jueves, 18 de abril de 2019

Cita CDXXVI: Gnosticismo. La religión del dios extraño




El mítico faro de Alejandría. La ciudad, fundada por Alejandro Magno,
fue uno de los centros desde donde se irradiaron los cultos gnósticos.


Algunas religiones tienen la belleza de dramas fantásticos, como señaló Borges. El gnosticismo se enfrentó al cristianismo primitivo y propuso una mitología que aún nos asombra.

Es propio de las religiones dar una explicación de la existencia del mal; lo asombroso de la religión gnóstica es que, en su caso, esa explicación trastorna profundamente nuestra percepción del universo: el mal existe, afirma, porque el mundo no ha sido creado por Dios, sino por un demonio. Corría el siglo II de nuestra era y, a falta de fútbol, los hinchas hacían verdaderas barras bravas teológicas. Iglesias, sectas, herejías florecían y se enfrentaban en el Mediterráneo, y uno de sus centros era Alejandría, la antigua ciudad de las experiencias sensuales. Allí predicó Basílides que el verdadero dios era innombrable y no tenía ningún vínculo con este mundo; era el Dios Extraño. Otros patriarcas de este culto fueron Valentino y Simón el Mago.

Esta divinidad inmóvil reposa en el pleroma, una dimensión desconocida, y de ella emanaron dioses menores, que también produjeron otros dioses, cada vez más débiles. Entre ellos se encuentran Logos y Sofía (Sabiduría). Esta comete un error que permite el nacimiento del último de ellos y el menos divino: un demonio perverso llamado el Demiurgo, el Jehová hebreo, que ha creado el mundo donde vivimos y a los humanos. Su ignorancia es grande y culpable. El Demiurgo no puede acceder al pleroma y ni siquiera sabe que existe. Los ángeles que sirven a Jehová son malignos y gobiernan siete mundos que encierran el nuestro. 

—El destino del cuerpo—

 ¿Qué es entonces el ser humano para los gnósticos? Como todo lo material, el cuerpo es despreciable mientras que el alma debe ser salvada, y en este dualismo están el platonismo y el pitagorismo. La misión del hombre es liberar su espíritu de esa materia vil y ascender a través de los muchos cielos hasta llegar al pleroma del Dios Extraño. Este, compadecido de la humanidad, envía a Logos, también conocido como Cristo, para que traiga a la tierra el mensaje. Cristo le entrega la manzana a Eva y así inicia la gran rebelión contra Jehová. Los mitos gnósticos mezclan la tradición hebrea con la griega: Caín, por ejemplo, es uno de sus héroes y lucha contra el Demiurgo porque, como un nuevo Edipo, desea a su madre. Otras corrientes atribuyen un destino sagrado a Helena de Troya.

El gnosticismo es una religión que busca la salvación de sus adeptos mediante el conocimiento (gnosis, en griego) de un saber secreto que permite al alma del iniciado ascender al pleroma. Dicho viaje después de la muerte hace que el adepto atraviese varios mundos (su número difiere según las sectas) y en cada uno se verá amenazado por el demonio que lo rige; solo su conocimiento de los nombres mágicos le permitirá vencer esa amenaza. Pero también es una religión fatalista y discriminatoria. Tres tipos de humanos existen: aquellos que poseen un alma superior; los que han nacido con un alma inferior; los que son pura materia y están condenados desde siempre.

La nueva religión se enfrentó al judaísmo y al cristianismo, y compitió por la hegemonía en una guerra que se libró desde varios frentes. Esto nos permite comprender mejor varios pasajes del Nuevo Testamento que fueron escritos para competir con los seguidores del Dios Extraño. Antonio García Romero nos recuerda que san Pablo (Efesios, 3:17) opone el conocimiento (gnosis) al amor y promete a sus seguidores el pleroma de Dios. Análogamente, san Juan (1:14) dice que la Palabra (Logos) se hizo carne y habitó entre nosotros, para refutar el dogma gnóstico según el cual Cristo nunca tuvo un cuerpo material y los romanos crucificaron un espejismo. Por su parte, los hinchas cristianos que asesinaron a la neoplatónica Hypatia no fueron más blandos con estos enemigos, a quienes consideraban herejes. 

—Hijos de Caín—

 Fueron varios los profetas gnósticos y varias son las formas de vivir su doctrina. Los flebonitas, por ejemplo, se entregaban a orgías intensas, pues el cuerpo y su destino no afectan al alma. Los cainitas provocaban revoluciones. Los ofitas adoraban a la serpiente. Puede parecer increíble, pero lo cierto es que en Asia Menor la religión del Dios Extraño (que algunos llaman Abraxas) pudo haber derrotado al cristianismo. Se expandió por Egipto, Grecia, Persia y aun la China. Hoy solo sobrevive una de las sectas originales: los mandeístas, en Iraq, y su número no pasa de siete mil.

En el siglo XIX hubo un resurgimiento de su simbología y se puede reconocer su impronta, por ejemplo, en Herman Melville, autor de Fragmentos de un poema gnóstico perdido. Moby Dick registra la malignidad de una naturaleza nada romántica y la crítica ha visto encubiertas declaraciones de ateísmo o de alguna herejía gnóstica. Y lo mismo ocurre con la poesía infernal de Rimbaud y la mística de William Blake. En el siglo XX, Herman Hesse puso en boca de Demian algunos dogmas del Dios Extraño y también se ha reconocido esa antigua cosmovisión en autores tan diversos como Kafka y William Butler Yeats. Los mundos posibles de la ciencia ficción no son ajenos a estas mitologías: Philip K. Dick, en la Trilogía de VALIS, y William Gibson, en Neuromante, son prueba de ello. 

Por mucho tiempo, la única fuente para acceder a las doctrinas gnósticas fue la obra del cristiano Ireneo de Lyon, quien las expone para escarnecerlas. Solo en 1945 se encontraron los papiros de Nag Hammadi (Egipto), escritos en lengua copta y la voz de los antiguos profetas resucitó. Carl Gustav Jung aplicó su versión del psicoanálisis a la interpretación de esta mitología y dedicó mucho tiempo a su estudio. En 1954 apareció el importante libro de Hans Jonas sobre el gnosticismo y resurgió el interés de la academia; sin embargo, ya en 1932 Jorge Luis Borges había dedicado al tema su hermoso ensayo “Vindicación del falso Basílides”.

Por: Camilo Torres
16.04.2019 / 10:41 am

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