lunes, 1 de septiembre de 2014

Tomasio (28/08/2014): A recordar


Cuando la volví a ver, como todos  los días,  habían pasado  más  de  40  años. Admirarla de lejos, me hizo viajar en el tiempo; recordé lo que sentí, aquellos mismos sentimientos que de joven había tenido hacia ella.

Esa mezcla de sensaciones nuevas que producías en mí era simplemente sublime y me hacía feliz. Hoy haces que reviva aquellas extrañas y nuevas sensaciones que provocaste mucho tiempo atrás, cuando aprendíamos a conocerlas: tartamudeo, sudor en la palma de las manos, sensación de vacío en el estómago, pérdida de la noción del tiempo, rubor en la mejillas y más…

Recordar aquel momento en que, sin conocerte, me separé de mis amigos y me acerqué a ti preguntando ya no recuerdo qué. Tú, radiante, reaccionaste a mi pregunta. Volteaste para verme y darte cuenta que no me conocías.

Sonreíste mientras me respondías; el sol se reflejó en tus dientes haciéndolos brillar aún más. Me impactó la luminosidad e intensidad de tu mirada: cálida y directa; esa mirada que me envolvió elevándome en el aire y terminó cautivando hasta la última fibra de mi alma.

No entendía ni una palabra de lo que me decías. Estaba tan nervioso, el verte obnubilaba mi pensamiento. Repetiste tu respuesta y torpemente, pude asentir con la cabeza y menos mal que era de arriba para abajo y no de derecha a la izquierda. Me animé a preguntar por tu nombre. Me pareció el más melódico y hermoso que había escuchado.

Tu aroma envolvió mi ser, dejándome ese recuerdo para el resto de mi vida, aunque en ese momento no  lo sabía, cada vez que volviera a sentirlo me remontaría a ese primer encuentro donde, al parecer, recibí una descarga eléctrica, mezclada con sentimientos, sensaciones y experiencias.

Sin saber cómo, habíamos quedado en vernos unas horas más tarde. Con una radiante sonrisa,  regresaste a conversar con tus amigas, todas ellas te rodearon y empezaron a cuchichear entre sí. Por mi parte, yo solo atinaba a verte, contemplarte. Tú eras y seguirías siendo la más bonita, siempre.

Mientras me alejaba, percibí que todas, incluida tú, me seguían con la mirada. Regresé donde estaban mis amigos, pero no era el mismo, mis ojos me delataban. Ellos, prestos a la chacota, ya estaban preparando todas las bromas posibles. Opté, entonces, por desarmarlos diciéndoles que ya sabía tu nombre, número de teléfono y que hasta habíamos quedado en para ir al cine.

Sin saberlo, me había ganado el respeto y envidia de los que, en aquellos juveniles días, llamábamos amigos. Nos encontramos en la puerta del cine, veríamos la película del momento; es curioso darse que cuenta que, sin saberlo, todo había empezado.

Ese fue el principio de nuestros encuentros. Nos acompañamos a lo largo de nuestro crecimiento y educación. A veces nos separábamos, pero siempre supimos que estaríamos juntos. Años después, tenemos la oportunidad de reafirmar  nuestros sentimientos, esas promesas implícitas de amor, aquellas sensaciones que indican el buen camino que seguimos, siempre de la mano; especialmente hoy, en el bautizo de nuestra nieta.

Hoy, como en aquel entonces, volteaste, me miraste como hace 40 años, sonreíste, mientras nos apretábamos las manos.

Antonio Tomasio. Autor de los libros Uno (Yo) y Mi hijo, mi maestro. Escríbe a atomasio@antoniotomasio.com con tus preguntas o sugerencias o visita la página www.antoniotomasio.com