"Una de las rarezas del cobalto es su presencia en una vitamina clave de los organismos eucariotas, la B12 o cobalamina, cuya deficiencia provoca diversos trastornos, entre ellos la anemia perniciosa, pero lo que hace a este elemento realmente diferente a todos los que le rodean es la existencia de una variedad radiactiva sintética, el isotopo cobalto-60, que tiene una vida media de más de cinco años y en su desintegración emite dos rayos gamma de extrema intensidad, de modo que un solo gramo de esta sustancia es capaz de aniquilar a su alrededor a todo bicho viviente. Como de costumbre, una combinación de propiedades semejante puede utilizarse para bien o para mal. En el sentido bueno, los humanos llevamos décadas utilizando el mortífero isótopo para machacar el cáncer desde las unidades de radioterapia de los hospitales (la famosa "bomba de cobalto"), pero en el sentido malo podríamos crear un arma nuclear terrorífica capaz de convertir cualquier zona en inhabitable durante al menos un siglo (Las armas atómicas en funcionamiento son terriblemente destructivas pero los efectos de su radiación son de corto plazo, por lo que el área donde han explotado se vuelve segura en relativamente poco tiempo. Las armas de cobalto-60, al tener este una vida media de 5,27 años, contaminarían peligrosamente el ambiente durante décadas. Al cabo de 20 años, aún quedaría en la zona más de un 6% del cobalto-60 original). En el año 1950, el físico Leó Szilárd, que vivió casi toda su vida en habitaciones de hotel y se hizo famoso por haber convencido a Albert Einstein para que enviase una carta al presidente Albert Einstein para que enviase una carta al presidente Roosevelt alertándole del peligro de que la Alemania nazi se hiciese con la bomba atómica, especulo durante un programa de radio con la posibilidad de que un arsenal de bombas atómicas recubiertas de cobalto pudiese llegar a exterminar por completo a la raza humana. Szilárd intentaba avisar de que la tecnología nuclear podría llegar a un punto de no retorno, pero el gobierno norteamericano se tomó su charla en serio y llego a experimentar con este tipo de malévolas 'bombas sucias'. "
El secreto de Prometeo y otras historias sobre la Tabla Periódica de los Elementos. Página 247 y 249. Alejandro Navarro Yáñez. Editorial Guadalmazán. Cordoba, España - 2005.
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