DOMINGO XVIII del Tiempo Ordinario
Juan 6, 24-35
Comienza con este párrafo el discurso de Jesús sobre la Eucaristía. Y comienza con un cuestionamiento a sus oyentes. Lo andan buscando con gran interés, pero Jesús les encara: ustedes me buscan porque les he dado de comer, no por otra razón. El buscar a Jesús, el creer en Jesús, el alimentarse de Jesús, todo esto es lo que está en el centro de este mensaje largo y lleno de promesas (la gran promesa del Pan de la Vida, de la Eucaristía).
Tres frases podemos subrayar en esta parte del discurso de Jesús, que leemos este domingo: Ustedes me buscan sólo porque les he dado de comer. Otra frase: la obra que Dios quiere de nosotros es que creamos en Jesús, que es el enviado de Dios. Y la tercera, complemento de las otras dos: Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre.
Reflexionar sobre estas lecciones es preguntarnos por qué buscamos a Jesús ¿por qué nos acercamos a Dios? ¿Es para que nos sacie el hambre material? En nuestra relación con Dios ¿qué pretendemos? ¿Cuáles son nuestras necesidades más grandes? Sabemos que nuestras necesidades más grandes son las espirituales, pero no siempre son las que ponemos primero. Muchas personas lo que quieren es tener pan para comer, si Dios les sirve para eso, está bien si no, no les interesa. Si Dios no me da para comer, no me sirve de nada. Estamos demasiado inmersos en la materia. El vivir dentro del cuerpo, cosa querida por Dios, nos condiciona demasiado, y por esos sus necesidades ocupan el primer plano de nuestro interés. Lo demás pasa a segundo plano. Y esto sucede a nivel personal y a nivel general.
En el mundo de hoy la ciencia más importante es la economía. La noticia más importante es el índice de crecimiento y la inflación. El desarrollo se mide por los avances tecnológicos: los valores más interiores no son índices que se tengan en cuentan para calificar el desarrollo. Cuando se habla de calidad del ser humano no se tiene en cuenta su crecimiento espiritual.
Así pues, buscamos a Dios (cuando lo buscamos), como aquellos que iban detrás de Jesús, para que nos sacie de panes. Y si no, lo declaramos muerto o peor lo declaramos intrascendente; nos vamos, de la misma forma que al final del discurso que comentamos, la mayor parte de los que le habían seguido, se marcharon decepcionados, ante el cuestionamiento de Jesús.
Y tenemos que hacernos una pregunta fundamental ¿es que Jesús no nos sirve más que para alimentar nuestro estómago? ¡Qué pobre imagen, qué poco aprecio al Hijo de Dios! ¿No nos sirve para establecer con El una alianza de amistad? ¿No nos sirve para que guíe nuestros pasos? El ha venido al mundo para salvarlo, y salvarlo de sí mismo y de su materialismo, de su pecado. El ha venido para enseñarnos a vivir como hijos de Dios. El quiere ser nuestro Buen Pastor. Es el Camino, la Verdad y la Vida. Y por eso se quedará con nosotros como el Pan de la Vida. Y por eso la gran obra que el Padre (nuestro Padre) espera de nosotros es que creamos en el que El ha enviado.
Creer en Jesús, ¿qué significa? significa entregarle nuestra vida misma; orientar hacia El nuestra sed interior de verdad, nuestra necesidad de sentido en la vida, pertenecerle, eso es creer en Jesús. Ir a Jesús y buscarle a El, no porque nos dé pan material, sino porque lo necesitamos a Él, porque necesitamos estar con El, porque sin El nuestra vida pierde el sentido. Así estamos compartiendo con Pedro la respuesta que él le da al Maestro cuando le pregunta si ellos también se quieren ir; es Pedro quien toma la palabra y exclama ¿a quién vamos a ir? sólo Tú tienes palabras de vida eterna. Necesitarlo a Él. De hecho lo necesitamos imperiosamente, sólo que a veces, muchas veces, no experimentamos esta necesidad y por eso no lo buscamos. Pero El es la necesidad más honda de nuestro corazón, porque sin El nuestra vida está frustrada, sin plenitud.
Y por esta razón es El mismo el que nos dice: Yo soy el pan de la vida, el que viene a mí no tendrá ya hambre. Afirmaciones contundentes y claras; sin Jesús estaremos siempre hambrientos, estaremos con un vacío interior, como un pozo sin fondo. Estamos hechos a su medida y sólo El nos llena de verdad. Nuestros mejores deseos, nuestras esperanzas más grandes sólo se llenan con El, buscándolo, siguiéndolo, amándolo.
Adolfo Franco, SJ
Tres frases podemos subrayar en esta parte del discurso de Jesús, que leemos este domingo: Ustedes me buscan sólo porque les he dado de comer. Otra frase: la obra que Dios quiere de nosotros es que creamos en Jesús, que es el enviado de Dios. Y la tercera, complemento de las otras dos: Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre.
Reflexionar sobre estas lecciones es preguntarnos por qué buscamos a Jesús ¿por qué nos acercamos a Dios? ¿Es para que nos sacie el hambre material? En nuestra relación con Dios ¿qué pretendemos? ¿Cuáles son nuestras necesidades más grandes? Sabemos que nuestras necesidades más grandes son las espirituales, pero no siempre son las que ponemos primero. Muchas personas lo que quieren es tener pan para comer, si Dios les sirve para eso, está bien si no, no les interesa. Si Dios no me da para comer, no me sirve de nada. Estamos demasiado inmersos en la materia. El vivir dentro del cuerpo, cosa querida por Dios, nos condiciona demasiado, y por esos sus necesidades ocupan el primer plano de nuestro interés. Lo demás pasa a segundo plano. Y esto sucede a nivel personal y a nivel general.
En el mundo de hoy la ciencia más importante es la economía. La noticia más importante es el índice de crecimiento y la inflación. El desarrollo se mide por los avances tecnológicos: los valores más interiores no son índices que se tengan en cuentan para calificar el desarrollo. Cuando se habla de calidad del ser humano no se tiene en cuenta su crecimiento espiritual.
Así pues, buscamos a Dios (cuando lo buscamos), como aquellos que iban detrás de Jesús, para que nos sacie de panes. Y si no, lo declaramos muerto o peor lo declaramos intrascendente; nos vamos, de la misma forma que al final del discurso que comentamos, la mayor parte de los que le habían seguido, se marcharon decepcionados, ante el cuestionamiento de Jesús.
Y tenemos que hacernos una pregunta fundamental ¿es que Jesús no nos sirve más que para alimentar nuestro estómago? ¡Qué pobre imagen, qué poco aprecio al Hijo de Dios! ¿No nos sirve para establecer con El una alianza de amistad? ¿No nos sirve para que guíe nuestros pasos? El ha venido al mundo para salvarlo, y salvarlo de sí mismo y de su materialismo, de su pecado. El ha venido para enseñarnos a vivir como hijos de Dios. El quiere ser nuestro Buen Pastor. Es el Camino, la Verdad y la Vida. Y por eso se quedará con nosotros como el Pan de la Vida. Y por eso la gran obra que el Padre (nuestro Padre) espera de nosotros es que creamos en el que El ha enviado.
Creer en Jesús, ¿qué significa? significa entregarle nuestra vida misma; orientar hacia El nuestra sed interior de verdad, nuestra necesidad de sentido en la vida, pertenecerle, eso es creer en Jesús. Ir a Jesús y buscarle a El, no porque nos dé pan material, sino porque lo necesitamos a Él, porque necesitamos estar con El, porque sin El nuestra vida pierde el sentido. Así estamos compartiendo con Pedro la respuesta que él le da al Maestro cuando le pregunta si ellos también se quieren ir; es Pedro quien toma la palabra y exclama ¿a quién vamos a ir? sólo Tú tienes palabras de vida eterna. Necesitarlo a Él. De hecho lo necesitamos imperiosamente, sólo que a veces, muchas veces, no experimentamos esta necesidad y por eso no lo buscamos. Pero El es la necesidad más honda de nuestro corazón, porque sin El nuestra vida está frustrada, sin plenitud.
Y por esta razón es El mismo el que nos dice: Yo soy el pan de la vida, el que viene a mí no tendrá ya hambre. Afirmaciones contundentes y claras; sin Jesús estaremos siempre hambrientos, estaremos con un vacío interior, como un pozo sin fondo. Estamos hechos a su medida y sólo El nos llena de verdad. Nuestros mejores deseos, nuestras esperanzas más grandes sólo se llenan con El, buscándolo, siguiéndolo, amándolo.
Adolfo Franco, SJ