lunes, 4 de diciembre de 2017

P. Adolfo Franco, SJ: comentario para el domingo 03 de diciembre


DOMINGO I de Adviento

33 Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo.
34 Es como el hombre que yéndose lejos, dejó su casa, y dio autoridad a sus siervos, y a cada uno su obra, y al portero mandó que velase.
35 Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana;
36 para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo.
37 Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad.

En este párrafo del evangelio se repite con insistencia, y se nos advierte casi como una advertencia: estén alerta, vigilen, estén en vela. Y con esta exhortación la liturgia nos introduce en este hermoso tiempo del Adviento.

La vigilancia es una actitud cristiana importantísima. Vigilar es lo contrario del abandono, del estar adormilados. Vigilar es poner todas las facultades de la persona en alerta y en acción, tomar conciencia de que algo importante está por ocurrir. La actitud contraria a la vigilancia es el descuido, la pereza.

¿Y por qué se nos dice que debemos vigilar? Por la certeza de que el Señor está para llegar, y se merece que lo estemos esperando; y que le estemos esperando siempre, porque además no sabemos cuándo vendrá.
 
La venida del Señor, la espera, la vigilancia, la alegría de esta venida es el contenido del mensaje que nos trae este hermoso tiempo del Adviento. El Adviento es un tiempo de preparación para la llegada del Señor.

Pero el Adviento tiene además otros significados: litúrgicamente es el tiempo anterior a la Navidad: para recibir bien la Navidad, hay que pasar por el Adviento, o sea el Adviento en este caso es una preparación interior para celebrar la Navidad como cristianos. Y en este sentido sus reflexiones tienen dos contenidos: la penitencia que nos ayude a crecer espiritualmente, y la alegría por anticipar el encuentro hermoso con Jesús que nacerá como un niño.

Pero también el Adviento significa la espera de la segunda venida del Señor. Todo el tiempo de la historia, después de que Cristo subió al cielo, es un Adviento. En este caso el Adviento le da sentido a todos los acontecimientos, sucesos e historia del ser humano. La historia adquiere significado, porque apunta a la segunda venida de Cristo. La historia es una flecha que apunta a Cristo: esto es también el Adviento. Y como consecuencia el Adviento nos dice que como cristianos, debemos tener esa actitud firme y llena de paz que es la esperanza sobrenatural. Nuestras vidas personales, la historia que es el conjunto de las vidas de todos, no es un río que se precipita en una catarata, en el abismo; sino que nuestras vidas y la historia se apresuran caminando al encuentro de Aquel que nos ama y nos busca. Este es otro sentido del Adviento, que también debemos recordar.

Pero además el Adviento es un tiempo para recordar y gozar el acontecimiento más hermoso que conviene recordar: el Nacimiento de Jesús en nuestro mundo. Este hecho que ocurrió, y del que depende nuestra salvación, lo recordamos y lo festejamos, porque es el encuentro de Dios con los hombres en nuestro pequeño mundo, en el portal de Belén. Es un misterio de amor, de ternura, de grandeza y de pequeñez simultáneamente: no hay nada más grande que Dios, y es un gesto de una grandeza increíble el que haya querido venir a nuestro mundo. Y por otra parte nos señala la pequeñez, la infancia como signo de Dios.

Estos sentidos tiene el Adviento, que se abre con este domingo. Y esta debe ser la tónica de nuestras celebraciones, y de nuestras reflexiones. Por eso el Adviento es un tiempo de alegría pero aún no completa, aún le falta algo, porque aún no ha nacido Dios. Es un tiempo de penitencia, pero la penitencia de alguien que se está preparando para una fiesta.

Y en el Adviento no podemos dejar de pensar en la Virgen. Ella es la protagonista de esta espera. La que esperó la primera Navidad es María, que vivió un Adviento de nueve meses. El Adviento debe tener todas las ilusiones y alegrías que tenía María en su corazón sabiendo que llevaba consigo al Salvador.


Adolfo Franco, SJ