VERA RUBIN
(1928-2016) Ella fue una brillante modelo a seguir para las mujeres en la astronomía, pero no fue definida ni será recordada por su género, sino por sus notables contribuciones como científica.
El día de Navidad parece tener un significado especial en el mundo de la astronomía, no por estrellas sobre Belén, sino porque los grandes astrónomos parecen comenzar la vida o terminarla ese día. Isaac Newton nació, según el calendario juliano, el 25 de diciembre de 1642, y otra gigante de la astronomía, Vera Rubin, murió el día de Navidad de 2016, a los 88 años, después de una carrera en la que, luego de un sinfín de adversidades, cambió la forma en la que pensamos sobre el Universo.
Rubin cursó el pregrado de astronomía en Vassar y quería matricularse en la escuela de posgrado de Princeton, pero las mujeres no fueron admitidas en el programa de astronomía de posgrado sino hasta 1975, algo realmente singular y despreciable, dado el importante papel que las mujeres han desempeñado en la astronomía del último siglo. Después de terminar una maestría en física en Cornell, donde estudió con gigantes como Richard Feynman y Hans Bethe, y también con el brillante y poético Philip Morrison, se cambió a la Universidad de Georgetown. En 1954, completó su doctorado bajo la supervisión de otro prodigio de la física, George Gamow. Durante ese tiempo ella tomaba sus clases por la noche, mientras su esposo la esperaba en el auto porque ella no sabía conducir.
Sus primeras investigaciones fueron en torno al movimiento de las galaxias, demostrando que además de su recesión uniforme debido a la expansión del universo de Hubble, la mayoría de las galaxias tienen pequeños movimientos peculiares que se deben a su aglutinación gravitacional en cúmulos. Durante este tiempo ayudó a mantener a su familia, criando a cuatro niños mientras que enseñaba a tiempo parcial en el Montgomery County community college y en Georgetown, uniéndose a la facultad en Georgetown en 1962. Ella logró alcanzar suficiente reconocimiento durante este período para convertirse en la primera mujer a la que se le permitió utilizar los instrumentos del Observatorio Palomar, en 1965, y en ese mismo año se trasladó al Departamento de Magnetismo Terrestre (DTM, por sus siglas en inglés) en el Carnegie Institution en Washington, donde permaneció durante el resto de su carrera.
El mayor descubrimiento de Rubin ocurrió unos años más tarde, cuando se unió al colaborador Kent Ford —con quien había trabajado anteriormente en el estudio del movimiento relativo de la Vía Láctea comparado con una gran muestra de galaxias distantes, sugiriendo que la Vía Láctea tenía una velocidad significativa en relación con el flujo de fondo Hubble— en el estudio del movimiento de las estrellas y el gas en la cercana Galaxia de Andrómeda. Cinco años después de unirse al DTM, Rubin y Ford informaron que la rotación de Andrómeda era anómala. Sus partes externas estaban girando tan rápido que debería haberse desprendido, si la única masa que la mantenía era la materia que era visible a los telescopios.
Casi 40 años antes, el astrónomo Fritz Zwicky había observado movimientos locales anómalos dentro del lejano cúmulo de Coma, que también sugirió más masa en ese sistema de lo que podría ser explicado por la materia visible, pero los resultados fueron descartados en ese momento. Contemporáneamente con las observaciones de Andrómeda de Rubin y Ford, el astrónomo australiano Ken Freeman observó una rotación anómala similar en otras galaxias espirales, sugiriendo otra vez la presencia de lo que ahora se conoce como materia oscura. En su momento,estas observaciones fueron bastante polémicas. Recuerdo como estudiante de pregrado, en la década de 1970, la discusión sobre el trabajo de Rubin. Dichas discusiones estuvieron acompañadas de advertencias sobre las dificultades asociadas a los efectos sistemáticos en la astronomía, que podrían nublar las conclusiones.
Sin embargo, Rubin trabajó incansablemente, junto con Ford y otros colaboradores, a lo largo de los años para confirmar estos resultados, no solo en Andrómeda, sino también en nuestra propia Vía Láctea. A finales de la década de 1970, cuando yo había entrado a la escuela de posgrado, la materia oscura había comenzado a lograr una amplia aceptación, y en la década de 1980 la existencia de materia oscura dominó la construcción de modelos cosmológicos, influyendo finalmente tanto en los campos de la astronomía como en la física de partículas. En el período intermedio, no solo se ha confirmado la existencia de materia oscura en casi todos los sistemas astronómicos a gran escala, sino que su naturaleza ha sido probada por observaciones precisas de la Radiación Cósmica de Fondo de Microondas (CMBR, por sus siglas en inglés), que no solo limitan la cantidad de materia oscura, sino también el hecho de que no está formada por los constituyentes de la materia normal —los protones y los neutrones–. Este hecho juega un papel vital en nuestra comprensión de la formación de galaxias, ya que sin poder colapsar rápidamente en los potenciales agujeros establecidos tempranamente por la materia oscura, no hubiera habido tiempo suficiente para que las pequeñas fluctuaciones observadas en el CMBR crecieran lo suficiente, por la gravedad, para formar galaxias visibles hoy.
Por su trabajo, Rubin recibió una serie de premios, incluyendo ser la segunda mujer, después de Caroline Herschel en 1828, en recibir la Medalla de Oro de la Royal Astronomical Society. Fue miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y recibió la Medalla Nacional de Ciencias en 1993 por su trabajo pionero en materia oscura. Pero más que esto, Vera Rubin fue una maravillosa mentora para los jóvenes científicos. Era cálida y estaba ansiosa por ayudar a cualquiera que la buscara. Recuerdo que en la década de 1980, cuando era un joven profesor asistente en Yale, necesitaba obtener algunas cifras para un libro que estaba escribiendo sobre la materia oscura. La contacté de la nada, y unos días después recibí un cálido aliento y las cifras.
A lo largo de su carrera Rubin fue una brillante modelo a seguir para las mujeres jóvenes, alentándolas a estudiar astronomía y el universo, y trabajando dentro de organizaciones profesionales para asegurar la equidad para las mujeres científicas. Pero ella no es definida por su género, ni será recordada por ello, sino por sus notables contribuciones como científica. Como una vez escribió: “...mis números significan más para mí que mi nombre. Si los astrónomos siguen usando mis datos en el futuro, ese será mi mayor cumplido”.
Fuente: https://www.scientificamerican.com
Por: Lawrence M. Krauss es director del Proyecto Orígenes y profesor fundador de la Escuela de Exploración de la Tierra y el Espacio en la Universidad Estatal de Arizona. Es un físico y un cosmólogo teórico ampliamente publicado, es también el autor de bestsellers incluyendo A Universe from Nothing. Su libro más reciente se titula "The Greatest Story Ever Told...So Far: Why Are we Here?". Krauss es también miembro de la Junta de Asesores de Scientific American. Seguir Lawrence M. Krauss en Twitter