Con esta palabra, hay gente que se despide, también para dar algo por terminado, otras veces pueden decir un “hasta luego” o un simple, y muy familiar, “chau”.
El trasfondo de despedir a una persona, con un adiós, es muy personal. Si sabemos que ya no la volveremos a ver, ya sea, porque parte a otra ciudad o a un país lejano o más triste aún, cuando una persona muy allegada a ti, un familiar, parte para siempre, cuando su tiempo terrenal termina.
Las despedidas son tristes y son tristes porque, para nosotros esas personas significan mucho. Nos duele ya no poder contar con su compañía, una buena conversación, sus consejos, risas, palabras de aliento o una llamada de atención. Saber que contamos con ella cuando lo deseemos.
Somos, como nuestros progenitores nos criaron y formaron, dándonos lo que ellos siempre consideraron mejor, dejándonos sus obras y procederes.
Ahora estaremos tristes y lo estaremos por un tiempo, “el tiempo lo cura todo” dicen por ahí y es cierto. Lloremos nuestras pérdidas, hagámoslo en familia, fortaleciéndonos mutuamente, en los recuerdos y complicidades familiares.
Esas situaciones de todos los días, que solo los íntimos saben compartir. Que todo quede, ahí, en familia. La familia es lo más grande y sólido que existe, por todo lo variado que en ella habita y que cada uno de sus miembros contribuye.
Recordemos con alegría a los que partieron, sin malos recuerdos, sino más bien, con la satisfacción de que mientras compartimos nuestros días juntos lo hicimos armoniosamente y disfrutando de cada momento.
Aceptemos que nuestros caminos, se separarán algún día de ellos, hagámoslo con la satisfacción y alegría de haber vivido lo mejor que pudimos hacerlo. Nada es eterno y aferrarnos a lo imposible nos hará sufrir más. Seamos valientes y aceptemos nuestras realidades.
La vida no es perfecta y nosotros tampoco, por ello, demos lo mejor de nosotros cada vez que podamos, a cada momento a los que queramos.
Lo certero es que algún día partiremos y habrán los que nos antecedan, por ello, vivamos nuestros días sin prisas, sin pendientes, atentos, dispuestos.
Recordémoslos con el mismo amor y respeto que nos profesaron, ellos sin desearlo nos dejaron un legado, el cual nos encargaremos de resguardarlo y propalarlo dentro de la familia.
Vivamos nuestras vidas sin abatimientos, vivamos el hoy no solo para nosotros sino para con todos los que queremos, entregados a las buenas relaciones.
El trasfondo de despedir a una persona, con un adiós, es muy personal. Si sabemos que ya no la volveremos a ver, ya sea, porque parte a otra ciudad o a un país lejano o más triste aún, cuando una persona muy allegada a ti, un familiar, parte para siempre, cuando su tiempo terrenal termina.
Las despedidas son tristes y son tristes porque, para nosotros esas personas significan mucho. Nos duele ya no poder contar con su compañía, una buena conversación, sus consejos, risas, palabras de aliento o una llamada de atención. Saber que contamos con ella cuando lo deseemos.
Somos, como nuestros progenitores nos criaron y formaron, dándonos lo que ellos siempre consideraron mejor, dejándonos sus obras y procederes.
Ahora estaremos tristes y lo estaremos por un tiempo, “el tiempo lo cura todo” dicen por ahí y es cierto. Lloremos nuestras pérdidas, hagámoslo en familia, fortaleciéndonos mutuamente, en los recuerdos y complicidades familiares.
Esas situaciones de todos los días, que solo los íntimos saben compartir. Que todo quede, ahí, en familia. La familia es lo más grande y sólido que existe, por todo lo variado que en ella habita y que cada uno de sus miembros contribuye.
Recordemos con alegría a los que partieron, sin malos recuerdos, sino más bien, con la satisfacción de que mientras compartimos nuestros días juntos lo hicimos armoniosamente y disfrutando de cada momento.
Aceptemos que nuestros caminos, se separarán algún día de ellos, hagámoslo con la satisfacción y alegría de haber vivido lo mejor que pudimos hacerlo. Nada es eterno y aferrarnos a lo imposible nos hará sufrir más. Seamos valientes y aceptemos nuestras realidades.
La vida no es perfecta y nosotros tampoco, por ello, demos lo mejor de nosotros cada vez que podamos, a cada momento a los que queramos.
Lo certero es que algún día partiremos y habrán los que nos antecedan, por ello, vivamos nuestros días sin prisas, sin pendientes, atentos, dispuestos.
Recordémoslos con el mismo amor y respeto que nos profesaron, ellos sin desearlo nos dejaron un legado, el cual nos encargaremos de resguardarlo y propalarlo dentro de la familia.
Vivamos nuestras vidas sin abatimientos, vivamos el hoy no solo para nosotros sino para con todos los que queremos, entregados a las buenas relaciones.
Antonio Tomasio. Autor de los libros Uno (Yo) y Mi hijo, mi maestro. Escríbe a atomasio@antoniotomasio.com con tus preguntas o sugerencias o visita la página www.antoniotomasio.com