Fue uno de los
inventos que más ha transformado el mundo. El siglo XX sería
inexplicable sin esos vehículos de cuatro ruedas con un motor dedicados a
transportar pequeños grupos de personas y su equipaje. Pero no fue
sencillo alumbrarlos, llevó siglo y medio de pruebas desde que en 1769
se le ocurriese a un inventor francés llamado Nicolas-Joseph Cugnot
instalar un pequeño motor de vapor sobre un carruaje hasta que en 1908
un empresario estadounidense que atendía al nombre de Henry Ford
decidiese fabricarlos en serie provocando así un acusado descenso en el
precio, lo que permitió a millones de personas disponer de su propio
automóvil. Entre medias hubo un sinfín de avances en todos los ámbitos,
especialmente en el de la mecánica. Los motores de vapor se demostraron
poco prácticos por lo que a finales del siglo XIX se sustituyeron por
los de combustión interna alimentados por gasolina, un derivado del
petróleo que pronto se convertiría en el combustible más usado... y lo
sigue siendo. Se ensayaron también los primeros motores eléctricos, pero
se abandonaron porque el almacenamiento de la electricidad entrañaba
mucho problemas insalvables con la tecnología disponible en el siglo
XIX. Curiosamente, ya en el siglo XXI, acuciados por la carestía del
petróleo y por la preocupación por las emisiones contaminantes, se ha
recuperado la idea de mover los automóviles con electricidad.
Pero no adelantemos acontecimientos, antes de todos esos avances que se
produjeron en la automoción durante el siglo XX y lo que llevamos de
XXI, hubo que inventar el vehículo en si, ponerlo a funcionar y hacerlo
comercialmente viable. Y eso mismo es lo que vamos a ver hoy en La
ContraHistoria.
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