Nave española La Covadonga, capturada por la escuadra chilena
frente a las costas del Callao tras el combate del 2 de Mayo.
Originalmente
parte de la escuadra española que capturó las islas guaneras de Chincha
en abril de 1864, antes de enfrentarse dos años después a las baterías
del puerto del Callao en el Combate del 2 de mayo, el debate alrededor
de la Covadonga vuelve a ponerse a flote.
Y
ello, gracias a polémicas declaraciones ofrecidas por el Ministro de
Cultura Ciro Gálvez en una actividad oficial, que pretente “recuperar”
la nave de la escuadra chilena hundida frente a las costas de Chancay en
la Guerra del Pacífico. “Aquí fue hundido el barco Covadonga, chileno, es un patrimonio cultural”, dijo recientemente.
“Vamos
a hacer las gestiones para rescatar los restos de este barco y tener un
recuerdo de este infausto acontecimiento y que en el futuro no ocurran
conflictos entre países hermanos”, apuntó tras participar de una
asamblea de intercambio cultural en el Castillo de Chancay donde se
reunió con autoridades municipales y presidentes de comunidades
campesinas.
Más
allá de las burlas que sus propuestas pueden haber generado en las
redes sociales, analicemos las motivaciones tras una declaración
desafortunada: la atávica obsesión de los gobernantes por encontrar
valor simbólico en los barcos hundidos. Ejemplos hay muchos: En 1905,
Dinamarca se independizó de Suecia en medio de la campaña nacional que
supuso el hallazgo arqueológico de un barco vikingo en un campo de
cultivo del pueblo de Roskilde. Asimismo, uno de los más importantes
museos suecos está dedicado al Vasa, el buque de guerra del rey Gustavo
II Adolfo de Suecia, que se hundió en 1628 pocos minutos de salir del
puerto de Estocolmo y cuyo proyecto de reflotarlo en la década del 50
unió a todo un país. Asimismo, ejemplos más cerca nos lo ofrecen países
vecinos como Chile, que durante décadas acaricia el sueño de ver
reflotada su corbeta Esmeralda, mientras que en el 2015 Colombia, en una
verdadera campaña nacional, salió a defender sus derechos sobre el
Galeón San José, luego que exploradores privados diera con su naufragio
frente a sus costas, con todo su tesoro colonial de oro y plata
expuesto, y 600 marineros españoles que encontraron en este barco su
sepultura.
¿Qué
valor simbólico guardan para nosotros los barcos hundidos y el sueño de
devolverlos a tierra? Para el historiador Héctor López Martínez, en el
caso de países con una larga tradición naval, es evidente que hay un
interés cultural por rescatar sus reliquias históricas. A ello se suma
es aspecto crematístico, representado por equipos especializados en
busca de los pecios (restos de naves naufragadas), que han rastreado
profundamente la ruta de los galeones que zarpaban colmados de tesoros
de América rumbo a España, por ejemplo. Sin embargo, advierte el
especialista, en las últimas décadas los países han firmado convenciones
que regulan este tipo de exploraciones.
En
el caso de los buques de guerra, por ejemplo, estos siguen
perteneciendo al país de origen. Asimismo, si la nave, hundida tras una
acción militar hubiera dejado víctimas, estamos hablando además de una
tumba, un espacio que exige respeto pleno y que no puede ser objeto de
depredación.
Una historia que no es nueva
La
goleta chilena Covadonga ha formado parte de nuestro imaginario popular
desde el día mismo de su hundimiento, el 13 de septiembre de 1880, tras
recoger una lancha armada con una bomba frente a las costas de Chancay,
muriendo en el acto su comandante y 31 miembros de la tripulación. Como
lo investiga el almirante Francisco Yábar en el libro “La fuerzas sutiles y la defensa de la costa en la Guerra del Pacífico”,
ya entonces el Perú había perdido la guerra, no tenía escuadra y para
enfrentar al enemigo en la costa se empezó a usar las llamadas “fuerzas
sutiles”, cargas explosivas que hicieron graves daños en la escuadra
invasora, como fue el caso de la Covadonga.
“La
Covadonga fue hundida cuando bloqueaba el puerto de Chancay, entonces
estratégico para la capital. Chancay, Huacho, entre otros pueblos
cercanos a Lima la proveían de productos de pan llevar, y para los
invasores era importante cortar la cadena de suministros”, explica López
Martínez. “Su hundimiento fue un acto heroico que habla de cómo los
peruanos, a pesar de todo, siempre se mantuvieron combatiendo,
intentando hacer el mayor daño posible al enemigo”, señala el historiador.
Poco
después de terminada la guerra, se empezaron las tareas de rescate de
sus partes, ya que, como señala el historiador López Martínez, sus
restos constituían un peligro para la propia navegación cercana al
puerto. En 1959, la Capitanía de Puerto del Callao autorizó a extraerse
objetos aún existentes, los mismos que luego fueron entregados al Museo
Naval para su puesta en valor.
En
1987, durante el gobierno aprista, la cámara de diputados propuso
reflotar la Covadonga con un renacido orgullo patriótico, lo que
movilizó a la Marina de Guerra para hacer las investigaciones en el
Lugar. A inicios de mayo de ese año, el Servicio de Salvamento con la
Dirección de Hidrografía y Navegación inspeccionaran el pecio, a fin de
determinar la viabilidad de su reflotamiento. Por entonces, los medios
pensaban que el reflotamiento era posible. Sin embargo, los estudios in
situ efectuados por buzos y especialistas de ambas dependencias de la
Marina dejaron en claro que las posibilidades de reflotamiento o la
recuperación del casco eran negativas. La superestructura de la nave era
inexistente, así como la cubierta principal, los compartimentos, el
forro del casco y las estructuras en ambas bandas. Solo permanecía la
quilla y algunos maderos de la parte inferior del casco, bastante
débiles. “No hay nada que reflotar. Si se mueve lo poco que queda del
casco, este se terminará de destruir”, afirma el historiador.
Actualmente,
la mayor parte de las piezas extraídas a lo largo del tiempo de lo que
fuera alguna vez la goleta Covadonga se hallan en el Museo Naval del
Perú, en La Punta, Callao, en el Museo de la Fuerza de Operaciones
Especiales, en la Base Naval de nuestro Primer Puerto así como en el
Museo de Sitio de la Municipalidad de Chancay. Pequeñas piezas como
platos, cubiertos y proyectiles han circulado en el mercado negro de
antigüedades históricas.
Una razón humanitaria
A
las razones técnicas expuestas, el historiador agrega una igualmente
importante. No se puede depredar un lugar histórico, que conserva aún
los restos de tripulantes que murieron tras la explosión. Para López
Martínez, que un ministro de Cultura plantee tal iniciativa solo
evidencia su profundo desconocimiento. “De una vez por todas, se
deben aplicar normas más humanas y de respeto en el trabajo con pecios.
No pueden convertirse en elementos de depredación, sobre todo en los
casos de que existan restos como sucede en La Covadonga. Se trata de
tumbas que no pueden ser profanadas”, señala.
“La
idea de diseñar un proyecto de arqueología marina, aunque difícil y
costosa no es descabellada, en el caso de La Covadonga es un disparate”, añade el historiador.
Fuente: https://elcomercio.pe
Por: Enrique Planas.Redactor de Luces y TV+ enrique.planas@comercio.com.pe
MÁS INFORMACIÓN
CADENA DE CITAS