La imagen paternalista y positiva de los Incas, elaborada principalmente por el Inca Garcilaso en sus ‘Comentarios Reales’
(1609), tuvo casi 350 años de vigencia. Los indigenistas de principios
del siglo XX lo tomaron como una fuente indiscutible. También muchos
académicos, peruanos y extranjeros. Sin embargo, en 1958 se hizo
pública una interpretación científica alternativa, basada en el análisis
antropológico y en la comparación de casos estudiados etnográficamente
en los Andes y en otras partes del mundo.
Esta influencia garcilasista se aprecia en el arqueólogo norteamericano
John H. Rowe, quien en 1958 escribía: “Algunos aspectos de la cultura
inca de la época anterior a la conquista española, son tratados por casi
todos los cronistas… mientras que otros lo son por muy pocos y sin
mucho detalle. Lamentablemente… tenemos muy poca información de algunas
de las instituciones claves de la cultura Inca. Una de las
instituciones de esta categoría es el censo, que fue una de las
principales preocupaciones del gobierno inca. El presente artículo
ofrece un análisis detallado de las evidencias que tenemos acerca del
funcionamiento de los censos inca.
“Dos características del sistema administrativo inca se combinan, para
lograr informes regulares de las unidades administrativas, de acuerdo
con la cual en cada provincia, los hombres hábiles fueron agrupados en
centenas (pachaka), los cientos en miles (waranqa) y los miles en diezmiles (hunu).
[…] Está claro que para lograr una división numérica de esta clase,
fuera necesario mantener un control cuidadoso de la población. La
segunda característica que hacía que un sistema de censos fuera
deseable, fue la costumbre de exigir impuestos solamente en trabajo.
Bajo este sistema los hombres hábiles eran llamados al servicio militar o
al trabajo en obras publicas de acuerdo a las necesidades, sin ninguna
cuota fijada. Para distribuir la carga de manera equitativa se pediría a
cada hunu que proporcionase cierto número de hombres y el funcionario encargado del hunu debería de pedir un décimo del total solicitado a cada waranqa. La cuota de la waranqa, a su vez, debería ser dividida igualmente entre las diez pachaka que la conformaban. […].
“Para el gobierno también era necesario cuidar la cuenta del número de
mujeres jóvenes que estuvieran sujetas a reclutamiento especial, lo que
ponía a las más atractivas a disposición del emperador para servicios
religiosos y para su distribución como esposas de los soldados solteros
que destacaban. Desde el momento en que el gobierno también aceptaba la responsabilidad, de cuidar de los tullidos y ancianos,
era necesario que cada provincia proporcionara la necesaria información
del número de estos dependientes” (Rowe 1958/2003, p. 18; subrayado
añadido).
Ese mismo año 1958, el antropólogo rumano-norteamericano John Murra
explicaba el mismo problema de una manera radicalmente diferente,
comenzando por la crítica de fuentes: “Blas Valera y Garcilaso nacieron
poco después de la invasión […]. Ambos bilingües, quechua-castellano, y
particularmente Blas Valera, ofrecen información muy valiosa, cuando no
única. Sin embargo, hay que usarlos con precaución cuando se trata de
asuntos que les parecía podían ser malinterpretados por sus lectores
peninsulares. Así, niegan enfáticamente los sacrificios humanos, aunque
es evidente que si los hubo como ofrendas en momentos de amenaza y
tensión, política o climática. Ambos reelaboraron la tradición oral
incaica para que la leyenda dinástica pareciera más larga y gloriosa.
Finalmente, ambos exageraron el grado de benevolencia que el
Tawantinsuyu otorgaba a sus súbditos, contrastando el mito retrospectivo
con la explotación y la desestructuración en la cual ambos crecieron, y
en la que Valera ejerció su vocación [de sacerdote jesuita] durante
décadas” (Murra 1958/2002, p. 54).
Luego, distinguía: “Al caracterizar como «mito» las afirmaciones de que en la época inka
hubo responsabilidad estatal por el bienestar individual, no quiero
decir que todo lo pretendido fue inventado. Cuando Blas Valera habló de
la «ley en favor de los que llaman pobres», tanto él como Garcilaso
explicaban que, de hecho, no había tales pobres sino: «los viejos, mudos
y cojos, los tullidos, los viejos y viejas decrepitas […] y otros
impedidos que no podían labrar sus tierras para vestir y comer por sus
manos y trabajos». El error consiste no en afirmar que hubo
preocupación por el bienestar de los impedidos, sino en atribuir al Estado lo que seguía siendo responsabilidad del ayllu y del grupo étnico” (p. 55; subrayado añadido).
Y añadía: “la ficción de un Estado bondadoso se reforzó también porque
los cronistas del siglo XVI no comprendieron el papel redistributivo de
los señores. Es cierto que se otorgaban dádivas y beneficios. La
«generosidad» de toda autoridad y, en última instancia del Inka,
resultaba obligatoria en tales sistemas económicos y culturales.
Cronistas como Betanzos, Guaman Poma, Garcilaso, Blas Valera o Santa
Cruz Pachakuti Salcamayhua, cuya información tenia raíces muy hondas en
la tradición andina, al hablar de uno u otro Inka se referían a él como
«franco y liberal», la imagen idealizada de la autoridad buena.
“Tanto los «orejones» como los señores étnicos locales, cuyo respaldo era indispensable para hacer funcionar la versión inka del «poder indirecto», recibían regularmente dádivas de tejidos qumpi,
un objeto de máximo valor social y ritual. En las últimas décadas del
Tawantinsuyu, cuando los soberanos cuzqueños quisieron obtener esfuerzos
y lealtades especiales, hubo también repartos de tierras y gente. A
Cabello Balboa le contaron sus informantes que el segundo Inka, Sinchi
Roq’a: «halló el estilo de atraer y entretener estas naciones
[conquistadas] […] que fue tener de ordinario mesa puesta y vasos llenos
para quantos a ellos se quisieran llegar».” (pp. 55-56).
Y explicaba comparativamente: “No existe mayor evidencia de que el
dicho Sinchi Roq’a fuera un personaje histórico, pero «el estilo que él
halló» es tan antiguo como los excedentes en las economías
precapitalistas. A través de los siglos, el informante de Cabello se
refiere a una expectativa universal: antes de la revolución industrial,
la autoridad tenía que ser redistributiva. En el mundo andino, tal
«generosidad institucionalizada», que es preincaica, sobrevivió a la
expansión del Tawantinsuyu.
“Tal redistribución tiene poco que ver con el «bienestar». Gran parte
de lo obtenido fue gastado e invertido allí donde parecía ser más
fructífero. En este sentido, el Estado Inka funcionaba como un
«mercado»: absorbía los excedentes de producción y los «intercambiaba»,
alimentando a los involucrados en la mit’a, a los parientes del rey, y al ejército, tratando de asegurar sus respectivas lealtades” (p. 56).
Así, hace ya casi 60 años, se produjo una revolución, ni más ni menos, en la manera de entender a los Incas y al mundo Andino.
Referencias:
Murra, John V. [1916-2006]. “En torno a la estructura política de los Inka” [1958], en: El Mundo Andino: Población, medio ambiente y economía. Lima: PUCP, IEP, 2002, pp. 43-56.
Rowe, John Howland [1918-2004]. “Los grados de edad en los censos incaicos” [1958], en: Los Incas del Cuzco; Siglos XVI, XVII, XVIII. Cuzco: INC Región Cusco, 2003, pp. 17-35.
Por: Nicanor Domínguez Faura
Enviado el 15/11/2017
Fuente: http://noticiasser.pe
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