Un gran puente es una construcción
poética dotada de una belleza y una utilidad perdurables. A principios de los
años sesenta del siglo pasado, mientras la autovía en forma de arcoíris del
puente Verrazano-Narrows se estaba ampliando en 4 kilómetros a lo largo del
puerto de Nueva York, conectando así los barrios de Brooklyn y Staten Island,
con frecuencia me colocaba un casco de seguridad y seguía los pasos de los
trabajadores por las pasarelas, observando durante horas cómo subían y bajaban
por los cables de acero al modo de arañas, o cómo apretaban tornillos con sus
llaves inglesas, sentados a horcajadas sobre las vigas. En ocasiones empujaban
con sus manos enguantadas un torno que se había encallado, o golpeaban con el
hombro un armazón de varias toneladas que colgaba de una grúa, o movían los
tobillos, enfundados en sus botas, según acercaban el cuerpo a la tarea que los
ocupaba, en busca de un lugar seguro donde apoyar los pies en medio de los
vientos cambiantes y muchos metros por encima del mar.
Desde las dos torres del puente, cada
una de setenta pisos de altura, uno puede contemplar el panorama que le brinda
la ciudad: el Empire State, el edificio Chrysler, el venerable puente de
Brooklyn, completado en 1883, los pináculos de Wall Street y, elevándose desde
el caos del 11 de septiembre de 2001, la Torre 1 del nuevo World Trade Center,
de ciento cuatro pisos y coronada por una aguja.
Cuando me instalé en Nueva York a
mediados de la década de 1950, acostumbraba a formularme preguntas del tipo: ¿a
quiénes pertenecerán las huellas impresas sobre los tornillos y vigas de esas
edificaciones tan vertiginosas en una ciudad tan inmensa? ¿Quiénes serán esas
personas que caminan sobre el alambre provistas de botas y cascos de seguridad,
que se ganan el pan jugándose la vida en lugares donde una caída suele ser
fatal y donde los familiares y compañeros de los fallecidos consideran
sepulcros los puentes y los rascacielos? Aunque solemos conocer la identidad de
los arquitectos o ingenieros que están detrás de una edificación importante,
los nombres de los trabajadores rara vez se mencionan en las crónicas o los
archivos documentales referidos a puntos tan emblemáticos.
Era bien consciente de todo esto cuando
tomé la decisión de escribir un libro sobre la construcción del puente
Verrazano-Narrows, que arrancó el 14 de agosto de 1959 con la ceremonia de la
colocación de la primera piedra en el puerto.
El puente se abrió a la circulación
unos cinco años después, el 21 de noviembre de 1964, con una caravana de
vehículos encabezada por las cincuenta y dos limusinas negras que transportaban
a los políticos y grandes ejecutivos, la mayor parte de los cuales habían
atendido previamente al corte de la cinta. En la actualidad, más de ciento
setenta mil vehículos cruzan cada día la luz del puente, lo que genera unos
beneficios diarios de novecientos cincuenta mil dólares.
A las puertas de que la Autoridad
Metropolitana del Transporte celebre el medio siglo de su inauguración esta
nueva edición de El Puente, publicada por primera vez en 1964, viene a
conmemorar aquel hito. Igual que su predecesora., esta edición no pretende ser
tanto una celebración del puente en si como de los hombres que lo levantaron.
Los mismo hombres, dicho sea de paso, no fueron invitados a la ceremonia de
inauguración organizada hace cincuenta años-
Durante todo este tiempo he mantenido
el contacto con muchos de ellos y este libro es una invitación a conocer a los
que no fueron invitados.
Prefacio. El Puente. Gay Talese. Barcelona, España - 2018.
GAY TALESE
Gay Talese (Ocean City, 7 de febrero de 1932) es un periodista y escritor estadounidense. A principios de la década del sesenta escribió para el diario The New York Times y ayudó a definir (juntamente con Tom Wolfe) el periodismo literario o "reportaje de no ficción", también conocido como "Nuevo Periodismo". Sus más reconocidos artículos hablan acerca de Joe DiMaggio, Dean Martin y Frank Sinatra.
PUENTE DE VERRAZANO-NARROWS
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