lunes, 29 de marzo de 2021

Poeta 570: Canción del emigrado de Adam Zagajewski

ADAM ZAGAJEWSKI

El poeta polaco Adam Zagajewski, conocido por su obra centrada en los atentados del 11 de septiembre de 2001, murió este domingo (21.03.2021) en Cracovia a los 75 años, informaron medios polacos que citaron a su editor. Nacido en 1945 en Lviv (actual Ucrania), Adam Zagajewski era uno de los autores contemporáneos más famosos de Polonia. Fue citado varias veces como posible premio Nobel de Literatura.

Vivía entre Polonia y Estados Unidos, donde era profesor de Literatura en la Universidad de Chicago. Se le conocía como el "poeta del 11 de septiembre". Se ganó ese apodo cuando la revista The New Yorker eligió uno de sus poemas, "Try to Praise the Mutilated World", para la última página de su especial sobre los atentados contra Estados Unidos en 2001.

Fue un miembro destacado del movimiento literario de la Nueva Ola polaca, inspirado por la represión brutal de una oleada de manifestaciones estudiantiles en Polonia en marzo de 1968, por parte del régimen comunista. Se instaló en París en 1982, poco después de que el último dirigente comunista polaco, el general Jaruzelski, intentara reprimir Solidaridad, el primer sindicato libre del bloque soviético.

A su regreso a Cracovia, en 2002, ganó numerosas distinciones, como el Premio Princesa de Asturias de las Letras de España, el Premio Nacional de Literatura de Neustadt, el Premio de la Libertad y una beca de la Fundación Guggenheim. Henryk Wozniakowski, director de la famosa editorial polaca Znak, lo describe como un hombre inteligente con un humor "sutil", pero también "tímido, como el fallecido Wislawa Szymborska, otro poeta de Cracovia que ganó el premio Nobel de Literatura en 1996". "Combatió el comunismo, pero fue sobre todo un filósofo", declaró a la AFP su traductor al francés Laurence Dyevre.

 

CANCIÓN DEL EMIGRADO

En ciudades ajenas venimos al mundo
y las llamamos patria, mas breve es
el tiempo concedido para admirar sus muros y sus torres.
Caminamos de este a oeste, ante nosotros rueda
el gran aro del sol
ardiente, a través del cual, como en el circo,
salta ágilmente un león domado. En ciudades extrañas
contemplamos las obras de viejos maestros
y, sin asombro, en añejos cuadros vemos
nuestros propios rostros. Habíamos existido
antes, e incluso conocíamos el sufrimiento,
nos faltaban tan sólo las palabras. En la iglesia
ortodoxa de París los últimos rusos blancos,
encanecidos, rezan a Dios, varios lustros
más joven que ellos y, como ellos,
impotente. En ciudades ajenas
permaneceremos, como los árboles, como las piedras.

 

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