No hubiera escrito esta novela sin Euclides da Cunha, cuyo libro Os Sertoes me reveló en 1972 la guerra de Canudos, a un personaje trágico y a uno de los mayores narradores latinoamericanos. Del guión cinematográfico que fue su embrión (y que nunca se filmó) hasta que, ocho años más tarde, terminé de escribirla, esta novela me hizo vivir una de las aventuras literarias más ricas y exaltantes, en bibliotecas de Londres y Washington, en polvorientos archivos de Río de Janeiro y Salvador, y en candentes recorridos por los sertones de Bahía y de Sergipe. Acompañado de mi amigo Renato Ferraz, peregriné por todas las aldeas donde según la leyenda el Consejero predicó, y en ellas oí a los vecinos discutir con ardor sobre Canudos, como si los cañones tronaran todavía sobre el reducto rebelde y el apocalipsis pudiera sobrevenir en cualquier momento en esos desiertos erupcionados de árboles sin hojas, llenos de espinas. Los zorros salían a nuestro encuentro en las veredas y nos dábamos también por los caminos con encuerados, santones y cómicos de la legua que recitaban romances medievales. Donde estuvo Canudos, había ahora un lago artificial y en sus orillas proliferaban los casquillos y proyectiles herrumbrados de las atroces batallas.
Innumerables bahianos me echaron una mano mientras trabajaba en esta novela; entre ellos, además de Renato, sería infame no mencionar al menos a tres: Antonio Celestino, José de Calazans y Jorge Amado.
Comencé a escribirla en 1977, en un pisito de Churchill College, en Cambridge, y la terminé a fines de 1980, en una torrecilla histórica de Washington DC —estaba allí gracias al Wilson Center— alrededor de la cual volaban halcones y desde cuyos balcones había arengado Abraham Lincoln a los soldados de la Unión que combatieron en la batalla de Manassas.
Mario Vargas Llosa
Londres, junio de 2000
Autor(es): Mario Vargas Llosa
Editorial: Seix Barral
Páginas: 531
Tamaño: 21 x 30
Año: 1981
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