El etnohistoriador peruano Franklin Pease G.Y. (n.1939-m.1999) estudió a
los Incas utilizando un método que, según la acertada apreciación del
historiador Rafael Sánchez-Concha (2012), “pone énfasis en los errores
de la interpretación […] los historiadores han creído a pies juntillas
los relatos de las crónicas […] ello se debe al positivismo que realza
la fuente escrita sobre las demás” (p. 342). Los primeros testimonios
escritos por los españoles sobre los Incas no acertaban a describir
apropiadamente las realidades observadas, pues no llegaban a entenderlas
a cabalidad. Estos testimonios, al estar destinados originalmente a
ser leídos por otros europeos, eran equívocos, pues “traducían” y
modificaban lo observado. Hoy, para evitar malentendidos, es necesario
ser conscientes de las “traducciones culturales” expresadas en las
crónicas, que “occidentalizaron” las realidades andinas del siglo XVI.
En un texto de 1990, “Los Incas en la Colonia”, Pease discutía los
problemas en torno al término mismo de “inka”, utilizado para referirse
al gobernante. Los estudios etnohistóricos sobre la cosmovisión andina
permiten comprender la complejidad que esta noción tenía para los
pobladores andinos. Citemos a Pease:
“Los autores de las primeras crónicas [Francisco de Xerez, el Anónimo sevillano, Pedro Sancho] no saben todavía quién es el Inka. […] En ninguno de los mencionados textos se menciona siquiera la palabra Inka (ni inca, ynga, u otras formas). ¿Por qué los españoles no saben en aquel momento que existe el Inka?
“Inkaes una noción que hoy conocemos mejor que ellos. Se
trata de una categoría que ha funcionado en la mentalidad andina durante
mucho tiempo después de la invasión española, y que ha tenido su propia
historia. Se recuerda en las versiones de los mitos que se pueden
encontrar en nuestros tiempos en la región. José María Arguedas
precisaba alguna vez, hace años, que Inka quería decir «modelo
originante de todo ser», es decir, un arquetipo. En esto habría una
coincidencia con modernas investigaciones de otros especialistas como
Jorge Flores Ochoa o Gerald Taylor, los cuales trabajaron las nociones
de enqa o cámaq, nociones equivalentes a principio
generador del mundo, de la gente, de las cosas. Pero los primeros
cronistas no disponían de la capacidad suficiente para poder recoger
este tipo de informaciones.
“Miguel de Estete es el autor de un texto […] la ‘Noticia del Perú’
[…] [por] el tipo de información andina de que dispuso […] pertenece a
una «segunda generación» de autores. Mientras que Xerez, el Anónimo
sevillano o Pedro Sancho a duras penas pueden identificar a Huáscar como
el «Cuzco joven», a Huayna Cápac como el «Cuzco viejo», y comprobamos
que el único que tiene nombre propio es Atahualpa (Atabalipa, Tubalipa,
etc.), por contraste se aprecia que su presunto contemporáneo (el autor
de la ‘Noticia del Perú’), quien debiera haber
dispuesto de similar información, era capaz de identificar a los últimos
incas por su nombre propio, añadía el de Huayna Cápac; sabe cosas que
los autores de la década de 1530 desconocían, puede identificar qué es
un suyu, puede precisar una serie de términos en runasimi.
[…] Probablemente se escribió unos diez años más tarde; pertenece a la
década de 1540 y no a la de 1530; pero allí en el texto de la ‘Noticia del Perú’ nos encontramos por primera vez con una información concreta: Inka quiere decir rey [«Yngua, que quiere decir rey»]. Esta traducción de Inka como «rey» permite dar inicio a una larga serie de identificaciones del Inka como un monarca, que a partir de ese momento se generalizan en las crónicas.
“Un decenio más tarde […] en 1550, van a terminarse de escribir libros fundamentales, […] la ‘Suma y narración de los incas’ que preparara Juan de Betanzos [1551] en el Cuzco, […] [y] la segunda parte de la ‘Crónica del Perú’
de Pedro de Cieza de León [1550]. En ambos encontramos algo muy
diferente de todo lo anterior. Los primeros cronistas nos habían
hablado muy ligeramente de las cosas andinas, apenas conocían la región y
sus datos sobre los propios incas eran aún muy precarios. Ahora, Cieza
y Betanzos nos presentan una genealogía completa de incas, ya
organizada; se trataba de un número y una precisión mucho más completa
de los mismos. El Inka no solo es un rey claramente
identificable como tal, a la manera europea, es también parte de una
complicada y antigua dinastía.
“Hemos asistido a una transformación, esta no es solamente producto de
la mayor información que podían recoger los autores, también lo es de
una elaboración que ha ido produciendo textos mejor escritos y acordes
con las nociones históricas de su tiempo en Europa. En ambas
elaboraciones, el Inka va a aparecer en la forma como lo
podemos definir en la época de los cronistas clásicos, y es la noción
que más ha pervivido a lo largo del tiempo hasta que, en los últimos
años, ha sido más visible y se ha podido entender mejor que Inka no era un rey a la manera europea sino una divinidad, un mediador entre un mundo sagrado y otro profano, que Inka
era un «modelo y origen de todo ser» como, a fin de cuentas, ha podido
comprobar la etnología interrogando al poblador andino de nuestros
días. Ha podido verificarse, entonces, que la imagen del Inka
que habíamos visto en las crónicas, tan similar a la que podían tener
los españoles de un Carlos V o un Felipe II, se transformaba en una
categoría más andina, muy diferente. El Inka no es, entonces,
solamente un personaje rector de la dirigencia cuzqueña, es también un
articulador, un personaje que regulaba y reunía en sí las relaciones
entre el Cuzco y las diferentes unidades étnicas que existían en los
Andes. El Inka cumplía esta tarea a través de un universo ritual, este contexto ritual es el conjunto de matrimonios que el Inka realizaba con mujeres de cada uno de los grupos étnicos.
“Desde los primeros cronistas se pensó que estos matrimonios de los
incas eran sustancialmente algo parecido a lo que los españoles podían
identificar en los pueblos infieles que ya conocían antes de venir a
América; me refiero a los árabes peninsulares. En ellos, los españoles
identificaban un «harén», un conjunto de mujeres que pertenecían a un
rey o a un príncipe, constituido por un número de esposas o concubinas
personales. Esta figura fue trasladada, con alteraciones, a los Andes,
pero conforme se analiza la manera como se configuraban dichos
matrimonios, y se revisa la forma como las propias crónicas y la
documentación colonial nos hablan de las relaciones que se fundaban en
tales uniones, se comprueba que las mismas tenían que ver
fundamentalmente con el establecimiento de las imprescindibles
relaciones de parentesco que hacían posible la reciprocidad y la
redistribución entre el Cuzco (el Inka) y los grupos étnicos”.
De este modo, el gobernante andino era más que un monarca a la manera
Occidental. Era visto por sus súbditos andinos como una divinidad, y
sus acciones políticas y militares estaban revestidas de aspectos
religiosos y ceremoniales. Los cronistas del siglo XVI nunca terminaron
de entenderlo.
Referencias:
Pease G.Y., Franklin. Los Incas en la Colonia: Estudios sobre los siglos XVI, XVII y XVIII en los Andes. Compilación de Nicanor Domínguez Faura. Lima: Ministerio de Cultura; MNAAHP, 2012, pp. 199, 200-201, 202-204.
Sánchez-Concha, Rafael. Miradas al Perú histórico: Notas sobre el pasado peruano. Lima: Editorial San Marcos, 2012.
Por: Nicanor Domínguez Faura
Enviado el 15/11/2017
Fuente: http://noticiasser.pe
CADENA DE CITAS
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