DOMINGO XXV del Tiempo Ordinario
Mateo 20, 1-16
Los obreros de la viña
20 Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña.
2 Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña.
3 Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados;
4 y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. Y ellos fueron.
5 Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo.
6 Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados; y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados?
7 Le dijeron: Porque nadie nos ha contratado. El les dijo: Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que sea justo.
8 Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros.
9 Y al venir los que habían ido cerca de la hora undécima, recibieron cada uno un denario.
10 Al venir también los primeros, pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un denario.
11 Y al recibirlo, murmuraban contra el padre de familia,
12 diciendo: Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día.
13 Él, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario?
14 Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti.
15 ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?
El Evangelio de San Mateo nos narra la parábola de los distintos obreros contratados para trabajar en una viña. Esta parábola concluye con dos lecciones: La generosidad de Dios en el reparto de sus dones en contraste con la envidia humana, y la paradoja de "los últimos serán los primeros".
Lo primero que se debe considerar en esta parábola es la sucesión de obreros contratados a trabajar en distintas horas del día. Es una indicación de la búsqueda incesante de Dios: Dios sale al mundo y busca a los hombres en todo momento, y no se cansa de pasar y volver a pasar, hasta que logra invitar a todos a trabajar en su Reino, a aceptar su mensaje. No pasa una vez, sino que vuelve a pasar y a repetir su visita. Es una manifestación de la bondad de Dios que quiere llamar a todos. Ser llamados por Dios, ser buscados por Dios, ser importantes para Dios: eso quiere enseñarnos el Señor.
La historia de cada uno es diferente, hay quienes fueron encontrados por el Señor al comienzo de la vida, y respondieron a la llamada, otros responden a Dios más adelante, en la juventud, o en la madurez, o en la vejez, o en la ancianidad. Dios pasa y vuelve a pasar, porque quiere a todos en su Reino (en el trabajo de su viña, como dice esta parábola).
Esto lo apreciamos incluso en la historia de los Santos. Algunos desde su más tierna infancia se entregaron a Dios en forma absoluta: es el caso de San Luis Gonzaga, por ejemplo. Otros tardaron mucho tiempo de su vida en aceptar a Dios y dedicarse a El por entero, como San Pablo, San Agustín, San Ignacio de Loyola.
Parecería que los que han dedicado más tiempo de su vida a Dios, merecerían una mayor recompensa; pensamos así porque nosotros, que nos guiamos con criterios muy humanos, incluso en las cosas de Dios, pretendemos privilegios, queremos establecer escala de méritos. Hay quienes se consideran dueños de la situación por haber llegado primero.
Y esto sucede porque no nos damos cuenta de lo gratuito que es el amor de Dios. Todo lo que tenemos lo hemos recibido, y si lo consideramos así, no nos sentiremos dueños de nada. Nuestro privilegio único es haber sido llamados por Dios. Y considerarnos por eso dueños de la situación es pecar de ingratitud, y de orgullo. ¿Tenemos derecho a sentirnos por encima de nadie, por el hecho de que Dios en su infinita generosidad haya querido depositar en nosotros su amor?
Porque de eso se trata, del amor de Dios: el ir a trabajar a su viña, es trabajar con El, dedicarnos a El. Entregarle nuestra vida y nuestras actividades. Y el premio es El mismo ¿Puede alguien quejarse de que Dios se entregue a otros a los que llamó un poco más tarde? Si frente al denario todos nos sintiéramos que se nos da gratuitamente, no tendríamos reclamos, y más bien sentiríamos un gran agradecimiento, deberíamos alegrarnos de que alguien, que fue llamado al final, también haya recibido la totalidad del denario, o sea a Dios mismo.
Pero no podemos con nuestra envidia y mezquindad, que denota el espíritu tan pobre que tenemos. Y la mayor mezquindad de espíritu es convertir el amor (lo más gratuito que se da y se recibe) en mercancía que se compra y se vende, que se mide, y que se reclama. Y justo, por el hecho de haber sido amado, mirar con superioridad a otros (decir yo merezco más, yo soy más), es no haber entendido el amor.
Ya hay en la Biblia varios ejemplos de estos; los que quieren tener más derechos por haber llegado antes: El más conocido es el de los dos apóstoles (Santiago y Juan) que pretenden adelantarse a los demás y piden los dos puestos de privilegio en el Reino de Jesús. Son los que quieren ser más que los otros, ganarles la partida. Y Jesús vuelve a repetir, a estos apóstoles y a todos sus seguidores, la misma lección: el que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.
Adolfo Franco, SJ