
cielo, cerraba al fondo con un horizonte curvo, espectacular. La
inmensidad del espacio se acentuaba con diversos recursos de
perspectiva: la alineación, el tamaño de las figuras, los colores, el
tema de las “escenas” próximas y remotas. No había un árbol típico de
Navidad. El conjunto recordaba más bien un gran paisaje del Valle de
México pintado por Velasco. Y, como en los cuadros de Velasco, la luz
era el personaje central. No el Niño, ni el portal que, sin embargo,
estaban perfectamente puestos. La luz, la Luz del Mundo era el verdadero
Niño presentado a la adoración. La adoración se producía. El silencio
irrumpía entre los comentarios, las exclamaciones, las preguntas, hasta
imponerse por completo. Entonces, cuando la visita parecía terminar,
empezaba la parte culminante. Pellicer desaparecía tras una cortina
lateral (nueva expectación) y ponía música. Empezaba a atardecer en el
escenario, tan lentamente que los visitantes de primera vez tardaban en
descubrirlo. El silencio era absoluto. Se producía una reverencia
espontánea ante la inmensidad y misterio de la Tierra, vista de muy
lejos, perdiéndose en la sombra, como si el espectador se hubiera
desprendido, se hubiera vuelto música entre los ángeles, como si hubiera
muerto y se despidiera con nostalgia. Luego venía la noche total. La
bóveda estrellada daba frío. Y entonces, como una compañía inesperada,
empezaba a oírse la voz, profunda y cálida al mismo tiempo, de Pellicer.
Palabras conmovedoramente fraternales, que no rehúyen la inocencia, ni
el balbuceo. Palabras franciscanas de comunión con todos en una
naturaleza abierta al más allá misterioso. Del sol hundido de la
soledad, empezaba a brotar el nuevo sol de la alegría. La luz encarnaba,
se iba volviendo Niño. La tierra volvía a ser acogedora y habitable. ~
Publicado en Vuelta, no. 27, febrero de 1979.
Fuente: https://letraslibres.com
Por: Gabriel Zaid
Cosillas para el Nacimiento
Carlos Pellicer
11
¿Podría brotar la luz
de una perla nacida en la garganta de un pájaro?
¡Una perla nacida de un pájaro!
¿Podría levantarse la aurora
de los ojos de un ángel dormido
a la orilla de un lago olvidado?
¡La aurora en los ojos de un lago!
¿Podría entreabrirse de pronto un jardín
y quedarse mirando la dalia al jacinto
y el lirio a la rosa
y el nardo a la sombra de un lirio?
¡Un jardín como un ojo entreabierto y enorme, de pronto!
¿Podría la estrella que surge
del pecho sangrante del día
volar a través de un suspiro y posarse
en el hombro de un sueño hecho manto
que asila a cuantiosas criaturas que lloran?
Una estrella prendida en un manto que salva a los hombres!
La luz de una perla nacida de un pájaro
y la aurora en los ojos de un ángel
y el jardín entreabierto y atónito
y la estrella en el manto de un sueño que salva a los hombres,
son apenas la voz que en el alma nos dice,
que mucho antes que el cielo y la tierra y el agua y el fuego
fue creada la Virgen María.
Y la perla y el ave
y la aurora y el ángel
y el jardín y la estrella,
son la huella que deja a su paso la Virgen María. ~
1956
21
La noche está encendida
para pedir la paz.
La paz se queja ahora
cual paloma torcaz.
La paloma está herida,
salvémosla en su vuelo
—la miran con tristeza
los ángeles del cielo.
Pero esta noche tiene
tanta salud,
que el canto triste
de la paloma
se ha llenado de encanto.
Los árboles destruyen
la orfandad de la tierra,
porque Nuestro Señor
ha encendido
una guerra de paz;
así, una guerra
de paz tan poderosa,
que sólo no queriendo
deja uno ser la rosa
de los vientos de paz.
Porque Cristo es amor,
es también alegría
con espina y con flor
—la espina es cosa nuestra,
no de Nuestro Señor.
La ambición y la envidia
dan espina y no flor.
La ambición sin medida
va a parar a la guerra:
chocan el aire, el fuego
y el agua por la tierra.
Seamos como el árbol,
como el agua que ve
crecer su sombra líquida
esté el sol o no esté.
Esta noche alojemos
en nuestro corazón
las palabras tan simples
desta clara canción.
No digan de nosotros:
“Fue el genio de la guerra” ;
que de nosotros digan:
“Trajo la paz a la tierra”. ~
[1962]
23
Se fueron ya los árboles
se hundieron ya las rocas
y estamos, como el cielo,
sobre todas las cosas.
Con árboles dorados
como estrellas terrestres,
ha caminado el día
largo y breve.
Ansiosamente rocas
las rocas dan abismos
adonde chorrea el aire
sus invisibles niños.
La noche es como un sueño
volando tras un niño.
Duermo y al despertar
ya nada es siempre mío.
La noche tiene a Dios
tan cerca de nosotros,
que entre una estrella y otra
nos encontramos todos.
El niño de la noche
es el dueño del día,
un diamante en los labios
de una palabra íntima.
Si el niño que ha nacido
naciera en nuestro pecho,
ni rencor ni egoísmo
nos destruyera el sueño.
Sólo Cristo es la paz
porque él es sólo amor.
Sólo siendo amorosos
seremos siempre flor.
El amor a la vida
sea amor a la paz.
Hermano mío, ven:
la LUZ se anuncia ya. ~
Las Lomas, 25 de Dic. 1965
34
El águila y el vuelo
consideran la Luz de la Estrella
esta noche de Luz.
Después volarán a Patmos.
La federación de las piedras
me dice que un día
tendremos en manos
al Niño Jesús.
Todo es luz en la luz
esta noche de luz.
La gente que viene de lejos
viene a acercarse a la vida.
Lo eterno aparece en el tiempo.
Esta noche es el día más alto:
perdonar es matar a la muerte
y es nacer de una flor y de un canto.
Francisco de Asís inventó el Nacimiento
La Tierra fue
su primer Cielo.
La alegría está en Cristo.
Francisco sangró de alegría
por Cristo.
La Paz está en Cristo.
Sólo por Él seremos
espacio infinito.
Contra el odio el amor.
Contra el odio el amor. ~
Día de Navidad de 1976, Lomas de Chapultepec
Selección de la Redacción.
Publicados originalmente en: Carlos Pellicer, Obras. Poesía, edición de Luis Mario Schneider, Letras Mexicanas, Fondo de Cultura Económica, 1981, 981 pp.
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