lunes, 2 de abril de 2018

Cita CCCLXXI: Los yana-guerreros


"En más de una ocasión hemos expuesto que bastantes de los más importantes jefes militares incaicos se opusieron a la aristocracia inca en varios momentos, entre 1532 y 1535. Ampliamos ahora una explicación. Sencillamente, los principales jefes bélicos eran plebeyos. No eran aristócratas, no pertenecían a la casta de los orejones. No existe una sola referencia documental que nos revele que los conductores militares de la primera etapa de la guerra de la Conquista (1531-1534) eran orejones.

Sucedía que el veloz proceso de expansión señorial del Cuzco obligó a usar plebeyos y nobles secundarios en los mandos del ejército. Runas cuzqueños y caciques de rango inferior, vale decir soldados no orejones, no aristócratas, fueron ascendiendo por sus méritos en las filas del ejército, gracias a las incesantes guerras expansivas incaicas, llegando a ser una proporción considerable. Tal ocurría sobre todo cuando eran yanas, personas adscritas de por vida al Inca o a unos pocos señores de alto rango. Estos yanas ascendieron hasta llegar a ser generales, muchas veces. En el Imperio incaico, tales yana-soldados desarrollaron una alta especialización en las artes bélicas, que no habían logrado los orejones. Es el nivel de los yana-generales (Quizquiz, Challco Chima, Yucra Guallpa, Chaicari, Rumi Ñahui, etc.) que percibimos una tendencia rupturista con el Estado de los orejones; lo cual es explicable por una dependencia directa de la clase máxima; dependencia que fue menor ya en el siglo XVI incaico por haber alcanzado esos yana-guerreros un nivel social alto. Esos yana-guerreros, en buena medida fueron “esclavos”, al igual que los yana-curacas o los yana-artistas. Termino de esclavo que hay que entender con relativismo, dialécticamente. Esclavos eran también, por dar un ejemplo, los ministros del Sultán de Turquía o los jenízaros, sus mejores combatientes, tan temidos en Europa. Esclavos fueron también en sus inicios los mamelucos de Egipto y muchos otros cuerpos especializados en las guerras. Cuerpos siempre levantiscos y que con frecuencia terminaron por adueñarse del poder.

Numerosos yana-guerreros –como apuntamos antes- dieron su respaldo a los españoles, aguardando ilusoriamente su auténtica liberación. Lo que ganaron, casi siempre, fue la muerte, bajo tan extraña bandera. Tal sucedió, verbigracia, con los miles que ayudaron a defender el Cusco frente a Manco Inca en 1536-1537.

Como puede colegirse de lo dicho, la guerra civil inca fue producto de una violeta crisis. Esta se derivó del desmesurado crecimiento del Imperio, proceso que obligo a perfeccionar de modo casi inverosímil la maquinaria bélica y a entrenar a los hombres que la conducían. En medio siglo, los orejones cuzqueños pasaron del dominio de la estrecha faja comprendida entre los ríos Vilcanota y Apurimac, unos ciento ochenta kilómetros de largo por sesenta de ancho, hasta el control de un Estado imperial de unos cuatro mil kilómetros de largo. La superpoblación de la zona quechua matriz explica en parte esta veloz expansión señorial. Pero a la vez, los orejones –poderosos miembros de las panacas o linajes reales del entonces pequeño reino del Cuzco- tuvieron que mejorar el sistema militar y trasformar las estructuras anticuadas, a fin de convertir la guerra en un oficio.

Es la época histórica en que surgen especialistas en las ciudades. Va feneciendo la autosuficiencia aldeana, va insurgiendo la capa de los especialistas, de los oficiales (los que saben “oficios”). Entre estos oficios estaba el de la guerra, como resulta obvio. Al lado de otros: metalurgia, artes, alta cerámica, bordaduría, ingeniería, arquitectura, métodos nemotécnicos (quipus), etc. Sólo que la técnica de guerrear era más productiva.

Pues bien, todos esos oficios eran realizados comúnmente por los yanas. Los nobles tenían mucha altivez y riquezas para dedicarse a trabajar con sus manos; al igual que las aristocracias de otras partes del mundo en esta etapa de desarrollo social, reposaron en sus subordinados de nobleza menor y en servidores plebeyos y pajes seleccionados. Entre ellos destacaban los yanas. Pero el estatutos legal de los yanas era de una clase que les daba ligazón eterna con su jefe o amo, aunque con posibilidades de ascenso. Según lo que enseñaban las crónicas más acuciosas, entre ellas las de Cieza de León, el yana era el “criado perpetuo“, el “siervo perpetuo”, el “cautivo”. Podía trabajar en todas las actividades, sobre todas las especializadas, incluyendo la administración. Pero los yanas más importantes fueron los guerreros. Si creemos al hoy tan mentado Juan de Betanzos, eran “individuos tomados como botín de guerra”, los que se hallaban obligados a combatir en favor de su nuevo amo, conforme a antiguas tradiciones, comunes en numerosos pueblos dela tierra. El Inca Garcilaso, a su vez, calificaba al yana como “hombre que tiene la obligación de hacer oficio de criado”. De criado, sí, pero no en el sentido actual de la palabra –lo recalcamos- sino en el significado del siglo XVI: persona que debe la vida a otra, o la protección y el amparo.

Los Estados orientales han tenido frecuentemente este tipo de servidores y las reinas mismas habían sido a veces esclavas favoritas. Núcleos especiales de diversos Imperios orientales surgieron en esta vía que hoy nos parece tan singular.

Tema largo de tratar es el de los “despotismo orientales” pero no es este el lugar más adecuado para hacerlo y apenas si ofrecemos estas referencias muy genéricas para que se comprenda mejor la clase social de los yanas, que constituían no más del cinco por ciento de la población incaica, grupo de individuos que siempre adscritos a su señor, a veces podían llegar muy alto según sus méritos, especialmente en la guerra. No eran orejones, pero podían ejercer altas funciones en la milicia.

Es a ellos que, sin duda se refiere Garcilaso cuando, a partir de la tradición oral cuzqueña, habla de la existencia de una especie de “nobleza por nombramiento”. Cierto que los yanas no eran nobles, pero si ejercían funciones como tales, incluso cacicazgos. Y sobre todo, jefaturas militares.

De hecho, en la Conquista española, todos los jefes militares importantes de la primera etapa son yanas; y por eso no resulta extraño que esos plebeyos cuzqueños, como Quizquiz y Rumi Ñahui, acabasen enfrentándose a los orejones. El primero, que fue sin duda el mejor guerrero de su época, murió atravesado por un lanzazo por Guaypalcon, un orejón de alta estirpe, a quien no quiso obedecer en un asunto estratégico. Y Rumi Ñahui, mató a Cussi Yupanqui, el orejón de mayor jerarquía en el Imperio después de Atao Huallpa.

La insurgencia de la clase social de los yanas al lado de Atao Huallpa, nos parece un hecho irrefutable. Todas las crónicas, sin excepción, subrayan que el insurrecto de Tumebamba conto con el entusiasta respaldo de los jefes militares. Pero, lo reiteramos, entre ellos, cosa rara, no vemos ningún hombre de linajes. Resta, por cierto, establecer los límites y condiciones de esta colaboración, que fue intensa. Es probable que el caso tuviese que ver con el aniquilamiento posterior de las más ricas panacas cuzqueñas por los vencedores ataohuallpistas. Porque esos jefes yanas poseían ya enormes privilegios y seguramente anhelaban más, amparados en sus victorias y en los hombres que los seguían. Es del caso advertir que a Túpac Huallpa, el Inca que había sido propuesto por la nobleza cuzqueña ante Pizarro para ocupar el trono del Tahuantinsuyo, luego de la ejecución de Atao Huallpa.

Todo esto se verá en detalle páginas adelante. Por ahora solamente remarcamos que la abrumadora presencia de yana-guerreros (esto es de profesionales de la guerra) en el seno del ejercito de Atao Huallpa explica –a nuestro entender- las incesantes victorias de aquel príncipe rebelado contra el orden constituido en el Cuzco. Bajo Huascar, en cambio, únicamente militaban generales orejones, hombres de linaje, quienes no se resignaban a la insurgencia de la nueva clase, minoritaria todavía, pero armada; aristócratas que tratarían de resistir la insurgencia de esos yana-guerreros, esclavos privilegiados, que seguramente buscaban un nuevo reparto de las riquezas del imperio y la alteración de algunas de las formas tradicionales en la economía y en la política.

Los Incas frente a España. Las guerras de la resistencia 1531-1544. Páginas 34-37. Juan José Vega. Editorial Peisa. Lima, Perú - 1992.

JUAN JOSÉ VEGA BELLO

(Lima, 13 de septiembre de 1932Ibídem, 8 de marzo de 2003), fue un historiador, catedrático universitario y periodista peruano.

Desde muy joven incursionó en la docencia universitaria, siendo esta su actividad predilecta. En el campo de la investigación histórica, fue el principal impulsor de la revisión de las bases de la historia peruana, haciendo una interpretación novedosa de los hechos. Su proyecto historiográfico atendió básicamente al final del imperio de los incas y su conquista por los españoles, aunque también ha estudiado en profundidad la rebelión de Túpac Amaru II de 1780-81.

Uno de sus grandes aportes fue acabar con la creencia de que la conquista española del Perú finalizó con la captura y muerte del inca Atahualpa en 1533; en tal sentido puso en su verdadera dimensión histórica la resistencia inca iniciada por Manco Inca, que expuso magistralmente en su libro La guerra de los viracochas (Lima, 1963). Otra de sus obras importantes es la consagrada al caudillo Túpac Amaru II: José Gabriel Túpac Amaru (1969), así como otras dedicadas a los participantes de dicha rebelión.

Fue además, un innovador en la exposición histórica, sosteniendo que esta debía darse en un estilo sencillo y ameno, al alcance del entendimiento de cualquiera. Asimismo, fue uno de los historiadores que más viajó por el Perú, y el único de procedencia urbana que profundizó en el conocimiento del quechua clásico incaico.

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