lunes, 14 de septiembre de 2020

P. Adolfo Franco, SJ: Comentario para el domingo 13 de Septiembre

DOMINGO XXIV del Tiempo Ordinario 


21 Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?

22 Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.
Los dos deudores

23 Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos.

24 Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.

25 A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda.

26 Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.

27 El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda.

28 Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes.

29 Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.

30 Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda.

31 Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado.

32 Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste.

33 ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?

34 Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía.

35 Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.


Jesús nos habla con mucha claridad del perdón, a propósito de la pregunta que le hace Pedro ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano? Y explica cómo tenemos que comportarnos con nuestros hermanos, a través de una parábola en que aparece Dios perdonando con generosidad y sin límites y en contraste aparece el hombre mezquino, el mismo a quien se la ha perdonado una deuda enorme, que no quiere perdonar una pequeña deuda que tiene con él otro compañero. 

Perdonar es una característica del ser cristiano. Saber perdonar, es una gracia de Dios, pues nuestro corazón tiene que ser transformado para que abandone los rencores y las enemistades y perdone; nuestro corazón a veces parece como un arsenal bélico lleno de todas las armas imaginables, para defendernos y atacar a nuestros hermanos. Y El Señor quiere entrar en esa sala, para destruir todas las armas y darnos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. 

¿Cuál es el límite del perdón?; pero ¿se pueden poner límites? San Pedro pensaba que perdonar hasta siete veces era actuar con generosidad y el Señor le dice que abra más el corazón, que hay que perdonar sin límites. Este de los límites es un problema en este asunto del perdón y en otros campos de nuestra vida cristiana: ¿tengo que estar dando todo siempre? El problema de los límites aparece una y otra vez en todos los aspectos de nuestra vida ¿hasta donde tengo que dar? ¿No he hecho ya suficiente por mis hermanos? ¿mi colaboración en el apostolado debe tener límites o no? ¿Nunca puedo decir ya hice bastante? ¿no se me permite un ratito de descanso? 

Este es un problema que se nos plantea a todos los cristianos. Se plantea a los cristianos “buenos”, que ya han hecho bastante, pero que no se atreven a dar un paso más, para arriesgarse a darlo todo, absolutamente todo, sin reservas y sin condiciones. Hay cristianos que se quedan a medio camino en la vía hacia Dios. Tienen sus límites en la entrega al Señor y a los hermanos. Se tranquilizan quizá diciéndose a sí mismos ¿no hice ya bastante? Y piensan que dar un paso más es una exageración, piensan que dar un paso más es dejar de ser razonables. 

Es una pena que haya muchos cristianos que se queden en este estado, aunque sea bueno; es bueno, pero no es suficiente. Hay que saber que estamos hechos para una entrega total de nuestra vida. Y mientras la entrega no sea total aún no hemos llegado. En muchos campos de nuestra vida, también le hacemos la pregunta al Señor ¿te parece suficiente con siete? (de la misma forma que Pedro pregunta por perdonar siete veces). El Señor nos responde que, en cada una de estas líneas de conducta, hay que dar hasta setenta veces siete, o sea más allá de todo límite: no hacer cálculos con números y medidas. 

Varias veces el Señor nos dice: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto, como quien nos dice que Dios es el límite. El Señor no nos da como siete, sino infinito. ¿Cuál sería el límite de lo que debemos dar? Para responder a eso hay que ver hasta dónde nos dio Dios: tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo. Me atrevería a decir que ese es nuestro límite: cuando hayamos dado a “nuestro único hijo”; es una forma de hablar, para decir que el límite de nuestra donación debe ser lo más íntimo de nuestra propia intimidad. Y con eso quedará entendido lo del perdón sin límites: porque la persona que ha decidido darle todo al Señor ni se le ocurre formular la pregunta de hasta cuánto tengo que perdonar. 

El perdón sin límites, es un horizonte hermoso que nos desafía y quiere decir esforzarnos con la gracia de Dios, para tener un corazón totalmente limpio de escorias. El adelantarse en el perdón es propio de un corazón generoso que siente la necesidad de perdonar (no simplemente que perdona). El que reconoce que ha sido perdonado, recuerda de cuánto lo limpió el Señor, y por eso vive con suficiente humildad, como para saber que a Dios le debe todo y que por eso debe perdonar siempre. Quizá no tenemos siempre presente en la conciencia este hecho: que hemos sido perdonados, y nada menos que con la sangre de Cristo. 

Es importante finalmente darnos cuenta que perdonar no es un esfuerzo que hacemos en bien de los demás, sino que es un regalo que Dios nos da, para ayudar a nuestra pequeñez y debilidad.

Adolfo Franco, SJ