El
gobierno de Suiza ordenó recientemente que las langostas y otros
crustáceos no sean introducidos con vida en agua hirviendo. Al hervirlos
sienten dolor, señaló el gobierno, y este método debería ser remplazado
por otro que prevea una muerte más rápida, como el aturdimiento.
Sin
embargo, incluso el científico que llevó a cabo la investigación que
dio el sustento para la decisión del gobierno señaló que no está cien
por ciento seguro de que las langostas sientan dolor. Aunque sí lo
preocupó tanto que le bastó cocinar una vez una langosta viva para
decidir no volverlo a hacer.
“No
hay una prueba absoluta, pero al realizar experimentos casi todo lo que
observé era consistente con la idea de dolor en estos animales”,
comentó Robert Elwood, un profesor emérito especializado en
comportamiento animal de la Queen’s University en Belfast, Irlanda del
Norte. “Debería haber una forma más compasiva de tratar a las
langostas”.
La
postura de Elwood —y del gobierno suizo— va más allá del pensamiento
científico tradicional, señaló Joseph Ayers, un profesor de Ciencias
Marinas y Ambientales de la Universidad Northeastern en Boston.
“Creo
que la idea de hacer este tipo de leyes proviene de un grupo de
personas que están antropomorfizando a las langostas”, mencionó Ayers, y
agregó que podía haber otras explicaciones para los hallazgos de
Elwood. “Me sorprende mucho que la gente les atribuya a estos animales
respuestas parecidas a las de los humanos, cuando simplemente no cuentan
con la fisiología para tenerlas”.
Las
langostas no tienen la anatomía cerebral necesaria para sentir dolor,
afirmó Ayers, quien construye robots modelados en langostas y la
neurobiología de la lamprea marina. Las langostas y otros crustáceos
suelen ser tragados enteros por sus depredadores, añadió, así que nunca
tuvieron que evolucionar su capacidad para detectar el dolor a partir
de, digamos, el agua hirviendo o un choque eléctrico.
Michael
Tlusty, un biólogo especializado en langostas de la Universidad de
Massachusetts, en Boston, tiene una opinión intermedia. Coincide en que
las langostas carecen de la anatomía cerebral con la que asociamos la
sensación de dolor, pero recalca que los cerebros de los crustáceos son
tan diferentes de los nuestros que nadie puede afirmar en verdad qué
están sintiendo, aseguró. Por
ejemplo, dice que cuando la tenaza de una langosta está bajo ataque, el
animal se puede deshacer de su propia extremidad para escapar.
Señaló
que las langostas se siguen retorciendo después de que les arrancan las
extremidades mas que no está claro si es una respuesta a sensaciones
desagradables o un reflejo programado, como cuando tu pierna patea si un
doctor te golpea en un lugar particular de la rodilla.
Elwood
tuvo la idea de investigar el dolor en las langostas hace poco más de
una década en su bar local. El afamado chef Rick Stein, conocido por sus
platillos con mariscos, estaba bebiendo una pinta y Elwood se presentó.
El chef lo dejó mudo al preguntarle si las langostas sentían dolor
cuando las cocinaban.
Desde entonces, por medio de varios estudios, Elwood ha demostrado que los crustáceos protegen las extremidades heridas y evitan
las zonas donde han sufrido un ataque; incluso abandonan sus conchas si
es necesario. Cuando viajó a Singapur, observó cómo los vendedores
callejeros tenían que detener a los cangrejos vivos que se escabullían
de una parrilla, ansiosos por huir.
Elwood
ya está convencido de que esas respuestas son el equivalente crustáceo
del dolor. Como hizo notar David Foster Wallace en su famoso ensayo Hablemos de langostas,
este sigue siendo el único animal que no hemos dejado de matar en
nuestras propias cocinas. Debemos enfrentar la ética de esa decisión,
hizo notar Wallace, mientras ignoramos con más facilidad ese tipo de
sentimientos respecto de otros animales en nuestra dieta.
Una
langosta puede tardar hasta un minuto en morir en el agua hirviendo,
tiempo suficiente para que sufra, señaló Elwood. Un chef experto que
rebane justo en la cabeza de una langosta debería ser capaz de matar al
animal con mayor velocidad, agregó. “Esa sería una forma razonable de
hacerlo”. También
mencionó un dispositivo comercial llamado Crustastun, el cual golpea
con electricidad al animal, y promete matarlo de manera instantánea. El
gobierno de Suiza citó la electrocución como un método preferible para
matar a los animales, aunque el Crustastun, el cual costaría aproximadamente 3400 dólares, es para los procesadores de alimentos o los restaurantes grandes.
Ayers
desestimó este método, con el argumento de que ha visto animales
moverse minutos después de haber sido aturdidos. Señaló que le encantan
las langostas igual que a otros —ha dedicado su carrera a estudiarlas y
su hijo es pescador de langostas—, pero mencionó que no concibe una
forma más compasiva de matarlas que sumergirlas de cabeza en una olla de
agua hirviendo. Tlusty
tiene otra estrategia: poner las langostas en hielo para lentificar su
sistema nervioso antes de que se encuentren en la olla.
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