Aquella noche, me encontrada sentado frente a la pantalla del monitor de la computadora. Trataba de componer la columna; francamente, su redacción, me tenía desesperado.
Me quedé observando pasivamente el monitor sin reacción alguna, la luz me cegaba y, al igual que mi mente, todo seguía en blanco.
«¡Escribe!», me decía, «¡inspírate!». Me obligaba a pensar, a hilar ideas, pero los dedos se negaban a obedecer.
Los empujaba pesadamente, presionaba las teclas, una por una. Sin embargo, no había fluidez, coherencia.
Letras desordenadas, palabras sin sentido, carentes de orden, lejos de cualquier mensaje inteligible.
De qué sirve escribir si estás tan lejos de aquel mensaje que realmente deseas transmitir, en el momento que lo requieres.
Conservaba la mirada fija frente a la pantalla del monitor, este permanecía blanco. No lograba «amasar» el mensaje mentalmente, algo faltaba.
Estaba tan lejos de poder redactar algo decente en el procesador de textos. Ahora lo llaman así, todo anda invadido por la tecnología.
Me producía ansiedad ver el cursor, sobre un lugar de la página en blanco, parecía un contador de tiempo, tortura parpadeante.
Poco a poco, el cansancio, mi inconsistencia, lo avanzado de la noche, comenzó a surtir efecto. Sin darme cuenta, me fui deslizando suavemente sobre el escritorio, que simulaba la comodidad de aquella blanda almohada que me esperaba en la cama.
Súbitamente, sentí, entonces, que la inspiración llegaba rauda y vigorosa, cual epifanía.
Los dedos volaban por las teclas, el sonido maravilloso de los clics del teclado era tan continuo, no se notaba separación alguna
¡Qué ritmo!, un solo de clics, una sinfonía de ellos. Parecía más bien un zumbido generado por los voraces dedos que se comían a las teclas. No hacía falta corregir nada.
Cada uno de mis pensamientos fluía libremente desde mis sinápticas neuronas llegaban hasta la pantalla del monitor, rápidamente, por medio de mis dedos.
Al acomodarme con un movimiento ligero, sentí un intenso dolor en la cara. Me había deslizado hasta el final de mi escritorio, lo que hizo que el filudo borde se clavara en el pómulo izquierdo y siguiera en diagonal, con dirección a la barbilla. Me sobresalté.
¿Qué me ha pasado?, ¿qué pasa?, ¿me he quedado dormido? ¡No puede ser, estaba escribiendo y muy bien!
¿Lo he soñado?
Pensé que debería recordar mejor las cosas que hago. Se sentía tan bien organizar mis ideas. ¡Cómo fluían!, ¡qué maravilla!
Esas eran las acciones que siempre había deseado, ya que así todo salía a la perfección.
Me enderecé, estiré los brazos y me dije «mañana es otro día, mejor iré a dormir».
Levantándome con calma, me dirigí al dormitorio para echarme en la cama, sin más. Tan cansado y aturdido estaba que dejé todo tal cual: la luz de mi escritorio y la computadora encendidos. Quizá, si en esa madrugada extraña hubiera tenido la suficiente lógica y fuerzas para haber apagado las luces y la computadora, me habría dado con la sorpresa de ver la columna, cual obra maestra, estaba redactada en el centro del monitor y que sería, mas tarde, la sorpresa de mi vida.
Me quedé observando pasivamente el monitor sin reacción alguna, la luz me cegaba y, al igual que mi mente, todo seguía en blanco.
«¡Escribe!», me decía, «¡inspírate!». Me obligaba a pensar, a hilar ideas, pero los dedos se negaban a obedecer.
Los empujaba pesadamente, presionaba las teclas, una por una. Sin embargo, no había fluidez, coherencia.
Letras desordenadas, palabras sin sentido, carentes de orden, lejos de cualquier mensaje inteligible.
De qué sirve escribir si estás tan lejos de aquel mensaje que realmente deseas transmitir, en el momento que lo requieres.
Conservaba la mirada fija frente a la pantalla del monitor, este permanecía blanco. No lograba «amasar» el mensaje mentalmente, algo faltaba.
Estaba tan lejos de poder redactar algo decente en el procesador de textos. Ahora lo llaman así, todo anda invadido por la tecnología.
Me producía ansiedad ver el cursor, sobre un lugar de la página en blanco, parecía un contador de tiempo, tortura parpadeante.
Poco a poco, el cansancio, mi inconsistencia, lo avanzado de la noche, comenzó a surtir efecto. Sin darme cuenta, me fui deslizando suavemente sobre el escritorio, que simulaba la comodidad de aquella blanda almohada que me esperaba en la cama.
Súbitamente, sentí, entonces, que la inspiración llegaba rauda y vigorosa, cual epifanía.
Los dedos volaban por las teclas, el sonido maravilloso de los clics del teclado era tan continuo, no se notaba separación alguna
¡Qué ritmo!, un solo de clics, una sinfonía de ellos. Parecía más bien un zumbido generado por los voraces dedos que se comían a las teclas. No hacía falta corregir nada.
Cada uno de mis pensamientos fluía libremente desde mis sinápticas neuronas llegaban hasta la pantalla del monitor, rápidamente, por medio de mis dedos.
Al acomodarme con un movimiento ligero, sentí un intenso dolor en la cara. Me había deslizado hasta el final de mi escritorio, lo que hizo que el filudo borde se clavara en el pómulo izquierdo y siguiera en diagonal, con dirección a la barbilla. Me sobresalté.
¿Qué me ha pasado?, ¿qué pasa?, ¿me he quedado dormido? ¡No puede ser, estaba escribiendo y muy bien!
¿Lo he soñado?
Pensé que debería recordar mejor las cosas que hago. Se sentía tan bien organizar mis ideas. ¡Cómo fluían!, ¡qué maravilla!
Esas eran las acciones que siempre había deseado, ya que así todo salía a la perfección.
Me enderecé, estiré los brazos y me dije «mañana es otro día, mejor iré a dormir».
Levantándome con calma, me dirigí al dormitorio para echarme en la cama, sin más. Tan cansado y aturdido estaba que dejé todo tal cual: la luz de mi escritorio y la computadora encendidos. Quizá, si en esa madrugada extraña hubiera tenido la suficiente lógica y fuerzas para haber apagado las luces y la computadora, me habría dado con la sorpresa de ver la columna, cual obra maestra, estaba redactada en el centro del monitor y que sería, mas tarde, la sorpresa de mi vida.
Antonio Tomasio. Autor de los libros Uno (Yo) y Mi hijo, mi maestro. Escríbe a atomasio@antoniotomasio.com con tus preguntas o sugerencias o visita la página www.antoniotomasio.com