Retrato de una dama, mi novela favorita de Henry James, apareció originalmente en 1880-81. Más de un cuarto de siglo después, en 1908, James la revisó extensamente para la New York Edition de sus novelas y cuentos. Tenía treinta y siete años cuando hizo el primer boceto de Isabel Archer y sesenta y cinco cuando lo revisó.
Como hay casi dos Isabeles Archer, el lector hará bien en escoger su edición con cuidado, siendo siempre preferible la versión última. No ha habido ningún novelista - ni siquiera Cervantes, Austen o Proust - con una conciencia tan vasta como la de James. Habría que volver a Shakespeare para encontrar, como dijo Emily Dickinson, una demostración mayor de que el cerebro es más ancho que el cielo. Heroína de la conciencia, Isabel Archer manifiesta en la revisión de 1908 una conciencia palpablemente expandida.
¿Por qué leer Retrato de una dama? Si bien deberíamos leerla en virtud de muchos propósitos, y para obtener copiosos beneficios, un propósito primordial y un beneficio considerable de la lectura profunda es sin duda el cultivo de la conciencia individual.
Entusiasmo y lucidez: tales son los atributos de la conciencia del lector solitario que aumenta en mayor medida la lectura. Pienso que la información social pasada o contemporánea es un rédito periférico, y la conciencia política un dividendo aún más tenue.
Con la revisión de Retrato de una dama, la casi - identidad de James con Isabel Archer se intensifica. Dado que Isabel es el personaje más shakespeariano de James, su identidad está puesta en la perspectiva del lector. En la edición revisada James nos guía más; por eso puede afirmarse que en 1881 Isabel es una personalidad más rica y enigmática que en 1908. En otras palabras, a medida que su mirada sobre Isabel va cambiando, el más consumado novelista norteamericano parece confiar menos en los lectores y más en sí mismo.
En 1881 Isabel es víctima de su propia búsqueda de autonomía. En 1908, James convierte su pérdida parcial de autonomía - causada por errores de juicio - en una dilatación de conciencia. Al costo aparente de una buena parte de libertad, ve muchas más cosas. Por adoptar un talante actual: a la lectora feminista la satisfaría más la Isabel de 1881 que la más jamesiana de 1908, cuya preocupación primera es precaverse de los engaños. La temprana tendencia de Isabel a la confianza en sí, valiente pero errónea, es reemplazada por un énfasis en la óptica superior de la propia identidad. La autoconfianza es la doctrina principal de Ralph Waldo Emerson y - como en algún plano interior James debía saber -Isabel es una hija de Emerson. Considerando que Henry James padre nunca logró independizarse de Emerson, hay que leer con mucha cautela los comentarios de su hijo sobre el Sabio de Concord:
No exagera uno mucho, ni se queda corto, si dice que de los escritos de Emerson que en general no están en absoluto compuestos.
Pero no hay nadie con una visión más firme y constante, y sobre todo más natural, de nuestras necesidades y nuestra capacidad en materia de aspiración e independencia.
... la rareza del genio de Emerson, que para las gentes atentas lo ha erigido en el primer espíritu americano de las letras y & único verdaderamente singular...
La primera observación es casi absurda de tan condescendiente; basta leer el ensayo de Emerson titulado "La experiencia" para disentir con James. Pero el segundo párrafo es pura Isabel Archer; ésa es exactamente la visión de ella. En cuanto al tercero, dudo de que James pensase eso de veras; él prefería a Hawthorne, el incómodo compañero de viaje de Emerson. La apasionada Hester Prynne, de La letra escarlata de Hawthorne, me parece una heroína mucho más emersoniana que Isabel Archer, que huye de la pasión como huía de ella Henry James. Emerson amó a sus dos esposas, Ellen y Lidian; puede que con más pasión a Ellen, que murió tan joven. El responsable de la represión que Isabel ejerce sobre su naturaleza sexual no es Emerson sino James. Nunca muy lector de novelas, Emerson leyó La letra escarlata pero la subestimó; y dudo de que hubiera admirado Retrato de una dama. No obstante habría reconocido en Isabel Archer a una auténtica hija suya, y deplorado el esteticismo que la lleva a elegir por esposo al horrendo Gilbert Osmond, parodia a la vez de Emerson y de Walter Pater, sumo sacerdote del movimiento estético en Inglaterra.
Quizá resulte útil, para una primera lectura de Retrato de dama, comprender que Isabel Archer siempre se nos presenta mediada por el narrador, Henry James, y por sus admiradores: Ralph Touchett, lord Warburton y Gaspar Goodwood (¡nombre imperdonable y escandaloso! 8 ) De Isabel en tanto personalidad dramática, en el sentido shakesperiano, James es capaz de darnos muy poco. Le otorgamos confianza por la destreza compleja y magistral con que James estudia su conciencia, y por el fortísimo efecto que causa en todos los personajes de la novela, mujeres u hombres - con la irónica excepción de su marido, el poseur Osmond. Para éste, ella no debería ser más que un retrato o una estatua; la amplitud de alma de Isabel lo ofende en su estrechez. Como reconocen todos los lectores, el enigma crucial de la novela es por qué se casa ella con el agotador Osmond y, aún más, por qué vuelve con él al final.
¿Por qué se enamoran de Isabel Archer tantos lectores, mujeres y hombres? Si ya en la primera juventud uno es un lector lo bastante intenso, es muy probable que su primer amor sea ficticio. Célebremente definida por James como "heredera de todas las edades", Isabel Archer nos atrae a muchos porque es el arquetipo de todas esas jóvenes ficticias o reales anhelantes de fatalidad: muchachas que buscan la realización completa de su potencial sin deponer un idealismo reacio al egoísmo. La Dorothea Brooke de Middlemarch, de George Eliot, tiene aspiraciones valientes, pero sus anhelos trascendentes carecen del elemento que le añade a Isabel el emersonismo: un impulso hacia la libertad interior a casi cualquier costo.
Puesto que Isabel es el autorretrato de James como dama, su conciencia tiene que ser extraordinariamente amplia, casi rival de la de su creador. Esto vuelve más bien irrelevante el juicio moral que el lector emita sobre su carácter. El novelista Graham Greene, discípulo de James, insistía en que la pasión moral de éste en Retrato de una dama se centra en la idea de traición tal como la ejemplifica madame Merle, que trama exitosamente casar a Isabel con Osmond para que éste y Pansy (la hija de Merle con Osmond) puedan gozar de la fortuna de Isabel. Pero, pese al engaño, madame Merle deja escasa huella en la holgada conciencia de Isabel. La traición obsesionaba a Greene muchísimo más que a James.
Aunque Retrato de una dama es una especie de tragicomedia, a muy pocos lectores el libro los moverá a risa. Pese a la desagradable nitidez de Osmond y madame Merle, y los diferentes tipos espléndidamente ejemplificados en los admiradores de Isabel - Touchett, Warburton, Goodwood - James se cuida de que el centro de nuestra preocupación sea siempre Isabel. Lo que importa sin duda es su retrato; todo lo demás sólo existe en relación con ella. Su figura significa demasiado para James y para el lector sensible como para que le resulte adecuada una perspectiva cómica, cualquiera que sea. Tampoco permite James que la ironía domine el relato de la odisea de conciencia de Isabel, por muy absurdamente irónica que sea su situación. Ella aceptó a Osmond bajo la ilusión de estar eligiendo – y concediendo - la libertad. Había pensado que él sabía todo cuanto valía la pena saber y que a su vez desearía abrirle todo lo cognoscible de la vida. Ese error terrible parecería casi una crueldad de James hacia la heroína, pero James sufre con ella y por ella y el error es absolutamente capital para el libro. "La vida necesita los errores", observó Nietzsche. Ni Henry James ni Isabel Archer son nietzscheanos en absoluto, pero el aforismo ilumina la enorme equivocación de Isabel.
¿Por qué esa ceguera? Para preguntarlo de otro modo: ¿por qué James inflige tal catástrofe a su autorretrato como mujer? En las revisiones para la edición de 1908, una falsedad, una inutilidad y un esnobismo auténticos oscurecen considerablemente a Osmond, con lo que el erróneo juicio de Isabel se vuelve tanto más peculiar. La primera descripción de Osmond alcanza para prevenir al lector de que el futuro marido de Isabel no augura nada bueno:
Era un hombre cuarentón, de cabeza alta pero bien formada, y llevaba casi rapado el pelo, todavía espeso pero prematuramente encanecido. Tenía un rostro fino, angosto, extremadamente modelado y compuesto, sin otra falta precisamente que ese efecto de cierta tendencia a una exagerada afiliación, al que contribuía no poco la forma de la barba. Esa barba, recortada a la manera de los retratos del siglo xvi y completada por un bigote claro cuyas puntas adquirían un romántico sesgo ascendente, daban a su poseedor un aspecto extranjero, tradicionalista, y sugerían que el caballero era un estudioso del estilo. Sus ojos conscientes, curiosos sin embargo, a la vez vagos y penetrantes, inteligentes y duros, expresión tanto de un observador como de un soñador, habrían asegurado que sólo estudiaba el estilo dentro de ciertos límites bien escogidos, y que en la medida en que lo buscaba lo encontraba. Se habría encontrado uno muy perdido para determinar su clima y su país de origen; carecía de cualquiera de los signos superficiales que suelen volver insípidamente fácil la respuesta a esa pregunta. Si llevaba en las venas sangre inglesa, probablemente era con algún aporte francés o italiano; pero, fina moneda como era, no se adivinaba en él sello ni emblema de la acuñación corriente que garantiza la circulación general; era una de esas medallas elegantes y complicadas que se graban para una ocasión especial. Tenía una figura leve, delgada, un poco lánguida, en apariencia ni alta ni baja. Vestía como quien no se toma por ello otra molestia que evitar las prendas vulgares.
Osmond, norteamericano establecido en Italia, "era un estudioso del estilo", pero "sólo dentro de ciertos límites bien escogidos", y "en la medida en que lo buscaba lo encontraba" - Magníficamente jamesiana, la observación revela al lector cuan estrecho y poco fiable es Osmond. Comparen esto con la primera descripción de Isabel Archer que hay en la novela:
Había vuelto a mirar a su alrededor: el prado, los grandes árboles, el argentino Támesis bordeado de juncos, la hermosa casa antigua; y ocupada en aquel repaso había hecho lugar en él a sus acompañantes; con una abarcadura capacidad de observación fácil de concebir en una joven, era evidente, a un tiempo inteligente y emotiva. Se había sentado y apartado el perrito; las manos blancas le descansaban en el regazo, cruzadas sobre el vestido negro; tenía la cabeza erguida, encendida la mirada y volvía sueltamente la silueta a un lado y otro, en armonía con la vivacidad con que a todas luces recogía sus impresiones. Esas impresiones eran numerosas, y se reflejaban todas en una sonrisa clara y serena.
- Nunca he visto nada tan hermoso.
Isabel es una estudiosa, no del estilo, sino de la gente y los lugares, y nunca dentro de límites bien escogidos. Inteligente y emotiva, consciente de su belleza, alerta a sus numerosas impresiones, amistosamente divertida: no extraña que Ralph Touchett, Lord
Warburton y el anciano señor Touchett se hayan enamorado de ella a primera vista, ni que nos enamoremos también nosotros en cuanto la veamos con más claridad. En la edición de 1908 hay ciento setenta páginas entre las dos descripciones precedentes, pero, aunque demorada, la yuxtaposición es directa y desconcertante. La sublime Isabel Archer – como las heroínas shakesperianas Rosalinda, Viola, Beatriz, Helena y otras - está obligada a casarse mal, pero ni Ralph Touchett, ni Lord Warburton ni Gaspar Goodwood son desastres potenciales; Gilbert Osmond es una catástrofe. Corresponde a cada lector juzgar si es cierto que Henry James hace persuasivamente inevitable la elección de la heroína.
Tanto como me encantan James, Isabel y Retrato de una dama, yo nunca me he persuadido, y considero esa elección el único defecto de una novela por lo demás perfecta. La ceguera de la joven es necesaria para que el libro funcione, pero la más jamesiana Isabel de la revisión de 1908 es demasiado perceptiva para dejarse engañar por Osmond, sobre todo porque, definitivamente, el Osmond revisado 720 es el "heredero de todas las edades".
James, el más sutil de los maestros de la novela (Proust aparte) aplica todo su arte para hacer plausible el error. Osmond - dice - es "la convención misma": algo cuya función teórica es liberarnos del caos, pero cuyo efecto práctico es apagar las posibilidades de Isabel. A su hija Pansy la toma básicamente corno una obra de arte a ser vendida, de preferencia a un marido rico y noble. "Moneda de oro" andante, Osmond ve en Isabel no sólo una fortuna (que le han legado sus parientes los Touchett) sino también "un material de trabajo", un retrato a ser pintado. Pero Isabel sólo advierte todo esto cuando ya es tarde para salvarse. ¿Por qué? James nos da varios indicios, ninguno definitivo. Está Pansy, que despierta en ella instintos maternales (el hijo que tiene con Osmond muere a los seis meses y James sugiere que poco después muere la relación sexual del matrimonio). Y está su creciente obsesión por "elegir" una forma de vida: Ralph Touchett es pariente suyo y está enfermo; Lord Warburton representa la aristocracia inglesa, ante la cual la condición americana de Isabel se retrae; Gaspar Goodwood, su temprano pretendiente de Albany, es demasiado posesivo y pasional, la ama demasiado. Como Henry James, Isabel quiere que la quieran, pero no ser objeto de una pasión sexual abrumadora.
Además James imputa la decisión a favor de Osmond, hombre de gustos caros e ingresos limitados, al generoso idealismo de la muchacha (al fin y al cabo es muy joven) y a la culpa que le provoca haber heredado de los Touchett. ¿Alcanza con todo esto? Aunque yo - repito - creo que no, James es muy shakesperiano y acaso realista en cuanto a los misterios de la elección marital. Shakespeare se casó con Anne Hathaway y luego vivió veinte años separado de ella, en Londres, enviando dinero a Stratford para ella y los niños y yendo a visitarlos lo menos posible. James, homoerótico hasta la médula aunque no lo llevara al acto, expresaba una extraordinaria consideración por el valor y la santidad del matrimonio heterosexual, mientras observaba secamente que por su parte tenía la vida en demasiado poco para aventurarse a ese bendito estado.
Aunque también sea enigmático, me cuesta menos resolver por qué al final de la historia Isabel regresa a Roma y a Osmond. Habiendo rechazado una vez más a Goodwood, no obstante experimenta (y teme) la fuerza de su pasión:
Por un momento él la miró furiosamente en la penumbra, y al instante siguiente ella sintió los brazos rodeándola y los labios en los suyos. El beso fue como un relámpago blanco, un fulgor que se propagaba, y volvía a propagarse y perduraba; y fue extraordinario como si, al recibirlo, ella sintiese cada una de las cosas de la ruda virilidad de él que menos le habían gustado, cada dato agresivo de su rostro, de su figura, de su presencia, justificado en su intensa identidad y aunado con aquel acto de posesión. Había oído decir que así los náufragos, en el agua, siguen una sucesión de imágenes antes de hundirse. Pero cuando volvió la oscuridad estaba libre.
Es libre para tomar "una senda muy recta" de regreso a Roma ya Osmond. Esa voluntad la mantendrá a salvo de Goodwood, pero en el mejor de los casos la vida con Osmond va a ser una tregua armada, ¿Y éste es el final de la heredera de todas las edades? James no nos
lo dice, porque él ya ha cumplido su función en la historia; no sabe nada más, y es probable que en este momento tampoco sepa más Isabel. ¿Pero qué será del potencial de ella para la grandeza de espíritu y la amplitud de conciencia, sin el cual el libro zozobraría? James se ha negado a darle alternativas al miserable Osmond; al contrario que éste, Goodwood le amenaza el sentido de autonomía. Pero incluso en 1908 la otra opción de Isabel habría podido ser ella misma: el divorcio y un arreglo financiero la habrían librado de Osmond.
Acaso aún pueda suceder esto, pero James no da ninguna pista. Aunque de espíritu maligno, Osmond no es tan formidable como Isabel. Ella regresa, infiero, para elaborar las consecuencias de su desatino idealista y afirmar así la continuidad de su conciencia. En su forma final, Retrato de una dama exige una lectura atenta y comprensiva. Tal vez la elección de Isabel no nos satisfaga, pero su historia vuelve a hablarnos de un motivo para leer: conocer mejor la conciencia, demasiado valiosa para que la ignoremos.
Cómo leer y por qué. Harold Bloom
Considerada una de las mejores novelas de Henry James, "El retrato de una dama" -una "historia sencilla"- gira en torno a la joven y atractiva Isabel Archer, quien se ve obligada a trasladarse a Inglaterra desde su Estados Unidos natal. Una vez allí, establece distintas relaciones con otros americanos trasplantados, así como con la sociedad británica. La belleza y distinción de las que hace gala no pasan inadvertidas y son varios y de distinta laya los que la pretenden. Su elección final la llevará, paradójicamente, a poner de manifiesto toda su grandeza.
HENRY JAMES
(Nueva York, 15 de abril de 1843-Londres, 28 de febrero de 1916) fue un escritor y crítico literario estadounidense, nacionalizado británico, reconocido como una figura clave en la transición del realismo al modernismo anglosajón, cuyas novelas y relatos están basados en la técnica del punto de vista, que permite el análisis psicológico de los personajes desde su interior. Fue hermano menor del psicólogo y filósofo William James, fundador de la escuela funcionalista. Pasó mucho tiempo en Europa occidental, donde vivió en París y luego en Londres, aunque después se mudó a Lamb House. Se nacionalizó británico en 1915, en protesta por la no-intervención de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, en favor de la Triple Entente –formada por Reino Unido, Francia y el Imperio ruso–, pero murió al año siguiente, en 1916 y al año siguiente de su muerte, Estados Unidos se unió a la Entente en contra del Imperio alemán y sus aliados.
Autor(es): Henry James
Editorial: Cranford Collection
Páginas:
Tamaño: 16 x 24 cm.