LUDWIG VAN BEETHOVEN
(Bonn, Alemania, 16 de diciembre de 1770-Viena, 26 de marzo de 1827) fue un compositor, director de orquesta y pianista alemán. Su legado musical abarca, cronológicamente, desde el Clasicismo hasta los inicios del Romanticismo.
Es considerado generalmente como uno de los compositores más preclaros e
importantes de la historia de la música y su legado ha influido de
forma decisiva en la evolución posterior de este arte.
SINFONÍA Nº 2 EN RE MAYOR, OP. 36
Si se toma en cuenta el curioso análisis que algunos musicólogos han hecho de las sinfonías de Beethoven, la segunda corresponde a lo que podría llamarse el grupo de las sinfonías ligeras del compositor alemán. ¿Cuál es el razonamiento que da pie a ese análisis? Se trata, sencillamente, de la idea de que Beethoven, a lo largo de sus nueve trabajos sinfónicos, alternó una sinfonía de gran peso con otra de menor impacto. Así, tenemos que la primera de las nueve sinfonías beethovenianas es una categórica afirmación musical, en el sentido de que de alguna manera significa un paso más allá de las sinfonías de Haydn y Mozart. Siguió después la Segunda sinfonía, más ligera en intención y más transparente en textura. Enseguida, la monumental Heroica, hito importante en la historia de la sinfonía, seguida por la Cuarta sinfonía, que es como un remanso musical. A continuación, la poderosa y asombrosa Quinta sinfonía, a la que siguió la bucólica y plácida Pastoral. Vino después la vibrante y efervescente Séptima sinfonía y, enseguida, la octava, más diáfana y sencilla, para concluir el catálogo con la gigantesca (en muchos sentidos) Novena sinfonía. Como toda clasificación más o menos tajante en la historia de la música, ésta no es necesariamente exacta, pero no deja de tener cierto interés.
Beethoven abordó la composición de su Segunda sinfonía en el año de 1801, pero la mayor parte de la obra fue escrita en el verano y el otoño de 1802 en el pequeño pueblo de Heiligenstadt en las afueras de Viena. El nombre de este pueblito se ha hecho muy famoso en la historia de la música no tanto porque Beethoven haya escrito allí su Segunda sinfonía, sino porque ahí nació uno de los documentos más dramáticos jamás surgidos de la pluma de un compositor. Fue precisamente en ese verano de 1802 que Beethoven escribió lo que hoy se conoce como el Testamento de Heiligenstadt, una apasionada carta dirigida a sus hermanos, en la que el compositor se mostraba alternativamente iracundo y desesperado por la sordera que lo aquejaba y que, según él mismo escribía, le había hecho pensar más de una vez en el suicidio. Siguiendo, pues, una línea de pensamiento típicamente romántica, en la que es posible asociar el estado de ánimo del compositor con la coloración dramática y expresiva de su música, era lógico esperar que la Segunda sinfonía de Beethoven fuera una obra oscura, llena de pasiones turbulentas y desafíos sonoros. Sin embargo, Beethoven supo ocultar su angustia y desesperación detrás de una sinfonía brillante, juguetona y extrovertida, que nada tenía que ver con la pugna interna de su alma. Ello indica que su poderoso espíritu prefirió transformar en música el bello paisaje que veía desde la ventana de su casita en Heiligenstadt, a través del río Danubio y hacia los montes Cárpatos, en vez del paisaje mórbido y oscuro que veía al interior de su alma.
La Segunda sinfonía de Beethoven fue estrenada el 5 de abril de 1803 en el Theater an der Wien de la capital austriaca, en uno de esos maratónicos conciertos llamados academias en esa época.
Esa noche, Beethoven ofreció al público el estreno de tres de sus obras recientes: el Tercer concierto para piano, actuando él mismo como solista; el oratorio Cristo en el Monte de los Olivos; y la Segunda sinfonía. En ese enorme concierto se tocó también la Primera sinfonía de Beethoven, y en el programa aparecieron algunas otras obras que, al parecer, fueron canceladas por falta de tiempo. Si la Primera sinfonía de Beethoven había sido bien recibida por la crítica, la segunda no corrió con tanta suerte, y desde su estreno fue atacada duramente. Un crítico de Leipzig escribió lo siguiente respecto a la obra:
Es un horrible monstruo, un dragón herido que se rehúsa a morir, y aún al desangrarse, loco de furia, da terribles golpes con la cola, en el estertor de la agonía.
Por otra parte, una voz más equilibrada, la de Friedrich Rochlitz, se dejó escuchar en una nota publicada en el Allgemeine Musikalische Zeitung:
Esta es la obra de un revolucionario, y estoy seguro de que estará viva mucho después que mil piezas de moda, hoy célebres, hayan desaparecido en el olvido.
Además de que el tiempo acabó por darle la razón a Rochlitz (y a la música de Beethoven), el concierto del estreno de la Segunda sinfonía le reportó al compositor una jugosa ganancia económica, que propició uno de los pocos momentos de holgura financiera de su vida.
Volviendo al tormentoso estado de ánimo que Beethoven padecía a causa de la sordera, vale la pena citar este fragmento del Testamento de Heiligenstadt:
…estuve cerca de poner fin a mi vida. Sólo el arte, sólo eso me detuvo. Ah, me parecía imposible dejar el mundo hasta no entregar todo lo que había sido llamado a producir… tuve entonces que soportar esta desgraciada existencia.
Después de escribir esto, Beethoven habría de vivir todavía un cuarto de siglo, para producir lo mejor de su música, obras que, tal y como lo había vaticinado Rochlitz, han sobrevivido incólumes al paso del tiempo, mientras que los intentos musicales de la mayoría de sus contemporáneos, ricos y famosos entonces, hoy sólo son unas cuantas líneas en los catálogos y las enciclopedias.
Fuente: Juan Arturo Brennan para la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, Temporada 2016
Beethoven abordó la composición de su Segunda sinfonía en el año de 1801, pero la mayor parte de la obra fue escrita en el verano y el otoño de 1802 en el pequeño pueblo de Heiligenstadt en las afueras de Viena. El nombre de este pueblito se ha hecho muy famoso en la historia de la música no tanto porque Beethoven haya escrito allí su Segunda sinfonía, sino porque ahí nació uno de los documentos más dramáticos jamás surgidos de la pluma de un compositor. Fue precisamente en ese verano de 1802 que Beethoven escribió lo que hoy se conoce como el Testamento de Heiligenstadt, una apasionada carta dirigida a sus hermanos, en la que el compositor se mostraba alternativamente iracundo y desesperado por la sordera que lo aquejaba y que, según él mismo escribía, le había hecho pensar más de una vez en el suicidio. Siguiendo, pues, una línea de pensamiento típicamente romántica, en la que es posible asociar el estado de ánimo del compositor con la coloración dramática y expresiva de su música, era lógico esperar que la Segunda sinfonía de Beethoven fuera una obra oscura, llena de pasiones turbulentas y desafíos sonoros. Sin embargo, Beethoven supo ocultar su angustia y desesperación detrás de una sinfonía brillante, juguetona y extrovertida, que nada tenía que ver con la pugna interna de su alma. Ello indica que su poderoso espíritu prefirió transformar en música el bello paisaje que veía desde la ventana de su casita en Heiligenstadt, a través del río Danubio y hacia los montes Cárpatos, en vez del paisaje mórbido y oscuro que veía al interior de su alma.
La Segunda sinfonía de Beethoven fue estrenada el 5 de abril de 1803 en el Theater an der Wien de la capital austriaca, en uno de esos maratónicos conciertos llamados academias en esa época.
Esa noche, Beethoven ofreció al público el estreno de tres de sus obras recientes: el Tercer concierto para piano, actuando él mismo como solista; el oratorio Cristo en el Monte de los Olivos; y la Segunda sinfonía. En ese enorme concierto se tocó también la Primera sinfonía de Beethoven, y en el programa aparecieron algunas otras obras que, al parecer, fueron canceladas por falta de tiempo. Si la Primera sinfonía de Beethoven había sido bien recibida por la crítica, la segunda no corrió con tanta suerte, y desde su estreno fue atacada duramente. Un crítico de Leipzig escribió lo siguiente respecto a la obra:
Es un horrible monstruo, un dragón herido que se rehúsa a morir, y aún al desangrarse, loco de furia, da terribles golpes con la cola, en el estertor de la agonía.
Por otra parte, una voz más equilibrada, la de Friedrich Rochlitz, se dejó escuchar en una nota publicada en el Allgemeine Musikalische Zeitung:
Esta es la obra de un revolucionario, y estoy seguro de que estará viva mucho después que mil piezas de moda, hoy célebres, hayan desaparecido en el olvido.
Además de que el tiempo acabó por darle la razón a Rochlitz (y a la música de Beethoven), el concierto del estreno de la Segunda sinfonía le reportó al compositor una jugosa ganancia económica, que propició uno de los pocos momentos de holgura financiera de su vida.
Volviendo al tormentoso estado de ánimo que Beethoven padecía a causa de la sordera, vale la pena citar este fragmento del Testamento de Heiligenstadt:
…estuve cerca de poner fin a mi vida. Sólo el arte, sólo eso me detuvo. Ah, me parecía imposible dejar el mundo hasta no entregar todo lo que había sido llamado a producir… tuve entonces que soportar esta desgraciada existencia.
Después de escribir esto, Beethoven habría de vivir todavía un cuarto de siglo, para producir lo mejor de su música, obras que, tal y como lo había vaticinado Rochlitz, han sobrevivido incólumes al paso del tiempo, mientras que los intentos musicales de la mayoría de sus contemporáneos, ricos y famosos entonces, hoy sólo son unas cuantas líneas en los catálogos y las enciclopedias.
Fuente: Juan Arturo Brennan para la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, Temporada 2016
CADENA DE LETRAS
- Antes - Letra 289: Marcha Húngara de la condenación de Fausto Op.24 de Hector Berlioz
- Después - Letra 291: El Amor Brujo de Manuel de Falla